Tanta raza, tanta patria, tantos huevos

OPINIÓN

Los alumnos del Elías Ahuja, en las ventanas de sus habitaciones jaleando los gritos machistas e insultando a las chicas de la residencia de enfrente.
Los alumnos del Elías Ahuja, en las ventanas de sus habitaciones jaleando los gritos machistas e insultando a las chicas de la residencia de enfrente.

08 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dubne y Merak. Son las dos estrellas que forman uno de los lados de la Osa Mayor y que marcan la línea que nos indica dónde está la Estrella Polar. No sé nada más de ellas. La mayor parte de lo que sé de ellas es lo que sé de las estrellas en general. Murray Gell-Mann explica en un par de páginas un concepto científico nada inocente cuando se piensa en términos de sociedad y convivencia. Es la individualidad. En esencia, y un poco tuneada la idea, dice que un objeto tiene tanta más individualidad cuanto mayor sea la información que lo describe con respecto a la información que describe el grupo al que pertenece. El Sol es una estrella. Pero podría escribir sobre el Sol, sus efectos y mis experiencias, páginas y páginas añadidas a lo que sé de él por ser una estrella. Por eso su individualidad es para mí mayor que la de Dubne o Merak, que solo son estrellas con un pequeño dato anecdótico añadido. Mi madre pertenecía a la especie humana, pero lo que recuerdo de ella añadido al mero hecho de ser humana es mucho más que lo que sé de los seres humanos en general. Mi madre no era «gente», tenía una fuerte individualidad para mí. La idea no es inocente.

«No conozco a ese negro. Pero sé que es un negro, no necesito saber nada más». Eso decía Sanford Smithers, el general de ficción de Los odiosos ocho. Smithers niega toda individualidad a las personas de raza negra. Si son negros, no son nada más. No hay información añadida a la del grupo, lo que sepamos de los negros agota todo lo que hay que saber de cada uno de ellos, que son iguales e intercambiables. Cada uno es menos individuo de lo que es para mí Dubne. La razón inmediata y el efecto de cualquier estereotipo y exclusión es la deshumanización (falta de individualidad) de sus integrantes, sea cual sea el grupo señalado. Nunca se hipertrofian grupos (étnicos, religiosos, nacionales, …) respetuosamente. Se hincha el grupo propio para deshumanizar a los ajenos. Cuanto menos necesitemos saber de ciertos individuos, porque ya sabemos que son negros y no necesitamos más; o que son maricones; o sudacas, si se sigue diciendo así; o mujeres, que ya sabemos lo que quieren; o discapacitados, a los que García Gallardo intenta tratar como si fueran normales; o pringados de clase baja, que desconocen lo que otros saben de sobra: cuál es su sitio; cuanto menos necesitemos saber de ciertos individuos, decía, menos tenemos que pensar, porque ya está todo dicho. No es que tengamos que saberlo todo de los demás, estaría bueno. De hecho, la pretendida deshumanización de las ciudades, eso de que no sabes ni quiénes son tus vecinos ni cómo se llaman, a mí siempre me pareció una bendición. Bendita invisibilidad cotidiana. No es deshumanización, porque yo sé que lo desconozco todo de mi vecina. La deshumanización sería creer que lo sé todo de ella porque cecea con acento de Cádiz (no es un chiste; al calor de las circunstancias, anda gente contando lo que tuvo que pasar en Colegios Mayores por cecear o llevar quesos del pueblo).

Es un negocio redondo para los trileros lo de disolver toda individualidad en el grupo y no necesitar saber nada. Cuanto más deshumanices, menos discutible es de quién es la tarta. Pero sobre todo menos falta hacen los razonamientos. De hecho, más sospechosos son los razonamientos, por lo que implican de tanteo de posibilidades y, por tanto, de duda, es decir, de traición. Los grupos de gente sin individualidad sirven para que prendan miedos y amenazas. Sirven para echar al foso del miedo y de la amenaza todo lo que no gusta a los trileros; siempre se persiguió a minorías para someter a las mayorías. Los grupos excluidos sirven para distraer de lo que ocurre agitando cuentos de miedo por lo que no ocurre. Un chollo para trileros. Los trileros son los que tienen mucho que ocultar y esos son los que pretenden algo que perjudica a la mayoría. Ya saben, según van a la derecha.

