De nuevo esperamos a los bárbaros

OPINIÓN

Macarena Olona en su última intervención como portavoz del grupo Vox en el Congreso de los Diputados
Macarena Olona en su última intervención como portavoz del grupo Vox en el Congreso de los Diputados Alberto Ortega | EUROPAPRESS

07 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ocho años, cuando colaboraba con Asturias24, el periódico desde el que se gestó el renacimiento de La Voz de Asturias, utilicé el conocido poema de Cavafis en un comentario sobre la salida a la luz de la corrupción del sindicalista y político socialista Fernández Villa. España estaba sumida en la crisis económica. Los escándalos, desde la Gürtel a la caja B, pasando por Valencia, Baleares y los sobresueldos en negro cobrados por los dirigentes del PP, minaban la popularidad de Mariano Rajoy, que vería en 2015 cómo se evaporaba su mayoría absoluta. El descrédito de los hasta entonces dos grandes partidos amenazaba con extenderse a la propia democracia. Podemos, el movimiento heredero del 15-M, representaba a los bárbaros, ajenos al sistema, que despertaban a la vez temor y esperanza. Mucho han cambiado las cosas.

Pablo Iglesias no fue Atila para el Estado, pero sí contribuyó con su exceso de vanidad a destrozar una organización que dejó de ser plural e integradora de la ciudadanía desde sus círculos. Se acercó más a un visigodo orteguiano. Pedro Sánchez, contra todo pronóstico, logró reconstruir el PSOE, pero pecó con demasiada frecuencia de rotundidad en afirmaciones de las que debió desdecirse a los pocos meses, sin que considerase necesario ofrecer demasiadas explicaciones. Buena parte del pueblo soberano lo identificó como ferviente admirador del conde de Romanones, lo que le ha impedido despegar en encuestas y elecciones.

Es indudable que la sucesión de calamidades que ha debido afrontar el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos no le ha favorecido. El piove, porco governo puede ser injusto, pero es una reacción natural de la ciudadanía ante las adversidades. Ahora, la inflación provocada por la guerra es universal, pero poco consuela a quien llena el depósito del coche o va al supermercado que los precios también hayan subido en Nueva York o Berlín.

El actual presidente no carece de dotes políticas, lo ha demostrado, pero le ha faltado intuición en muchos momentos. Precisamente lo que le sobra a Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña supo percibir que estaban hartos de prohibiciones hasta los que las consideraban necesarias. No son solo las cañas. Hoy, en Madrid, como en toda Europa, se puede fumar en las terrazas, una cuestión menor, pero los fumadores votan y la prohibición ya no se fundamenta en que el humo que emiten perjudique a los demás, sino en que el Estado tiene derecho a impedirles que se hagan daño a sí mismos. Sobre el vino o las chuletas no han recaído prohibiciones, pero el simple rumor y propuestas mal explicadas en el peor momento posible han encendido a mucha gente. Lo mismo sucedió con el proyecto de ley que pretendía imponer múltiples restricciones a quienes poseen o desean tener un animal de compañía.

La libertad no solo consiste en el derecho a opinar o a tener fe en una religión o doctrina política, también implica poder vivir sin imposiciones y, en consecuencia, la potestad de equivocarse. La ley solo debe limitarla en lo imprescindible para garantizar la convivencia. Decía John Stuart Mill que «todos los errores que [una persona] pueda cometer por no seguir los consejos y advertencias son un mal menor en comparación con el de permitir que los demás le impongan lo que ellos consideran beneficioso para él».

Las izquierdas cometieron un grave error al cederle a las derechas la bandera de la libertad. Núñez Feijoo, hábil, esquiva los charcos liberticidas tradicionales del conservadurismo: la negación de la libertad de las mujeres para decidir si quieren ser madres, las restricciones a la libertad sexual, la imposición de determinadas formas de matrimonio, la persecución de la disidencia ideológica que consideran «radical», la limitación de los derechos de asociación, huelga y manifestación. Son cosas que deja en manos de Vox, aunque el PP no haya retirado los recursos contra la ley del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es posible explotar esas contradicciones entre el sedicente liberalismo y la realidad del autoritarismo derechista, pero para ello las izquierdas deberían dejar de dar la impresión de que quieren dirigir desde el poder la vida de la gente.

El nacionalismo español es otro factor que favorece la ascendente marea derechista. Buena parte de la izquierda no supo apreciar su fuerza, que se manifestó tras la crisis catalana. Las derechas, especialmente Vox, lo explotan con éxito. No es fácil lograr un equilibrio entre nacionalismos encontrados, ni las oscilaciones de Pedro Sánchez ni la ambigüedad de Unidas Podemos lo han logrado. A Núñez Feijoo ya le están dando dolores de cabeza.

En menos de quince días veremos hasta dónde sube la mar. Una clara derrota en Andalucía supondría una catástrofe para el PSOE y para las formaciones situadas a su izquierda. Castilla La Mancha parece inclinarse hacia la derecha, en Aragón la mayoría actual ya era endeble y las encuestas dan ganador al PP, la situación de Valencia no es clara, solo Asturias y Extremadura aparentan más firmeza, pero su peso demográfico es escaso. No se aprecia dónde puede estar el «granero de votos» de las izquierdas en 2023.

Estos bárbaros, el pijo franquismo de Vox, no son, como aquel Podemos, «una cierta solución», representan una amenaza seria para la democracia, lo están mostrando en Castilla y León, a pesar de lo limitado de sus competencias. El domingo, su principal adalid mediático los presentaba en su artículo estrella semanal como el nuevo Movimiento Nacional, con mayúsculas y sin complejos Un PP asentado sobre la marianista indefinición ideológica no parece una barrera fiable contra ellos. El liberalismo político murió en España con la dictadura franquista y no ha renacido, aunque algunos utilizaran su nombre en vano. Las izquierdas, todas, desde el PSOE a IU, Podemos, Más País y los nacionalistas menos sectarios y ensimismados, no deberían limitarse a esperar la llegada de los bárbaros como algo inevitable. Sería bueno que se olvidasen de la teología y reflexionasen sobre sus errores de estrategia, sobre qué preocupa de verdad a la ciudadanía.