Vejez y violencia

OPINIÓN

Manifestación contra la violencia machista del 25N en Asturias
Manifestación contra la violencia machista del 25N en Asturias IU GIJÓN

10 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Tal vez el título del artículo llame más la atención que si fuese  «Senilidad y violencia doméstica», pero éste pudiera ser más preciso, más revelador de la tesis principal, que es poner de manifiesto como una de las patologías de la vejez, la llamada senilidad mental, hace aflorar en quienes la padecen comportamientos violentos, primitivos, como de reptiles. Esas mismas personas, domésticamente violentas, en tiempos anteriores y estando sanas, permanecieron reprimidas o frenadas por factores o exigencias sociales, incluso por la llamada  «educación». Comprendo la tranquilidad y el reposo requeridos por este tema, también la dificultad, afectando ya a muchas personas.  

Es como si la no consciencia, el no control por el enfermo anciano de lo que dice y hace, permitiese revelar todo, sin excepciones y sin auto-control, saliendo amores, deseos inconfesados y obsesiones. Sin ese auto-control se descubren muchas verdades de la vida de los seniles afectados, para escándalo de los próximos. El asunto de la violencia entre sexos, en especial de la violencia física de los hombres contra las mujeres, siempre es de interés, en cualquier tiempo, y también en la senectud, aunque de ello apenas se escriba y se hable con voz baja. 

Tuve ocasiones de contemplar y tratar el  asunto de la violencia doméstica, teórica y prácticamente, en diferentes quehaceres profesionales. Unas veces, con el secreto y la franqueza que da el quehacer testamentario, que es, por ser pensamiento de muerte, de verdad y alejado de bobadas o ensueños; escuché así relatos de mujeres con vidas desgraciadas, con dignidades perdidas por malos tratos y violencias. Otras veces presencié falsos alegatos de mujeres falsarias acerca de supuestos malos tratos, inventados  con el fin torticero y de engaño para conseguir lo que de otra manera les sería negado por los jueces. 

Y no puedo omitir mi asistencia a juicios penales en los que lo que debía esclarecerse era la espantosa muerte misma y violenta, asesinatos, de mujeres a manos de hombres, llamados maridos o amantes. Ya dejé escrito, aquí en La Voz de Asturias, en el artículo Feminismo y Covid 19 de hace años, mis pensamientos; el de la diferencia esencial entre lo masculino y lo femenino y el de que la mujer para el hombre es lo diferente y retador, es lo «otro». No hay, en consecuencia, reto ni desafío en la solitaria masturbación, ni en la relación sexual entre personas del mismo sexo; tampoco en los llamados estados de vida asexuados, que, pareciendo muy tranquilos, no lo son tanto, siendo imposible que lo sean, al ser fuente de neurosis, de neurastenias y de perversiones según explicó Freud.

 ¡Cuánta razón tuvieron mujeres exigentes, como Alma Malher, María Bonaparte y Delphine Horvilleur, entre otras, al proclamar que los hombres, temen a las mujeres! En el golpear de hombres a mujeres hay muchas motivaciones, incluso hasta complejos o realidades de impotencia, masculina; ser impotentes.

Me interesó una reciente Sentencia de la Sala 2ª del Tribunal Supremo español, de fecha 1 de junio de 2022, que, entre otras cuestiones, analiza, sin admitirlo naturalmente, las violencias contra las mujeres ejercidas por varones que encuentran amparo, para sus fechorías, en instituciones que la sociedad tanto respeta, caso del matrimonio.  El dato de la edad del agresor, de 85 años al producirse los hechos criminales en 2017,  y de 83 años la de su esposa, víctima o sujeto pasivo, condujo mi pensamiento, no a las generales explicaciones de las violencias de hombres contra las mujeres, sino a lo específico de esas violencias, muy frecuentes, en la llamada senectud o vejez, cuando ya por razón de edad, las capacidades intelectivas disminuyeron (senilidad). 

Asunto muy importante que, como muchas cuestiones de la vida familiar, está muy oculto y que se sufre de manera sigilosa, calladamente, dentro de las paredes del  «hogar», para que muy pocos se enteren, temerosos del  «qué dirán» de lo que ocurre. Muy constitutivo de una cierta hipocresía familiar, pues la familia, digámoslo ya, y sin hacer caso a predicaciones estúpidas, es fuente de algunos bienes y también de muchos males, de los peores infiernos. Lo que es infierno, se quiere aparentar de cielo. 

Y cuando escribo de familia, me refiero tanto a la llamada propia como a la impropia, o sea, a la llamada política; muchas veces dos experiencias  «familiares» en las que no falta el teatro o el teatrillo para ocultar que, en realidad, lo bueno de la  «familia» es mentira. Me viene al recuerdo la respuesta del escritor Umbral a la pregunta de si él creía en los títeres, contestando:  «¡Cómo voy a creer en los títeres, si soy el que los mueve, abajo, escondido en el escenario!». Pues eso. 

Si la agresiva masculinidad contra lo femenino tiene sus raíces hundidas en capas geológicas primitivas y profundas, al margen del idiota alardear de ideologías de izquierdas, de considerarse progresista, la sociedad y la educación de hoy tratan de frenar impulsos tan primitivos, de  «cosificación» de la mujer, formándose un consenso de que la violencia es lo que es: reprochable y que mancha. Eso, unido al temor a la privación de libertad por sanción penal, es un freno que trata de reducir las violencias contra las mujeres a lo secreto, a lo tapado y a lo oculto, no pudiéndose evitar que a veces, sólo a veces, salga a la plaza pública con escándalo.  

En ciertas edades avanzadas, de la vejez o senectud, por disfunciones y disminuciones neurológicas o cerebrales, los amortiguadores del primitivismo, que son la conciencia social y la educación personal, dejan de funcionar, y lo más primitivo reina sin límite. Eso explica la perplejidad y los temores y asombros de hijos e hijas, espantados ante lo que hacen y dicen sus ascendientes, hasta ahora desconocidos, antes siempre tan correctos y ahora tan maldicientes e incluso violentos unos contra otros. ¡Qué de hijas e hijos, en particular ante las violencias de su padre hacia su madre, no se atreven a dejarlos solos, o buscan, asustados, separarlos en una residencia  «para mayores»! 

Y unos ancianos, los españoles, que fueron en su día testigos, lo vivieron, de que hasta la Ley 4/1975, de 2 de mayo, no se reconociera la capacidad de obrar de la mujer casada, existiendo hasta entonces un precepto en el Código Civil, el artículo 57, que obligaba al marido a proteger a la mujer, y ésta obedecer a aquél. Y hoy unos ancianos que se enteraron de que gracias a la Ley 22/ 1978, de 26 de mayo, se despenalizó el adulterio y el amancebamiento. Todo hace muy poco.

En el año 2018 se celebraron en Zaragoza unas Jornadas sobre el tema «Matrimonio, gestación y senectud», en la que especialistas del Derecho Civil se preguntaron si la senectud no sería un estado civil de la persona, señalando que el Código Civil no da a la llamada senectud un tratamiento específico ni determina fecha de partida. Y los penalistas nada manifestaron y siguen sin manifestarlo.