Simplicidad y firmeza en la madeja del nuevo curso político

OPINIÓN

Joe Biden pronuncia su duro discurso contra los republicanos afines a Trump
Joe Biden pronuncia su duro discurso contra los republicanos afines a Trump Doug MillsPOOL | EFE

03 sep 2022 . Actualizado a las 09:33 h.

En la célebre Juego de Tronos hay un momento en que el honorable Jon Nieve ahorca a un niño de conducta también intachable. Ni siquiera en medio del ahorcamiento, cuando el niño colgado acompaña los estertores con espasmos de sus piernas, el espectador deja de percibir a Jon Nieve como un personaje honorable y digno. Es un caso de moralidad compleja, en el que entran muchos factores en la ecuación del bien y el mal y ni siquiera ahorcar a un niño es nítidamente el mal. En La naranja mecánica el espectador repugna la violencia sádica de Álex. Después, cuando es atrapado y sometido al perverso tratamiento Ludovico, al mismo espectador le asquean las atroces técnicas que llevan a Álex a un sufrimiento extremo, para mecanizarle la conducta y hacerla ajena a opciones racionales o morales. El espectador abomina del resultado de tan siniestra terapia. Es el caso opuesto a Juego de tronos, es un caso de moral simple. El espectador está siempre algo desorientado en la película, porque todo lo que ve es comprensible pero raro (es lo que significa la expresión «naranja mecánica»). En situación normal, mucha gente consideraría merecido el sufrimiento de Álex por su violencia sádica. Pero el espectador aturdido por una naranja mecánica continuada tiene una moralidad amnésica y simple. Cuando presencia las maldades de Álex, siente que eso está mal. Cuando torturan a Álex y le perturban la mente, siente que eso está mal. No hay factores en la ecuación, lo que está mal está mal.

Nos gustan los ciclos temporales, porque en el tiempo sin forma nos extraviamos. Por eso el mes de septiembre, con la cosa de la vuelta de vacaciones y a la actividad plena, y el mes de enero, por empezar el año, nos hacen el efecto de recopilar y rediseñar propósitos. Un conjunto de cables enredados ilustra cómo es nuestra conducta inteligente más habitual. Siempre es claro y sencillo el siguiente paso que hay que dar y siempre es confusa la secuencia completa que desenredará y separará los cables. Lo que tenemos por delante en este curso que empieza es una maraña confusa:

Estamos en una guerra en la que se trafica, además de con vidas humanas, con la energía y la alimentación (más vidas humanas).

Las derechas y la clase social a la que representan se van de la democracia. En EEUU, Joe Biden acaba de hacer una alocución a la nación para defender la democracia. Trump y el Partido Republicano ya no aceptan el juego. Los jueces del Tribunal Supremo se unen a la corrosión de la Constitución. Trump y amplios sectores republicanos defienden sin tapujos la violencia ante seguidores armados hasta los dientes. Sucede en EEUU, esto es serio. La derrota de Sarah Palin en Alaska es un respiro momentáneo (no olviden los cariños que le brindó Esperanza Aguirre). En Italia encabeza los sondeos un partido explícitamente fascista que se hace selfies ante estatuas de Mussolini, que pactará con dos partidos lacayos de Putin. En el Grupo Popular europeo ya se aceptan pactos con la extrema derecha. En España, las derechas consideran ilegítimo al Gobierno salido de las urnas y ya extienden el bulo de un próximo pucherazo en las elecciones. Propalan que los impuestos son para que se forre el Gobierno. Son el dictador Trump todavía sin levadura. Hay jueces en conspiraciones mafiosas y mediáticas de derecha y ultraderecha. El avance se debe a la financiación. La democracia es atacada por los de arriba, no por los de abajo; por las derechas, no por las izquierdas.

