Dios, patria y familia (pecios sueltos)

OPINIÓN

Giorgia Meloni, líder del ultraderechista Hermanos de Italia, celebrando su triunfo en las elecciones legislativas
Giorgia Meloni, líder del ultraderechista Hermanos de Italia, celebrando su triunfo en las elecciones legislativas GUGLIELMO MANGIAPANE | REUTERS

01 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Meloni puede tener razón. Esto no es la llegada, esto es el principio. Ningún descontento popular puede dar lugar a una revolución de las que no gustan a la oligarquía económica. No hay ya una superpotencia que juegue a respaldar eso. Desde que esto es así, desde que no hay revolución que temer, los ricos se convencieron de que el bienestar era una sopa boba que pagaban ellos y de que los derechos eran una malacrianza de gente que no sabía estar en su sitio. Se lanzaron entonces a una lucha de clases sin cuartel deformando y dando de sí la horma de la democracia. Porque la revolución sí es posible, pero el tipo de revolución que lleva al autoritarismo y a que la oligarquía no se quede la mejor parte, sino que se lo quede todo. No sabemos a qué puede llevar la desigualdad y el paso de la frustración a la desesperación. La izquierda debe tomar nota de que en un ambiente tan desquiciado, antes incluso que medidas, la gente quiere sentir que se le está hablando. La ultraderecha convence menos de lo que se dice a la clase baja, pero sí tiene éxito en lograr que la clase baja se sienta ajena a la izquierda. Un punto clave de su propaganda es identificar a la izquierda con la caricatura del pijoprogre. Pero la lucha de clases puede hacerse explícita. Por eso Meloni puede tener razón. Igual esto no es más que el principio.

DIOS, PATRIA Y FAMILIA. Es decir, la dictadura. Son las tres emociones que se invocan para convertir en herejía, traición y agresión cualquier discusión. Dios, patria y familia cierra todos los debates, hace enemigas a todas las diferencias y hace a todos los enemigos el mismo enemigo. La religión como elemento estructural y estructurante del estado es el sectarismo extremo y hace asfixiante el peso de la iglesia de turno. La democracia española no ajustó debidamente la presencia de la Iglesia en una democracia, le mantuvo privilegios económicos y legales anacrónicos y le está entregando con artimañas la educación. La Iglesia fue la primera, antes que la ultraderecha política, en utilizar el lenguaje hiperbólico del odio y, como los clones de Star Wars, acudirá a la orden 66 contra la democracia cuando el momento sea propicio. La patria y el patriotismo, cuando no son obviedades sobreentendidas, son un mal. Quien escribe recela siempre del nacionalismo, porque la actividad política nacionalista siempre tiene un componente de urgencia, de gloria o desastre inminente de la nación, que induce modos políticos de excepción y no de democracia ordinaria. Me molestan todos los nacionalismos, pero sobre todo el que tiene más poder. La familia, otra obviedad, se defiende en abstracto para colar valores mucho más concretos sobre el papel de la mujer, la educación o el orden público y para disparar los miedos y vender seguridades. Algunos creen en Dios y todos tenemos patria y familia. Pero quienes gritan Dios, patria y familia siempre buscaron lo mismo. Bolsonaro aplaude.

MARICONES Y MINORÍAS. Es rara, bastante rara, la persecución de minorías. Los despistados que crean que la exclusión de minorías es problema de las minorías, y que incluso estén ahítos de tanta reivindicación identitaria, deben recordar que siempre que se persiguió a los maricones se persiguió en realidad a maricones, rojos e indeseables. «Yo estuve allí, lo vi todo: inmigrantes, musulmanes, homosexuales, terroristas, degenerados indecentes, ¡tenían que desaparecer!», decía Prothero con cara de asco en V de Vendetta. El autoritarismo siempre demonizó a minorías indefensas para tener un demonio con el que identificar toda disidencia. En la Edad Media eran las brujas. La persecución de minorías es siempre para oprimir a las mayorías. El odio y el miedo uniforman a la gente y crean la hoguera emocional en la que echar a arder a cualquier discrepante. Y no olvide que, cuando este columnista utiliza la palabra «gente», estamos siempre incluidos usted y yo.

