La política española tras el ascenso de Núñez Feijoo

OPINIÓN

Feijoo, tras ser proclamado presidente del PP.
Feijoo, tras ser proclamado presidente del PP. Julio Muñoz | Efe

24 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Apenas hace mes y medio que Alberto Núñez Feijoo llegó a la presidencia del PP y todas las encuestas indican que el nuevo liderazgo ha reforzado al partido. Es lógico que la izquierda lo vea con recelo porque probablemente uno de sus mayores activos es que despierta poco rechazo, no inspira temor a una involución radical, lo que le permite atraer a votantes del PSOE, algo que difícilmente podría ocurrir con Pablo Casado. Más sorprendente resulta que su tono moderado parezca también capaz de frenar el crecimiento de Vox. Habrá que ver si la tendencia se confirma, una encuesta publicada el domingo lo pone en duda, pero, si así fuese, tendría la utilidad de demostrar a los alterados políticos españoles que la imagen de un líder fuerte no se construye con gritos y exabruptos.

En un artículo del mes de abril comentaba que la buena educación no es suficiente para un verdadero cambio de rumbo y que la indefinición sobre aspectos políticos fundamentales no puede mantenerse durante mucho tiempo. Los grandes partidos de la izquierda socialdemócrata, el centro liberal o la derecha moderada tienen necesariamente un electorado heterogéneo, eso les permite generalmente obtener un porcentaje de votos mayor que los más radicalizados, que se presentan con planteamientos mejor definidos, pero por ello más proclives a despertar antipatía o incluso miedo. En España, eso sucede con el PSOE y con el PP y sucedió en parte con Cs y Podemos. Los dos últimos se aprovecharon de las crisis de los grandes, pero no fueron capaces de conservar los votos que habían captado. Les falló la transversalidad, algo que podría sucederle a Vox.

El problema de la transversalidad es que no resulta fácil de mantener. Es necesario un equilibrio que no ahuyente ni a los votantes más centrados ni a los situados más a la derecha o a la izquierda. Resulta más difícil lograrlo cuando no se percibe con claridad la fortaleza, la posibilidad de ganar que atrae al voto útil. Núñez Feijoo ha logrado devolverle al PP la sensación de solidez, el problema está en cómo va a afrontar las decisiones políticas para atraer tanto al votante moderado, incluso moderadamente progresista, como al más conservador.

Es significativo lo que ha sucedido con las nacionalidades. Una de las fortalezas de Núñez Feijoo es que procede del PP de Galicia, una organización que utiliza habitualmente el gallego para comunicarse y en los debates parlamentarios, que se presenta como galleguista y que defiende el sistema de autonomías. El nacionalismo primario de Casado apartó al PP de posibles pactos con nacionalistas moderados de la periferia, difíciles de evitar en una España a la que solo desde el delirio ultranacionalista se le puede negar la pluralidad cultural. En Cataluña, el nuevo líder del PP, para tender puentes, se limitó a repetir lo que dice la Constitución. Entre la prensa madrileña de derechas, El Mundo pareció acoger con simpatía el gesto, a pesar de la contrariedad que despertó en algún columnista, y el resto se acogió a una desconcertada indiferencia. Quien abrió la caja de los truenos fue el ingenuo señor Bendodo, que fue un paso más allá y definió a España como un Estado plurinacional.

El término «nacionalidad» es conscientemente ambiguo. En la Constitución se introdujo para integrar a los nacionalistas catalanes y vascos con el establecimiento de una categoría intermedia entre la nación, España, y la región, como la provincia, devaluada entonces políticamente, pero en castellano solo significaba la condición personal de pertenecer a una nación. La Real Academia se adaptó al nuevo uso y añadió posteriormente esta definición en el diccionario: «Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural». Con el enredado debate sobre el Estatuto de Cataluña se produjo un proceso inflacionista y el Partido Popular del señor Camps, con mayoría absoluta en su parlamento, convirtió en nacionalidad a Valencia en 2006, también lo hicieron, por ejemplo, Aragón y Andalucía, que, además, aunque referido a un documento de comienzos del siglo XX, introdujo en el preámbulo de su estatuto el término «nación». Acuñada una nueva acepción de la palabra, recogida en la Constitución desde hace 44 años, parece extraño que todavía provoque sarpullidos entre los sedicentes «constitucionalistas».

El autonomismo del PP es un rasgo que lo diferencia de Vox, también deberían serlo el feminismo y, en general, la defensa de las libertades y derechos individuales, independientemente del sexo, la raza y la religión. Lo malo es la dependencia del voto ultra para gobernar. Castilla y León será una prueba de fuego. Si las cosas le fuesen bien al PP en Andalucía, lo mejor que haría Núñez Feijoo es despedir al señor Mañueco y forzar un nuevo adelanto de las elecciones en esa comunidad el año próximo, para librarse de la extrema derecha y lograr que volviesen a coincidir con las municipales.

No estuvo fina la nueva dirección del PP en la votación parlamentaria de las medidas económicas para afrontar la crisis provocada por la guerra de Ucrania. Si el gobierno hubiese perdido, le habría resultado difícil explicar que, con su voto, había logrado que volviesen a subir los precios de la energía. La abstención le hubiera permitido distanciarse de unas decisiones que consideraba insuficientes, pero también aparecer frente a Vox como un partido de Estado. A ver qué sucede con la renovación del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional.

La derecha ya tenía el viento a favor y una dirección más inteligente y templada va a permitirle coger mejor su impulso. En cambio, el gobierno está desgastado por la sucesión de adversidades y por la incómoda necesidad de tener que pactar con partidos que despiertan un fuerte rechazo en buena parte de España. No creo que la sobreexposición mediática de Pedro Sánchez durante la pandemia le haya favorecido y gran parte del electorado no le perdona sus vaivenes políticos, es indudable que provoca más rechazo que Núñez Feijoo y ese es un hándicap difícil de corregir. Tampoco ayuda el retraso de la recuperación económica derivado de la guerra. Si el electorado español se comportase como el de otros países europeos, probablemente la candidata socialista que más daño podría hacerle al político gallego es su compatriota Nadia Calviño, que comparte con él imagen de moderación y eficacia, ha dado muestras de competencia, es reconocida en Europa y posee también la cualidad que más se le valora a Pedro Sánchez según las últimas encuestas: el conocimiento de idiomas. Podría ser la primera mujer que alcanzase la presidencia del gobierno en España. Una renuncia voluntaria al liderazgo engrandecería la figura histórica del actual presidente, pero es más previsible que intente poner a prueba, una vez más, su reconocida capacidad de resistencia.

Otra esperanza para la izquierda podría venir del proyecto integrador de Yolanda Díaz, también gallega de talante educado, pero no está claro que pueda superar los anacrónicos dogmatismos que históricamente han conducido a debates bizantinos y divisiones destructivas, a moverse en terreno de teorías más o menos abstrusas y olvidarse de los deseos e incluso del lenguaje de la gente. Una izquierda liderada por dos mujeres, diferentes en su trayectoria e ideas, pero por ello complementarias, tendría un vigor indudable frente a Feijoo y Abascal.

El PP tiene el lastre de su corrupción histórica, del que no ha sabido desprenderse, pero hoy solo favorece a Vox. Desaparecido Ciudadanos y visceralmente rechazado el «sanchismo», si el voto crítico con la corrupción no va hacia Vox irá a algún partido regionalista o a la abstención. Haría falta un PSOE renovado, aunque pueda parecer injusto con quien ha afrontado desde el gobierno las últimas crisis, para que tuviese posibilidades con el votante de centro, la política de «bloques» no parece darle buen resultado, el de las derechas no para de crecer.