La aflicción de la primera ministra

OPINIÓN

La primera ministra de Finlandia, Sanna Marin.
La primera ministra de Finlandia, Sanna Marin. DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

27 ago 2022 . Actualizado a las 14:51 h.

Si Sanna Marin cae, serán dos los mandatarios europeos que en unos meses han podido comprobar que una fiesta siempre es una bomba a punto de explotar. A Boris Johnson lo ejecutaron sus compañeros de partido tras una colección insoportable de fotos en las que el primer ministro trasegaba digestivos en plena pandemia. Un poco más al norte, Sanna Marin boquea en lo que parece una estrategia de derribo por capítulos de la que la finlandesa se está defendiendo como si fuera culpable.

De alguna manera, Johnson y Marin nos representan a todos. Las mejores fiestas ocultan el caos en su alma y es justo ese peligro el que las hace irresistibles. La literatura de las grandes parrandas es de una suculencia adictiva, aunque en todas ellas chirríe un aroma de sociedad estamental, como si los guateques como dios manda con todos sus excesos en nómina solo se les perdonaran a los ricos. Donde los pobres montan bulla, los instalados disfrutan. Errol Flyn contó en su imprescindible Aventuras de un vividor los detalles de una existencia pendenciera elevada a referencia por ser él un mito del cine. El tipo más marchoso del Hollywood de los 40, el hombre que animaba las veladas tocando el piano con su pene, reivindica en sus memorias esa existencia exagerada: «Vivir he vivido muchísimo, como un glotón comiéndose el mundo».

No veo en Marin la misma seguridad a la hora de zanjar su derecho a la fiesta. Sus explicaciones suenan a ese remordimiento que a veces te visita por las mañanas en el instante en el que la jarana deja de tener gracia. Se ha investigado poco ese momento, el delicado proceso íntimo en el que pasas de la farra a la melancolía en un tiempo pequeñísimo. Ese minuto lady halcón en el que conviven en tensión la crápula que eres con la cabal que te asiste. A la primera ministra finlandesa se le ve estos días esa aflicción de quien cree que se ha equivocado de noche. Y probablemente de amigos. Mala estrategia.