¿SE CREEN LOS PROGRES LOS MÁS LISTOS DE LA CLASE? Meloni ganó porque tuvo más votos que los demás. Es la democracia. Seguramente los progres que se alarman creen que los demás, pobres bobos, no entienden lo que solo los listos pueden entender. El argumento parece impecable y, desde luego, se leen columnas de progres listillos que reniegan de «la gente» y su estupidez. La verdad es que los individuos piensan, pero las masas no, y la verdad es que todos somos las dos cosas. Nos gusta ser masa en conciertos, juergas y carnavales, nos divierte que nos absorba la colectividad y no ser nosotros mismos. Y nos gusta, claro, ser individuos pensantes la mayoría de las veces. Cuando se nos pide que hagamos simulacros de incendios, no se nos está llamando bobos. Podría parecerlo, porque lo que hay que entender no requiere muchas luces: en caso de incendio hay que salir en orden y sin precipitaciones. Y nos obligan a hacer simulacros como si fuéramos bobos. En realidad, todos intuimos que, ante una emergencia para la que no hayamos sido entrenados, vamos a reaccionar como masa no pensante y vamos a provocar una tragedia. En situaciones de desesperación, desasosiego, desorientación y hartazgo, y con una propaganda bien diseñada, podemos votar como salimos en caso de incendio, como masa alterada. De eso va la propaganda ultra, de que votemos en estado de agitación, odio y urgencia. La democracia se protege con separación de poderes y un sistema institucional de control y contrapoderes. Por eso la ultraderecha ataca la separación de poderes y ese armazón institucional. Cuando tiene enfermedades autoinmunes, el cuerpo ataca a partes suyas como si fueran extrañas. El episodio de Italia es la democracia atacándose a sí misma e iniciando su disolución. Y no porque los italianos sean bobos. Ya pasó otras veces.

TIENEN PARTE DE RAZÓN. La razón más habitual para apoyar a fascismos, que sin embargo repugnan a la mayoría, es creer que corregirán algún problema especialmente tormentoso. Según el zapato que nos apriete, podemos pensar que al menos se llevarán por delante a la delincuencia, o a los terroristas, o a los putos catalanes y sus monsergas, o al neolenguaje queer y sus mojigaterías, o a los inmigrantes porque ya no reconozco mi barrio, o a las multinacionales que arruinan a los nuestros, o que pondrán en sitio a la UE que nos toma por tontos. Los fascismos no crecen porque haya muchos fascistas, crecen con el apoyo de quienes no lo son. El nutriente de ese apoyo es algún dolor que creemos que ellos corregirán, aunque no nos guste el conjunto. El fascismo es malo, pero tienen parte de razón. Pero el fascismo no tiene versiones light. Todas las puertas conducen al fascismo completo, nunca se apoya parte del fascismo sin apoyar íntegra su maldad. Los despistados y los rojipardos de toda condición deben recordar cómo acaba siempre esto. Siempre acaba con dos evasivas: «hicieron algunas cosas buenas» y «no imaginamos que se llegaría a aquello».

UNIÓN EUROPEA. Desataron truenos y huracanes contra Grecia cuando gobernó Syriza. No era por Grecia. Era por ese populismo de izquierdas que amenazaba con extenderse y alterar a la Unión. Fueron truenos y huracanes. Ahora ganó en Italia un partido que se declara perdedor de la Segunda Guerra Mundial, fascistas que no regatean su nombre. Pero no hay truenos ni huracanes. La UE quiere aplacar a Meloni, ceder algo y que los fascistas cedan algo, nada de truenos. Luego dirán que no imaginaron que se llegaría a esto.

IZQUIERDA. No tiene la culpa de esto, sería un análisis estúpido creer que la causa del auge fascista en Europa está en la izquierda. No tiene la culpa. ¡Pero qué cuadro!

Nada de melancolías. Ya dije, como los rojipardos, que Meloni tiene «parte de razón». Esto no es el final, solo está empezando. Pero lo que puede estar empezando a lo mejor no le gusta a ella ni es un buen negocio para quienes financian el espantajo fascista.