21 may 2022 . Actualizado a las 17:19 h.

La cuenta de Twitter Yo fui a EGB rescata un anuncio del pirulo tropical digno de ser escrutado. Se estrenó en la televisión de finales de los ochenta y lo protagoniza un chaval que succiona el helado sin mucho margen para la equivocación.

En los segundos que dura el spot, el crío le planta un beso en la boca a una niña y recibe una lúbrica propuesta de una adulta («¿me dejarías chupar a mi también?»), a la que el pirulo tropical reacciona con un perturbador meneo. Revisado desde hoy, el comercial del famoso helado propulsa las cejas hasta la lámpara.

En cuarenta años nuestro código de la corrección ha cambiado tanto que a diario revisas viejos contenidos que hoy provocarían un tren infinito de ciclogénesis sociales explosivas.

En la misma red social el reportero Alberto Gayo disecciona un ejemplar de marzo del 78 de Interviú. Es un ejemplo perfecto de la oferta editorial de una revista que acompañaba a una sociedad que cambiaba a toda mecha. Y un correctivo para la prepotencia con la que tantas veces se echa la vista atrás, como si el periodismo fuese un invento de hace cinco minutos que en aquel lejano 78 nadie sabía ejercer. El ejemplar rescatado incluye un audaz artículo de opinión de Martín Ferrand; un editorial titulado Libertad de expresión es democracia; un ejemplo de periodismo gonzo, con el reportero Ángel Montoto describiendo su experiencia tras una ingesta de LSD y una sensacional colaboración del actor Adolfo Marsillach dedicada, ¡sí!, al obispo de Ourense, Ángel Temiño, que es puro fuego. Valga este ejemplo del texto: «Que no, don Obispo, que el personal no anda tan salido como usted cree». Y esta conclusión: «El celibato a la fuerza, don Obispo, tiene, ya ve usted, estos problemas». Por cierto, Gayo se detiene también en otro reportaje firmado por Ricardo Cid en el que se constata la penetración de las grandes familias franquistas en la ciudad de León tres años después de la muerte del dictador.

El pirulo tropical y el ejemplar de Interviú resuenan como dos sonoras alarmas contra la atosigante corrección política. Está bien ajustar el radar, despreciar lo que de verdad está mal, en un proceso que requiere tiempo para sofisticar lo que nos hace más civilizados. Pero ese repaso a lo que hacíamos provoca también un respingo. Y de verdad que no es nostalgia.