Clerigalla contra mujeres y serpientes en Melilla, todos por la vida

OPINIÓN

AMDH-NADOR | EUROPAPRESS

02 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En 2018, por mandato del gobierno saudí, descuartizaron y mataron, por ese orden, a Jamal Khashoggi, periodista del Washington Post. Según parece, hay grabaciones de los gritos que dio mientras lo desmembraban. Hubo una conmoción internacional, a pesar de que Khashoggi solo era un individuo y el mismo gobierno saudí había ordenado matanzas de miles de personas en Yemen. En una narración lo que hace que un individuo sea un personaje es que haya algo que lo especifique. En Los pájaros amarillos, de K. Powers, unos soldados americanos en Irak tienen un intérprete. Un intérprete, dicho sin más concreción, no es un personaje, es un sujeto sin rostro ni circunstancia, no es nadie. Se hace personaje cuando se concretan detalles: se llama Malik, era estudiante de literatura, llevaba capucha porque matarían a su familia si saben que es intérprete para los soldados invasores y les muestra el campo donde la señora Al Sharifi plantaba unos jacintos que envidiaban sus vecinas. Así el intérprete ya es persona y personaje y así, cuando a continuación lo mata una bomba, el lector siente una punzada en el ánimo que no hubiera sentido si muere un intérprete anónimo. Unos miles de yemeníes, aunque sean miles, son gente sin rostro y sin relato. Khashoggi era uno, pero con nombre, circunstancia y relato atroz. Por eso solo su muerte fue la que conmocionó. En las películas de aventuras de blancos en la selva, los nativos no eran personajes. En cada falla se caían al precipicio un par de negros, en cada río que cruzaban los cocodrilos se comían a otro par, en las arenas movedizas se hundía otro. No había tragedia, eran gente sin especificidad y los negros son todos iguales.

Algo así pasó en Melilla hace una semana. Esos 37 muertos no conmocionan. Parecen negros en una película de Tarzán cayéndose por algún precipicio. Hermann Tertsch diría que no son blancos ni cristianos. Tertsch desempeña la función natural de Vox: apestar. Pero lo peor de sus palabras no es su infamia, sino su verdad. Si los soldados rusos mataran a golpes a 37 ucranianos, con toda la razón nos conmocionaríamos. Pero estos 37 muertos de nuestra frontera, matados a golpes, dicen que para defendernos, son apenas un murmullo, como mucho un rifirrafe político. Ni blancos, ni cristianos, ni nombres, ni circunstancia, ni relato. Ante una explosión de la central nuclear de Ascó con 37 muertos, Sánchez no habría mostrado su apoyo a la energía nuclear diciendo en caliente ante los 37 cadáveres que la nuclear es una energía bien resuelta. Apoyaría la energía nuclear, pero después, primero tendría cara de funeral y palabras para los muertos y sus familias. En Melilla murieron 37 personas, pero ni siquiera fue un accidente. Murieron a golpes infligidos por uniformados que, si no eran nuestros, trabajaban con los nuestros. Sánchez dijo después que no habría dicho lo que dijo si hubiera visto las imágenes. ¿Pues qué hubiera dicho? Ahora que vio las imágenes, ¿por qué no dice lo que hubiera dicho? Pero, así como no podemos ignorar la verdad de las palabras de Tertsch, tampoco podemos ignorar la sintonía de Sánchez con la nación y la temperatura política. En Melilla murieron africanos sin rostro, la opinión pública no lo siente como si hubiera muerto alguien, parece un accidente que vaya por Dios pobre gente.

