La izquierda muda y locuaz a destiempo

OPINIÓN

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, saludando al presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, en la caseta de UGT el jueves en la feria de Abril.
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, saludando al presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, en la caseta de UGT el jueves en la feria de Abril. Eduardo Briones | Europa Press

04 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«A propósito, ¿No sabes nada de uno que anda por ahí soplando una armónica? Si lo has visto lo recordarás. En vez de hablar toca, y cuando tendría que tocar habla». Cheyenne, el notable personaje de Sergio Leone, preguntaba por un pistolero, pero igual podría estar preguntando por la izquierda española. Habla a destiempo, hablan todos a la vez y se les oye todo lo que dicen a destiempo y a la vez. Y cuando tienen que hablar callan. Castilla y León es el ejemplo de lo que no quiere Feijoo (Madrid le da hasta pereza) y busca que Andalucía sea la avanzadilla de lo que sí quiere. La izquierda también parece anunciar desde Andalucía lo que podemos esperar. Sánchez va convirtiendo el partido en una agrupación electoral, tipo Macron, una especie de cofradía de usar y tirar que se forma para unas elecciones en torno a una personalidad y que se disipa después. Poco PSOE se ve en Andalucía. Y la izquierda habla y habla y, como el lenguaje crea el pensamiento con la misma facilidad con que lo finge, cuanto más habla más cree estar pensando, más doctrina cree cada uno que tiene y más pequeña es la baldosa donde cabe su coherencia.

Hay cuatro cosas claras: 1. la izquierda del PSOE no puede ser Unidas Podemos, porque se desinfla en cada elección al mismo ritmo que C’s; 2. la izquierda del PSOE tiene que llevar dentro como pieza distinguible a Podemos, no solo por el músculo electoral que le queda, sino porque tiene más capacidad de restar si no está que de sumar si está; 3. sí gusta como líder Yolanda Díaz, hay que cederle la iniciativa y subordinar cualquier estrategia a la fortaleza de su plataforma; y si no gusta como líder, pues lo mismo, solo hay un plan posible para la izquierda del PSOE; nadie es imprescindible, salvo cuando estamos bajando entre dos una mesa por la escalera; 4. seguramente lo principal es que nadie debe fatigar una sola neurona en atender ninguna explicación sobre las diferencias doctrinales, de proyecto o de mochila biográfica por las que la izquierda no puede ser una única candidatura con una agenda nítida. Estamos en guerra, venimos de una pandemia, se atacan las libertades y se dispara la desigualdad social. Tonterías las justas.

Pero en Andalucía hablaron y hablaron y juntaron tanta doctrina que enseguida Teresa Rodríguez vio que lo suyo era un proyecto insoluble en algo más envolvente, de tanta coherencia y tanta perspectiva histórica como llevaba. En el otro batiburrillo, seis fuerzas políticas (quién será toda esa gente) hicieron un monumental enredo con tanto listo que había que meter en tan pocas listas y tantos culos que había que acomodar en tan pocas sillas y llegaron a última hora hechos un ovillo desordenado con una candidatura unitaria, sólida como para impedir la presencia de Rodríguez en los debates. El electorado del PSOE está anestesiado contagiado por la modorra del partido. Y el electorado de la izquierda está perplejo, como un notario en una juerga de Boris Johnson. Cuando llegue la debacle, cada uno creerá ser el germen de un cambio venidero, y seguirá hablando, nadie se irá para casa.

Todos sabemos adelgazar nuestro discurso hasta armonizarlo con nuestro interlocutor y cumplir objetivos comunes, todos sabemos quitar de nuestros comentarios lo que puede escandalizar a nuestra abuela. En el ascensor, donde no compartimos con nuestro vecino más objetivo que llegar a nuestro piso en armonía de vecinos, reducimos nuestro discurso al tiempo, el único tema en lo que no cabe discrepancia. Pero en Andalucía la izquierda nos anuncia que esa habilidad tan humana no va con ella. Deberían pasarse ocho horas diarias subiendo y bajando en ascensores haciendo prácticas de hablar lo justo.

