Carrocerías políticas

Ángel Aznárez FUE MAGISTRADO DEL TRIBUNAL SUPERIOR DE JUSTICIA DE ASTURIAS

OPINIÓN

Casa RealFrancisco Gomez

15 may 2022 . Actualizado a las 10:37 h.

Hay mañanas que dan para mucho, como la del 9 de este mayo florido y de María, como Mariano. Hice una gestión en el banco que fue legal, sin estar acompañado por la Guardia Civil, en pareja, con tricornio y castizos. Luego pensé en las carrocerías políticas, novedad de la teoría política americana, que nada tiene que ver con las llamadas «carrozas políticas» (ellas y ellos), que se sientan como en escondite, en el Senado español, para que se olvide que siguen cobrando, desde décadas, del momio político: ¡vidas estériles y vidas amomiadas! ¡Qué horror, qué error!

Las carrocerías políticas son un totum revolutum de lo físico y de lo psíquico. Esa carrocería no es solo lo primero visible, lo aparente o aparatoso, como si de un coche se tratara; es también lo que está por dentro: lo neuronal. Pasa lo mismo que con la jurídica posesión, de la que se dijo que tenía dos elementos: corpus y animus. Y si el animus de los políticos es esencial, no es desdeñable el corpus, lo tangible y visible; mas sin olvidar que «las apariencias son una trampa para los tontos y/o bobos». Y un exceso de fijación en lo físico, puede ser reaccionario, de facherío, jamás de progresía o Twitter, ya que la phisis en lo humano es cosa genética, de herencia, y que, como la justicia misma, es ciega, tuerta o bizca. Así, ser de talla reducida o de talla inmensa (XL), corto o largo, puede deberse, además de a lo hereditario, a asunto de escaso mérito, tal como haber mamado en postura inconveniente o tener nariz grande, tal como no haber absorbido el calcio de los danones. O sea, que hay que ser cuidadosos para evitar engaños, pues la pequeñez del corpus puede corresponder a un tan gigante animus como Polifemo. Y ser muy largo y tonto es frecuente.

El alcalde de Madrid, admirable por sus muchos valores, no parece alto comparado con tenistas, sin embargo es abogado del Estado, que es profesión jurídica de mucha altura, sin necesidad de empinarse ni de calzar tacones. Del presidente de la Generalitat de Catalunya dicen que es un gigante político, que no de altura. Los más radicales de allí llaman a Pere el «jefe de los de la raza superior», y nada de Liliput, la isla que vio el gigante Gulliver.

Un ministro del Gobierno, al parecer escaso en centímetros, en Rabat, se subió al alto ojal de la chaqueta de Mohamed VI. Y allí contaron que en el ojal se mantuvo Albares, poniendo en aprieto a la flácida autoridad bereber

«¡Nada es grande ni pequeño si no lo es por comparación!», dijo Gulliver. En verdad, el gigante es Sánchez, el presidente de vaqueros en mítines en Valladolid con el candidato Tudanca. El gran consuelo, para los altos y/o los bajos, es que todos, desde la bajura republicana a la altura real, o al revés, desde la bajura real a la altura republicana, sin excepción, se sientan sobre lo mismo: el trasero.