El día de los ofendiditos y de la patria disecada

OPINIÓN

Pedro Sánchez y el rey Felipe VI
Pedro Sánchez y el rey Felipe VI RODRIGO JIMÉNEZ | EFE

15 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se puede palpar su sinvivir en el vídeo de los ultras de Neos. Dicen proclamas racistas, atacan derechos de las mujeres y comen tortilla de patata; y creen que se les llama fachas por comer tortilla de patata. Peroran cutreces sobre la raza (¿qué raza?), proclaman la obligatoriedad de la Cruz y saltaron de gozo con el gol de Iniesta en el mundial; y creen que se les llama fachas por festejar el gol de Iniesta. Debe ser estresante ser tan patriota y no poder comer tortilla ni celebrar el mundial de fútbol sin que se les llame fachas. Hasta por tomar el sol, nuestro sol, el mejor del mundo, se les llama fachas. No se sabe cuántas veces por unidad de tiempo hay que echar vivas a España y cuánto empacho de rojo y amarillo hay que acumular para que no sientan vejada la madre patria. Hay que caminar como pisando huevos para no estrapallar algún símbolo monárquico o católico que mancille esta nación que somos desde antes de todos los tiempos. Por eso el 12 de octubre, anodino como todos los días de la patria de cualquier patria, es ocasión propicia para gritar su españolidad, porque estos ofendiditos viven en un sinvivir todos los días, de tanto acomplejado antiespañol que los señala por comer tortilla de patata, y más si es con cebolla.

Viendo el 12 de octubre esa solemnidad revenida de las derechas y sus voceros, esa indignación impostada de la turba que abuchea al Presidente si no es de los suyos, ese desgarro fingido por el trágico minuto de espera del Rey sin Presidente, esa envoltura arrebatada en banderas rojas y amarillas, viendo todo esto como un cuadro, resuenan las palabras de Stanislav Lem sobre el kitsch. Decía que el mal gusto consistía «en la involuntaria ridiculez y pomposidad de unos símbolos inflados hasta el límite». Es la característica de los pintores que ponen «cada vez más pintura y barniz para contentar gustos cada vez más mediocres». Umberto Eco había relacionado el mal gusto, la horterada, con la imposición previa del efecto que debía causarnos algo. No es cosa de fachas, claro, es de todo el mundo. Los progres tienen y tuvieron sus momentos. Me acuerdo de la época del cine de arte y ensayo, cuando izquierdosos con fulares desaliñados iban al Brisamar a coger la depre, en películas como Uomini contro o similares. La horterada era ir a un sitio y una hora a deprimirse por la deriva del mundo. Lo que más resalta a la vista y al gusto de tanta españolidad sobreactuada y tanto conquistador low cost, que con una pulsera rojigualda ya se siente surcando los mares, es la horterada y el carácter bufo de la representación. Es la obligación previa de reaccionar con orgullo de raza, vanagloria de historia y dolor de patria ante escenografías mustias de tanto manoseo ramplón.

La patria es como la modestia o la buena educación. Suele ser más real cuando no se habla de ella y suele tener más presencia cuando no se la señala, cuando es más especia que ingrediente. Esa patria solidificada en reacciones sobreactuadas, sostenida en agravios fingidos y enemigos delirados, y escenificada por el mal gusto y la cutrez, es más una criatura disecada que algo con aliento. Lionel Delgado decía, a propósito de la berrea descerebrada de los cayetanos del Elías Ahuja, que con ese ritual los vociferantes ejercían de policías fronterizos del género, de vigilantes celosos de ese punto en que se es hombre o mujer en blanco y negro. Los rituales ultras se hacen delirando vigilancia de los límites, del punto en que se está dentro o fuera y que hay que defender a capa y espada, porque del límite en blanco y negro depende la salvaguarda de valores, esencias, razas, estirpes, tortillas de patata y goles de Iniesta. Los sedicentes patriotas inflaman su celo nacional como siempre y para lo de siempre: para apropiarse de una versión disecada, cutre y kitsch de lo que nos es común y señalar como amenaza las opciones legítimas de cualquier debate democrático. Se instrumentaliza lo común para dividir y alimentar el odio hacia los propios, hasta dejar a la patria como un pellejo reseco inhabitable. Por supuesto, los pagadores de estas funciones deslocalizan empresas y evaden sus impuestos fuera de los límites de los que fingen ser guardianes. Al final de todo este cartón piedra está el poder, los pobres y los ricos con sus lameculos. Razón tiene la patronal en no querer que pensemos en pobres y ricos.