La verdad es que España pasa hacia Marruecos el gas americano que alivia su desesperación energética por el corte de suministro de Argelia y Marruecos corta de cuajo el flujo de inmigrantes que va hacia España. Gas o personas pueden ser lo mismo cuando se busca el bien de la nación. La verdad es que Marruecos tiene una posición muy fuerte por el respaldo e interés de EEUU, la verdad es que España ve la doble ventaja de alinearse con EEUU y con la futura potencia del Magreb y la verdad es que Marruecos, con la OTAN en Madrid, mostró su solvencia como potencia de futuro para controlar la inmigración, como cuando en la visita del emperador se hacía alguna ejecución para mostrar la fortaleza local. Ya lo dijo Meloni con voz de poseída de El Exorcista: sí a la vida, sí a fronteras seguras. La cultura de la vida incluye matanzas en las fronteras. De las mentiras repetidas hay que desconfiar porque son mentiras, es obvio. Pero las verdades indiscutibles, cuando son demasiado reiteradas o sobreactuadas, también deben mover a desconfianza. Ya vivimos temporadas con el mismo titular reiterando todos los días la misma verdad sobre Venezuela, mientras le lamemos el culo a Qatar, reímos la gracia a las relaciones del emérito con Arabia o Abu Dabi y toleramos la dictadura húngara en el corazón de la UE. Ahora reiteramos cada día la brutalidad de la agresión rusa, y lo reiteramos con razón, porque es una brutalidad y porque es legítimo el interés propio en una guerra de la que somos parte. Pero las verdades sobreactuadas son una técnica de iluminación que deja en sombra otras cosas. La invasión del Sahara por Marruecos no tiene el mismo tamaño que la de Ucrania por Rusia, pero son hechos de la misma naturaleza. Y las matanzas de ucranianos blancos y cristianos son hechos del mismo tipo que las matanzas de africanos oscuros con las creencias que tengan. Por supuesto, todo fue por la vida y por nuestra seguridad.

Mientras la serpiente de la inmoralidad se enroscaba en palacio, reclamaba atención otra amenaza de nuestra democracia (porque lo de matar gente sin afectación del Gobierno ni de la opinión pública, además de ser feo, socava la democracia). La ultraderecha y la Iglesia se juntaron en Madrid para reclamar su derecho a eliminar los derechos de los demás y a imponer en libertad sus dogmas al prójimo. Quieren aprovechar la onda expansiva del Supremo de EEUU, secuestrado por los ultras, para eliminar el derecho al aborto. Tienen el terreno abonado por el escándalo de que el Constitucional haya aceptado, a la húngara, tener autoridad sobre tal derecho, como si no fuera un asunto de los legisladores electos. Pero, como en EEUU, la intención va más allá del aborto. La emoción religiosa, cuando se desquicia el ambiente político y social, rápidamente crea un vínculo en las colectividades. Por su carácter compulsivo y jerárquico, por los límites severos que imponen el miedo y la culpa oscuramente cultivados por la Iglesia en los creyentes, la religión es un eficaz conductor de poder y de valores reaccionarios. Es el plasma donde maduran los fascismos actuales. El respeto al legítimo credo religioso y a la propia Iglesia es la tapadera de una olla en cuyo fondo bulle un intenso activismo de ultraderecha fuertemente financiado. La clerigalla salió a la calle para hacer lo que siempre hizo: ser parte de las fuerzas más reaccionarias y mantenernos sometidos e ignorantes. Eso sí, siempre por la vida, como en Melilla. El PP de Feijoo, recordemos, mantiene secuestrados los órganos judiciales, es quien metió en el Constitucional el derecho al aborto y empieza a acusar al PSOE de querer manipular las próximas elecciones. Puro Trump. La palabra ultraderecha encierra ya una redundancia. No hay más derecha que la ultra.

Tan necio es simplificar lo complejo como complicar lo sencillo. Es muy sencillo ver el bien y el mal cuando un país invade a otro, cuando se mata a gente como gesto político, cuando la clerigalla se manifiesta contra los derechos de las mujeres y cuando los fundamentalistas religiosos corrompen la justicia para socavar la democracia e imponer su fanatismo enloquecido. Es una inmoralidad complicar lo que es moralmente simple. Ya que está de moda la palabra, la resiliencia de la democracia depende de la claridad de nuestros principios y de nuestra firmeza en ellos. Al final, todo pasa por la opinión pública. Por eso gastan tanto dinero y presiones en propaganda. Todo pasa por nosotros. Esta fue una mala semana para la democracia. Y no es igual que el gran ojo demoscópico nos vea despistados que con los puños apretados.