·                    Está casi desaparecido el intermediario entre los hechos y el público: el periodismo independiente (no dije neutral; dije independiente). El ruido de las redes sociales, la gestión lacayuna de periódicos palmeros y el entramado de intereses que están detrás de los principales medios ahoga la información. La percepción del público está infectada de bulos y campañas interesadas y bien financiadas. La polarización, también orquestada e interesada, hace que no se relacionen las noticias y las palabras con los hechos, sino con las pulsiones emocionales; es decir, que no importe la verdad. Que Sánchez sea un terrorista que quiere romper España es una falsedad palmaria. Pero las palabras no se relacionan con los hechos, sino con las emociones. Si Sánchez es un hijo de puta que había que fusilar, las palabras que lo llaman terrorista no encajan con los hechos, pero sí encajan con el odio. Así se llena el ambiente de embustes disparatados a la medida de los interesados, sin que importe que sean embustes. El odio y el racismo se mastican. La democracia no resiste alucinaciones colectivas. No son unos y otros. Son los ricos, son las derechas.

Si el estado de derecho se disuelve, con más razón el estado social. La desigualdad se dispara y se hace propaganda intensa de los valores de la desigualdad. Un sistema impositivo como el de los noventa, cuando los ricos eran muy ricos, lo llamaría filocomunista la propaganda actual. La lucha de clases es un hecho y se intensifica.

El cambio climático no es un temor lejano en el que se pueda creer o no creer. Ya está aquí, avanza rápido y sus consecuencias no cambiarán la vida de las próximas generaciones, sino de la nuestra.

Las izquierdas siguen sin organizarse internacionalmente, a pesar de tener delante de las narices los modelos exitosos de movimientos feministas y ecologistas. Son exitosos porque consiguieron influir en las agendas políticas y la opinión pública. En España, de momento, parece falta de líderes y sobrada de mequetrefes.

Con tanta complicación, tanta conspiración y tanta inestabilidad geopolítica, creo que el nuevo curso debe encararse más con la moralidad simple de La naranja mecánica que con la compleja de Juego de tronos. No siempre es así, pero ahora toca así. No podemos meter tantos elementos en la ecuación del bien y del mal, contextualizar tanto, que acabemos no sabiendo lo que está bien y lo que está mal en momentos en que los males avanzan tan visiblemente. La ocupación del Sahara por Marruecos está mal, en cualquier coyuntura; es el mismo tipo de acto que la ocupación de Ucrania. Que los ricos no paguen impuestos está mal. Que los privilegios de la Iglesia sean intocables en crisis tan feroces está mal. Que no se cumplan los artículos de la Constitución que subordinan toda la riqueza nacional, pública y privada, al bien común está mal. Está mal que no esté bajo control estatal la producción y distribución de la energía y los oligarcas marquen la pauta (el 11 S el Gobierno de Bush metió a sus uniformados en Microsoft, cuando todavía Google, Apple y Amazon no eran lo que son ahora; era una empresa privada, pero el país vivía una emergencia y el Gobierno se adueñó de lo que necesitaba; quizá recuerden que Bush no era comunista). Que estemos entregando la educación a la Iglesia con el dinero de todos y permitiendo que el sistema escolar segregue cada vez más a la población está mal. Entregar tajadas de la atención pública sanitaria al lucro privado y debilitar así la igualdad donde la igualdad es más sagrada para el más sagrado de los derechos está mal. Que la Jefatura del Estado sea un pozo sin fondo de golferías impunes y de elitismo de revista pija está mal.

Simplificar lo complejo es un vicio o una virtud, según los casos. Pero complicar lo sencillo siempre es por incompetencia o por la mala fe de confundir. La simpleza tiene que ver con la necedad; la simplicidad suele tener que ver con la sencillez y el conocimiento. La propaganda antisistema (recuerden, la que viene por la derecha) querrá llenarnos la cabeza de simplezas que distraigan. Tenemos que galvanizar en el ánimo la simplicidad de los principios sencillos y pisar fuerte con ellos ante lo que nos viene estos próximos meses. Toca firmeza y contextualizar solo lo justo. Lo que está mal está mal.