Gijón: los toros que fueron

Álvaro Boro

OPINIÓN

Entrada a la plaza de toros de El Bibio en Gijón
Entrada a la plaza de toros de El Bibio en Gijón

18 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace poco pasé por delante de El Bibio, y vi la plaza sin vida. Me resquema esta imagen y el recuerdo de todo lo allí vivido y de la felicidad disfrutada en compañía, que siempre es la mejor. Este año, por ordeno y mando de Ana González, probablemente la peor alcaldesa de la historia de Gijón, nos quedaremos sin toros en Begoña, sin poder vivir esas sensaciones de plenitud y éxtasis a las que nos conduce la tauromaquia: la forma más sublime de hacer arte, la única donde el artista expone su vida para generar la belleza. Lo peor de todo es que esta prohibición sale del desconocimiento supino y la ignorancia de esta edil que parece despreciar cuanto ignora. Actuando de forma despótica y arbitraria: guardemos y protejamos la Cultura y las tradiciones, pero sólo las que me gustan. Porque en esta sociedad líquida que se nos escapa entre las manos ya todo es Cultura, entonces nada lo es y así se maniobra y manipula en la política.

Santander, ciudad vecina, aprovecha el río revuelto y patrocina su feria en Gijón, saben que hay dinero y se mueve, y sólo los necios hacen oídos sordos al ruido de las monedas. También León capta a los aficionados asturianos, que como antaño ocurría con los desnudos en las películas que había que pasar a Perpiñán para verlos, los taurinos tenemos que cruzar las fronteras del Principado para poder disfrutar de esta pasión permitida y protegida por la ley. El despropósito más absoluto es que en una plaza de toros se programe todo tipo de eventos, pero que se prohíban los toros. Así ocurre en esta comunidad del norte de España, donde el sentido común ya no estoy seguro si imperó alguna vez o quedó sepultado bajo millones de fondos mineros.

Y sin toros en Begoña también morirán los vermús toreros, esos que se alargan hasta entrar a la plaza; las sidras por La Arena que acaban en comida; las visitas a La Pondala; callejear por Somió y acabar de copas con algún Maestro; los niños a la puerta del hotel para inmortalizarse con los matadores; los dry martini en Los Potros; el menú de todos los años en el Café Central; las resacas curadas a base de «ooooole»; la copa y puro en las terrazas atestadas alrededor de la plaza; los jóvenes que se sacan unos euros currando durante la corrida para luego gastarlos por la noche en copas; las parejas, ancianos y jóvenes, que van de la mano a los toros; las guerras por conseguir entradas; el «tengo un amigo que hoy no va, vente y miras a ver si te gusta. Y si ves que no, pues te tomas ahí algo» y luego se hace el más aficionado; los señores que enseñan y los que sólo se quejan; los gitanos de clavel lanzando alabanzas al poderío; las chicas rubias de moreno eterno y los chicos de tres botones desabrochados; la gente bien de toda la vida y la buena gente, que a veces son la misma y otras no; el pasear por Fomento lanzando verónicas a la vida; el entrar a matar en el amor.

Todo esto y más vamos a perder. Y tenemos que hacer algo para que no sea para siempre, la esencia de una ciudad, de un verano, de su gente, ajusticiada por una alcaldesa que parece querer prohibir lo majestuoso.