El escritor gallego y los notarios

OPINIÓN

Presentación de Suso de Toro de  Un señor elegante  en Santiago
Presentación de Suso de Toro de Un señor elegante en Santiago Sandra Alonso

05 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La tradición llamó al mes de mayo el de las flores y de las vírgenes, lo cual es de mucha coherencia, teniendo en cuenta que las flores, claveles rojos y rosas blancas, son genitales, si, si, genitales hermosos de las plantas; y, además, en ese mes los «bichitos», también los llamados salvajes, copulan sin parar. Todo se confunde y mezcla en ese mes, incluso en lo político que hasta los gansos parecen cisnes, caso de los socialistas en Asturias y de los populares en Galicia, mutando en la Xunta.

En ese mismo mes de tanto ajetreo (2022), Alianza Editorial puso a la venta un «librito», que así lo llamó su autor gallego, Suso de Toro, titulado Dentro de la Literatura, que no es malo como muchos ni es inútil como muchísimos. Y debo hacer un reconocimiento a esa Editorial, pues de ella fue el primer libro que compré a finales de los años sesenta del pasado siglo (Ensayo sobre las libertades de Raymond Aron, en la ya mítica colección El libro de bolsillo), siendo el último el indicado al inicio del párrafo.

Comencé la lectura del libro de Suso de Toro al modo que lo hacen los judíos, con el lápiz en la mano. Primero sonreí al leer que el «librito» fue encargo de un jefe del Concello de Santiago, luego me puse triste al saber que tal jefe había fallecido. Un libro de un escritor y de un profesor, que recomiendo su lectura de la manera indicada en mismo libro: «En alta voz, levantando las palabras y escuchándolas».  

Me retó y excitó el texto del escrito que está en el capítulo 2 del libro de don Suso: La palabra escrita. Inocencia y alfabetización. La máquina que lee. Epitafios. El texto dice: «El oficio de notario es de una gravedad tremenda. Las reflexiones de un notario sobre su trabajo deben ser interesantísimas». A don Suso, no obstante, su apellido, creo que no le deben gustar mucho los espectáculos taurinos ?me consta que es de los del progreso-, no obstante, lo cual, sus palabras y sintaxis fueron por mí sentidas como un picor de picador, un banderillazo, y ello por mi condición de notario durante décadas.

Y notario en las sensuales y fantasmales tierras del Condado de Ortigueira, en las Rías Altas gallegas, con «jurisdicción» sobre la aldea de San Andrés de Teixido, tierras y aldea de la Diócesis de Mondoñedo, lo cual es interesante; se trata de una de las diócesis que menos clérigos acumula y con muy justos canonicatos. El obispo Miguel Ángel Araujo, a finales de los años setenta del pasado siglo, me hizo caballero de lo gallego ante San Andrés primero y después bajamos a Cedeira a comer congrios en el comedor del «Badulaque», siendo alcalde don Leopoldo Rubido.

Presumo al decir que el tocador de campanas de la Catedral de Mondoñedo es mi amigo Valentín Insúa, habiendo presenciado el 4 de septiembre de 2021, con ocasión de la ordenación episcopal de Monseñor García Cañidanos, como abrazaba y cogía las campanas para que sus badajos golpearan como es debido. Tal Monseñor fue traído desde Burgos, pues es sabido que en las diócesis gallegas no hay muchos clérigos de aldea que quieran ser obispos.

Don Suso escribió: «El oficio de notario es de una gravedad tremenda»; con o sin manguitos, y en verdad ?añado- con mucho tremendismo. Por eso mismo, en un atardecer, caminando por una corredoira de Couzadoiro, una comitiva notarial compuesta por el notario infrascrito, el oficial escribiente y el perito local o zurupeto, paisanas de la parroquia lanzaron al Cielo jaculatorias y con gestos de alarma, ante el espanto por creer que tal comitiva era la Santa Compaña.

También don Suso escribió: «Las reflexiones de un notario sobre su oficio son interesantísimas». Es verdad, pues todo el proceso que lleva a la firma de una «escritura» es interesante y fascinante por su dificultad, con la casi imposibilidad de que el fedatario autorizante acabe escribiendo lo que quiere el otorgante firmante. Así: una persona ha de tener claro lo que quiere (1); ha de saberlo o poder expresar (2); el notario ha de poseer buenas entendederas (3); y, finalmente, lo entendido ha de saber escribirlo el mismo notario (4). Todo ello muy complicado, tal como es El Proceso de Kafka.

¡Qué decir de los testamentos que obligan a pensar en esa «extravagancia» de que se es mortal…! Muchos, acaso por instinto de conservación, no creen que morirán, aunque hagan testamento; sueñan con la eternidad aquí. Precisamente, por ser todo tan complicado, incluso atrabiliario, el Reglamento manda que el estilo en la redacción de escrituras sea «claro, puro, preciso, sin frases ni término alguno oscuros ni ambiguos». O sea, sin literatura, que ha de ser, como bien sabe don Suso de Toro, el reino o la monarquía para la obscuridad o la ambigüedad.

Y concluyo con dos buenos consejos tanto a los de las Rías Altas como a los de las Bajas, los de Sanxenxo a Combarro: además de animar a leer el libro de don Suso, se ha de tener mucha precaución con los gonococos, que desde hace semanas están sueltos, ¡siendo muy reales!