Medidas y buenas políticas

Erika Jaráiz Gulías
Erika Jaráiz Gulías PROFESORA DE CIENCIA POLÍTICA Y DE LA ADMINISTRACIÓN Y MIEMBRO DEL EQUIPO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO

OPINIÓN

Jesús Hellín | EUROPAPRESS

29 jun 2022 . Actualizado a las 08:39 h.

Recordaba Pedro Sánchez, con razón, el esfuerzo del Estado para paliar las dificultades que atravesamos los españoles y españolas en esta sucesión de crisis que golpean al mundo desarrollado desde el 2008. Y no es para menos, es fácil pedir que se bajen los impuestos cuando no se gobierna y luego llegar al Gobierno y que las supuestas rebajas no se noten en los bolsillos de los ciudadanos, porque, para unos y para otros, hablar cuando no se tienen responsabilidades es sencillo y callar cuando se gobierna también.

En menos de quince años hemos pasado por una crisis de origen financiero, una de origen sanitario y una tercera de origen bélico; y las tres han golpeado al mundo en un momento de transformación económica y social vinculada al nacimiento de las nuevas sociedades tecnológicas y las políticas públicas asociadas a estas transformaciones.

La primera crisis nos demostró que pase lo que pase hay que salvar a la banca, y que los ciudadanos, como paganos, podemos con todo. Los bancos nos hicieron responsables de los productos que nos habían vendido y crearon un negocio periférico a la concesión de créditos que solo aporta rentabilidad al propio banco. El Estado, todos nosotros, asumió la deuda y la banca siguió dando beneficios. Sociedades como la española tardaron años en recuperar el empleo y nos dimos cuenta de las debilidades de los sistemas de protección de las clases medias, pero apenas creamos políticas de prevención.

La segunda crisis, la del covid, nos enseñó la debilidad de los sistemas sanitarios, el arrastre económico y social que venía detrás, y las diferencias entre los mundos desarrollados y los emergentes —bonito eufemismo— a la hora de enfrentar el reto pandémico. La crisis nos encontró más preparados y a Europa más dispuesta a crear mecanismos de protección de las clases medias, como los ERTE, o a incentivar la recuperación en una apuesta de transformación energética, tecnológica y social, aunque nuestra sanidad siga en precario.

La tercera, la de origen bélico, dejó claro las debilidades institucionales de los aparatos internacionales, de la propia diplomacia, y de las estructuras de control cuando un actor importante está dispuesto a saltarse las normas. Pero, además, demostró muy pronto las costuras de la globalización, de la apuesta por monopolios energéticos aparentemente mejores, de las incomodidades que está dispuesto a aceptar el primer mundo, o de que al final, si faltan recursos, nosotros pagaremos más y el tercer mundo se quedará sin ellos.

Es bueno que los gobiernos tomen medidas, mejor tomarlas que no tomarlas, mejor aún si las tomaran pronto; el problema es que los ciudadanos piensen que algunas de estas medidas son la respuesta estratégica a un resultado electoral, y que, aunque supongan un esfuerzo para las arcas del Estado constituyen un recurso muy limitado en el bolsillo de los ciudadanos. Quizás porque las mejores medidas, son las buenas políticas.