Derechos para quienes cuidan

OPINIÓN

Protesta de trabajadoras de ayuda a domicilio en Oviedo
Protesta de trabajadoras de ayuda a domicilio en Oviedo Eloy Alonso | EFE

17 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo habrán escuchado muchas veces en estos últimos años: cuidar a las que cuidan. Un reclamo sencillo pero que incide en una discriminación histórica, pues han sido y son las mujeres quienes de forma mayoritaria sostienen los trabajos de cuidados, remunerados o no, que permiten el funcionamiento de la sociedad. Atender a las personas mayores, a las menudas, a quienes tienen algún grado de dependencia; pero también el trabajo del hogar que lentamente dignificamos mediante la reciente ratificación del convenio 189 de la OIT.

Este artículo trata de las esenciales invisibles: de las trabajadoras (mayoritariamente mujeres) del Servicio de Ayuda a Domicilio. Desde ayer, 16 de agosto, han iniciado una huelga boicoteada con imposibles servicios mínimos para recordarnos algo doloroso: las mujeres que se ocupan de las personas más vulnerables de nuestra sociedad no llegan, en su inmensa mayoría, al salario mínimo interprofesional, no tienen reconocidas enfermedades profesionales derivadas de mover, asear y dar dignidad y respeto a otros cuerpos. No tienen coeficientes de reducción en sus pensiones de jubilación, son en su mayoría trabajadoras al frente de familias monomarentales, muchas migrantes. Están a merced de lotes, contratos, encomiendas de gestión entre los gobiernos autonómicos y locales que subastan los cuidados de estas mujeres como si no fueran eso, mujeres, trabajadoras, muchas veces machacadas físicamente por su profesión de formas que más que cuidadoras del servicio hace pensar que algunas, al no poder jubilarse a edades más lógicas, deberían ser usuarias.

Podemos siempre se ha puesto al lado del SAD. De sus trabajadoras que reinventaron las formas de lucha ante un sindicalismo tradicional que históricamente no había sabido ver el valor de los trabajos feminizados, y poco a poco comprende, de esa fuerza de trabajo que pone el cuerpo para dignificar los cuerpos más vulnerables de nuestra sociedad; como si cuidar siguiera siendo esa indiscutible tarea y mandato femenino.

Las trabajadoras del SAD, que siendo obreras son precarias y se ven abocadas muchas veces a recurrir a los servicios sociales para la propia subsistencia de sus familias no quieren nuestra compasión sino nuestro compromiso. Su lucha de años por la condición pública y municipal de estos servicios nos da ejemplo. Todas y todos, inexorablemente, necesitaremos que nos cuiden en diferentes etapas de nuestra vida. Algunas personas lo precisarán de una forma aguda, por dependencia, por diversidad funcional… pero el SAD debiera ser, como la Atención Primaria, una de las joyas de la corona de nuestro sistema público de garantía de los derechos de todas y de todos.

Están en huelga las que se quiebran el cuerpo para que nuestras personas mayores, por ejemplo, no tengan llagas en sus cuerpos por su inmovilidad. Están en huelga las esenciales porque la dignidad de nuestra carne se mide muchas veces en cómo de posible es la calidad de vida ante situaciones físicas complicadas. Están en huelga porque no llegan al salario mínimo. Están en huelga sin quebrarse. Y la Asturies que quiere afrontar el reto demográfico no puede permitirse que esa legión de obreras de la dignidad sea vapuleada por empresas que juegan con ellas, con nosotros, como si fuéramos prescindibles peones recambiables.

El gobierno de Asturies debe apostar por que el SAD sea siempre público, siempre digno, sin trocear sus servicios ni brindárselos a empresas que prevarican, que favorecen el intrusismo profesional. El gobierno deben sentar a todos los ayuntamientos, como administraciones competentes, y establecer un pacto por la dignidad en los servicios y trabajos de cuidados en nuestro país. Cualquier otra postura sería una infamia. Porque de la pandemia, se supone, íbamos a salir mejores.