Hace años Arzalluz provocó un revuelo político cuando distorsionó un dato de Cavalli-Sforza y sacó a la tribuna pública una leve estadística diferencial del RH negativo en el País Vasco. En frases sucesivas habló del RH vasco, de que las razas existen y de que la raza era un posible fundamento de la nación. El revuelo era lógico, porque aquello sonaba mal, porque los fascismos no se habían conformado con naciones y las habían encapsulado en razas y llamaban raza a un verruga o un remolino en una ceja. Esto fue hace años. Ahora el nacionalismo de banderita tú eres roja proclama esas bazofias sin pudor. Ahí tenemos a Nacho Cano proclamando que la unión de Malinche y Hernán Cortés fue el inicio de una «raza» mestiza (lo de mestiza es el toque de tolerancia), fundada en «la emoción y la pasión». Y la derechona aplaude el mensaje de la raza y la conquista. No es una anécdota. España, su unidad y sus enemigos son el discurso ordinario de la derecha contra la subida del salario mínimo, el impuesto a grandes fortunas o la normalización de la vida de gente excluida. El facherío inundará la escena de banderas y vivas a España y a la raza, para que no discutamos si en tiempos de calamidad la riqueza nacional es de unos pocos o, esta vez sí, de la nación.

Los ladridos de los muchachotes del Elías Ahuja solo nos recuerdan otra minoría habitualmente reducida a estereotipos y sin individualidad reconocida: las mujeres. En realidad, no son una minoría, pero a simple vista parecen menos numerosas que los hombres. Están en menos sitios y les pasa como a los negros y los indios, parecen todas iguales, y eso, parecen menos. La humanidad de las mujeres es un nervio cardinal para los trileros. Una parte sustancial de inercias y choques culturales están asociadas al papel de la mujer y las consecuencias para la estructura social y económica de su plena humanidad no son menores. La Iglesia y la ultraderecha, valga la redundancia, se emplean a fondo en esta cuestión. Nuestra raza, nacida de Malinche y Hernán Cortés, es una raza de hombres bragados con los huevos bien puestos y de mujeres como la Reina Sofía, que saben callar y aguantar y conocen cuál es su sitio. Una de las pijas del Santa Mónica decía con voz gangosa de pija: «Hay que saber entender el contexto, o sea, entiendo que una persona desde fuera que no viva en el colegio ve ese vídeo y se puede sentir bastante, en plan, mal hablao, y diga qué tipo de persona tenemos en la sociedad, quién va a liderar nuestro futuro, yo lo entiendo perfectamente […] pero hay que informarse». La pija da por hecho que los simios que aullaban desde el  Elías Ahuja eran los que iban a liderar nuestro futuro, porque eso es lo que les enseñan en los colegios de pago, seguramente con razón. Pero creía, sin razón, que era la ofensa a ella y sus amigas pijas lo que nos ofende a los demás. Sería largo explicarle que estamos, esta vez sí, hasta los huevos de machirulos parásitos malcriados en una sociedad injusta en la que la suerte está echada ya en la cuna. Hasta los huevos.

Juan Torres nos recuerda por qué funcionan las trampas groseras de los trileros y por qué lo que tenemos ante los ojos puede no afectar a nuestra convicciones y a las causas que apoyamos y votamos: todos los periódicos, televisiones y radios de amplia difusión, sin excepción, son de bancos, grandes empresas, fondos de inversión o la Iglesia. Sin excepción. La comunicación es cosa de dinero. Así se puede mantener la infamia diaria de los desahucios haciendo creer a todo el mundo que el problema son las inexistentes okupaciones. Y así se puede tener en primera línea chorradas y falsedades sobre Irene Montero, mientras los colegios concertados y la alta judicatura incumplen la ley con impunidad, nos van birlando la sanidad pública y entregando a la educación a la Iglesia y se evaden tajadas visibles del PIB en impuestos.

Claro que de su pie cojeamos todos. Yo reconozco que con los racistas, machistas o clasistas me pasa como al general Smithers con los negros. Quien es algo de eso, y los que lo son lo son en bloque, no puede ser más que eso, no necesito saber más. Como la estrella Dubne.