Es llamativo en el actual nacionalismo de banderita tú eres roja el revisionismo ramplón de la historia de la colonización de América. El anacronismo es un vicio del razonamiento. Sería un anacronismo decir que la Constitución de 1812 era machista y retrógrada porque no permitía el voto a las mujeres. En asuntos de convivencia y organización social, como en el conocimiento de la materia, fuimos avanzando. Para la época, era una constitución progresista. Durante mucho tiempo se consideró la conquista y expansión del territorio como un episodio de gloria (Julio César, Alejandro Magno, Trajano). Lo de enredar en culpas de España por la colonización de América e incluso en disculpas pendientes de España a Latinoamérica es, como mínimo, un anacronismo, lo diga el Presidente de Méjico o Pablo Iglesias. Pero es peor el anacronismo inverso, el de añorar y pretender principios y valores del pasado para el presente; por ejemplo, inspirarnos en la Constitución de 1812 para pretender que no voten las mujeres. O retorcer los hechos históricos para ver gloria en la colonización a estas alturas. No la izquierda iluminada, sino las Naciones Unidas, después de dos guerras mundiales, zanjaron que colonizar tierras habitadas y someter a su población era, como la esclavitud, una de esas acciones que la humanidad debe rechazar. Disfrutamos de las pirámides, y hacemos bien. Pero su grandiosidad no hace buena la esclavitud y muerte con que se levantaron ni la desmesura del faraón. Es lógico disfrutar de la extensión y riqueza cultural y económica que soporta la lengua española, pero tal patrimonio no hace buena la colonización y violencia que tuvo en su inicio. Es un acuerdo de Naciones Unidas, un avance más de la convivencia. En 2020 la ONU declaró el período 2021-30 como el Cuarto Decenio Internacional para la Erradicación del Colonialismo. Cuesta creer que haya que repetirlo y ver a tanto Cristóbal Colón descubriendo a América.

En España la izquierda tiene un buen batiburrillo doctrinal con el asunto de la nación. No sabe cómo decir que la exhibición de la bandera nacional en la pulsera es una sobreactuación facha y a la vez que consideran suya la bandera y no la ven como un símbolo facha. En las comunidades con tensiones de identidad nacional, la izquierda a la vez quiere ser unionista y sensible con hechos diferenciales y confunde la sensibilidad a las singularidades culturales y políticas con la asunción parcial de credos nacionalistas. Para respetar al PNV, partido católico y nacionalista, ni hay que dejar de ser ateo ni hay que ser parcialmente nacionalista y fingir que se le da a la palabra nación más entidad que a la palabra gente o pueblo. Para respetar la singularidad vasca ni siquiera es obligatorio llevarse bien con el PNV. Pero con estas confusiones doctrinales acaban en el discurso confuso del estado plurinacional. La falta de doctrina en este asunto se deja ver con la primera y sencilla pregunta: ¿cuántas naciones hay en España? Para el recuerdo queda aquella respuesta de Sánchez: por lo menos cuatro. Y para el recuerdo queda el enredo intelectual de Podemos en la crisis catalana. A ver quién explica lo que es una nación de naciones. Y, como parte de la desorientación, no faltan izquierdistas que se lanzan a los vivas a España y a la bandera, pero «resignificándolos» en contenidos progresistas. El último caso que vi fue un tuit de Echenique, pero hay más. Como si eso aliviara los males del sectarismo nacionalista. Por ese agujero García Page dio la vuelta al calcetín del PSOE y lo sacó por el Lado Oscuro.

Pero no olvidemos lo fundamental, no olvidemos la razón por la que andan las derechas descubriendo América, sofocando rupturas de la patria y otros desvaríos. La razón es la que dijo la patronal: que no pensemos en ricos y pobres. Es decir, que no vayamos al grano.