Y cuando tienen que hablar, callan. Por poner un ejemplo próximo, vino a Asturias un par de días Díaz Ayuso, como quien viene a una aldea muy cuca que todavía no espabiló, llenó titulares los dos días con sus lindezas y a la locuaz izquierda le comió la lengua el gato, apenas un par de balbuceos del Gobierno sobre no sé qué del aire limpio. Y no por la altura del discurso de Ayuso. Ya se sabía que iba a venir en plan callejero y pandillero, ¿no habían previsto nada? El neoliberalismo salvaje está inventado hace tiempo. Ayuso solo le añade dos cosas: locura y desvergüenza, la desvergüenza de una choni pija con aires de niñata destemplada. ¿Era tan difícil despachar en una frase sus bravatas?

La izquierda calla cuando tiene que hablar. Veamos solo algunos ejemplos de cuando calla o habla con sordina, como no queriendo pasarse, cuando tiene que afirmar y reafirmarse.

Hay un batiburrillo desordenado de universidades privadas, donde se juntan churras con merinas y donde se confunden títulos universitarios legítimos con cursos de poca monta muy exclusivos que solo dan barniz de meritocracia a privilegios de cuna, para que esos alumnos que, en expresión de Isaac Rosa, ya van a clase triunfados de casa parezca que consiguen las cosas por méritos. Hay que decirlo claro y señalar.

Hay que repetir que no nos cura la ciencia, nos cura la política, es decir, la actividad que mueve los recursos para que me vacunen o me curen las cataratas. Lo que nos hará desiguales para recibir la debida atención no es la sostenibilidad del sistema, sino la política, la que finge complementar el sistema público de salud con la iniciativa privada, cuando en realidad se lo está entregando. La educación es la herramienta de la igualdad de oportunidades y nos la da la política. La política es la que garantiza que la enseñanza que no excluye a nadie sea la más alta que se pueda permitir el país y la política es la que nos quita la igualdad de oportunidades degradando esa enseñanza, entregando a la Iglesia los recursos y dejando este servicio básico al lucro privado. Hay que decirlo y señalar.

El privilegiado que perjudica a un humilde nunca es otro humilde. Ahora se meten con los pensionistas. Ahora los sueldos bajos de los jóvenes se deben a la insolidaridad generacional de gente que trabajó y cotizó durante décadas y que vivirá una vejez digna. Otras veces serán inmigrantes, o funcionarios, o feministas subvencionadas. El debate de cómo un humilde es el privilegiado que le quita el pan a otro humilde es puro clasismo y ahí hay que hablar.

Bildu no es terrorista, Vox sí es facha hasta la médula; clasista, racista y machista hasta la médula, hasta enfrentarse a la lucha contra los crímenes machistas. El comunismo no existe hoy como opción política. Durante la dictadura los comunistas lucharon por la democracia, no por otra dictadura. En la transición ellos y los sindicatos fueron clave para que el paso a la democracia fuera en paz, para que el ánimo de todo el mundo fuera que nada merecía la pena en España si no era en paz. Lucharon contra Franco, apoyaron la Constitución, firmaron los Pactos de la Moncloa, siempre condenaron a ETA. ¿Quiénes son todos estos chisgarabises para llamar comunista a todo el mundo y usar esa palabra como un insulto? No hace falta ser comunista ni de izquierdas para decir esto. Basta con ser demócrata.

La libertad se entiende mejor en plural. La libertad avanza cuando avanzan las libertades. En singular puede ser cualquier cosa, pero dicha en plural se entiende mejor si avanzan o retroceden las libertades con la censura de libros de texto, con la prohibición del aborto, la homofobia, la mofa de la discapacidad o la imposición religiosa. También hay que decirlo.

La guerra cultural que proponen sectores de la derecha es la de hacer doctrina explícita de la falsificación de la historia, la eliminación libertades y el clasismo y la desigualdad. Es la guerra cultural que llevó a Hungría a una dictadura de hecho. Que nos expliquen las lumbreras de izquierda de Andalucía qué es lo que está en juego. Y quienes sientan la tentación de dar pellizcos de fraile o de monja a la única plataforma de izquierdas viable, que hagan prácticas en ascensores y entrenen cuándo hablar y cuándo soplar la armónica.