Ricos, pobres e imperios. Dos enseñanzas y media del Reino Unido

OPINIÓN

Liz Truss, en una imagen de archivo.
Liz Truss, en una imagen de archivo. PETER POWELL | EFE

22 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Las cuatro economías más fuertes de Europa parecen cada una el tapón por donde podría desaguarse Europa. Alemania anda como un pollo sin cabeza y sin gas, por tener sus tejidos infiltrados hasta el tuétano por quien ahora resulta ser el enemigo. Francia está socialmente abierta en canal y con las ultraderechas corroyendo el sistema. Italia tendrá al frente a un partido fascista con socios aliados de aquel amigo de Alemania que resultó ser el enemigo. Y el sindiós del Reino Unido es una especie de ventana abierta que con la ventana rusa provoca una de esas corrientes que pueden hacer que a Europa le dé un aire.

Borrell, queriendo mejorar la autoestima continental, se adentró en la metáfora del jardín rodeado de cardos que rasguñan sus fronteras y le pasó como a aquellos mods de Quadrophenia, que cuando se despertaron vieron espantados que se habían acostado en una acampada de rockers. Al final de sus metáforas encadenadas, Borrell se encontró con que estaba en plena ultraderecha y que tenía que salir, esta vez sí, del jardín como pisando huevos.

El neoliberalismo salvaje y el brexit son los dos brazos de la tenaza que aprieta el resuello británico. Y sería cosa de ellos, si no nos fueran familiares. Liz Truss dijo que bajaría los impuestos de los ricos. Se dijo que los mercados temblaron por la ocurrencia y que el propio establishment económico creó la marejada que dejó a Truss sin vela desvelada y entre las olas sola. Pero las cabezas de esta hidra no son tan sencillas. Los mercados no van a castigar lo que se viene haciendo desde principios de los 80 en favor de los ricos. Y todos saben que quien quiere bajar los impuestos de los ricos nos quiere quitar a los demás el médico, la escuela y la jubilación. Nadie lo dice así, todos dicen lo que dijo Truss, pero todo el mundo sabe que mienten. Los mercados no van a castigar ni la mentira ni la certeza de la corrosión de los servicios y los derechos de la población. A buena parte.

Hace poco, en una entrevista en TomDispatch reproducida en Contexto y acción, Chomsky menciona un informe de RAND Corporation que cuenta qué es eso que se viene haciendo desde principios de los 80. Según este informe, en EEUU desde esas fechas hasta aquí, 50 billones (europeos, no millardos) de dólares se fueron del 90% de la población más humilde al bolsillo del 1% más rico, en un proceso que sigue su curso. La entrevista no lo recoge, pero el informe adorna más las cifras. Si se hubiera mantenido la distribución de la renta como se hacía hasta finales de los 70, en 2018 el 90% más humilde hubiera cobrado 2,5 billones (no millardos) de dólares más, un 12% del PIB americano (que anda por los 21 billones).

Recuerden que a principios de los 80 los ricos ya eran ricos. Y el informe detalla algunas consecuencias: el 40% de los hogares no podría atender un imprevisto de 400 dólares, más de la mitad de la población no tendrá dinero para la jubilación y 72 millones de personas no tienen ningún seguro médico, público ni privado. El informe de RAND (que es un think tank del ejército americano, por si alguien cree que son comunistas) subraya que esta situación no fue inevitable, sino que fue una elección y que se podría elegir hacer las cosas de otra manera. El artículo de la revista Time que divulga el informe dice que en el original la frase «fue una elección» figura subrayada en cursiva.

De eso van siempre las bajadas de impuestos cacareadas por las derechas, con agudos como los de Ayuso o graves como los de Feijoo. Para los ricos más riqueza y para los demás las dos milongas: que cuanto más ricos sean los ricos más migajas caerán de su mesa para los cada vez más numerosos pobres; y la alucinación de que cuantos menos impuestos paguen los ricos más impuestos pagarán los ricos. No tuve un lapsus, es lo que dicen. Dicen que mejor está el dinero en el bolsillo de la gente. Lógicamente, cada uno tendrá en su bolsillo su dinero, que no será igual en unos casos y otros. Y con bolsillos tan desiguales se enfrentará cada uno a la enfermedad, a la educación de sus hijos o a la vejez. Si se hace lo que dice la Constitución y se saca dinero de los bolsillos, tanto más cuanto más tengan esos bolsillos, para la enfermedad, educación y vejez de todos, con ese dinero se forrará el Gobierno, dicen. Mejor es que elijamos que nos quiten el médico, la escuela y la vejez.

Ese es el efecto de tanta eliminación de impuestos de sucesión. Los tipos impositivos pretendidos por Truss son exactamente los cacareados por Feijoo (40% máximo en IRPF y 20% en Sociedades). Esta es la elección que nos proponen. Por supuesto, no les falta el cable de algunos virreyes autonómicos socialistas que también quieren ser salaos y no ser menos en la barbarie de desnutrir al estado. La desigualdad está llegando al punto en que empieza a quemar y los empresarios claman por no pensar en pobres y ricos. Y no solo ellos. Hay analistas que propalan que no es momento de bajar impuestos, pero que es un error enfocarlo como impuestos de ricos y de pobres. Tienen razón en que la atención a la emergencia y a los casos límite no pueden ser la aspiración de ninguna sociedad. Qué partido querría que los objetivos colectivos que definieran el futuro fueran la atención a siniestros y a situaciones desesperadas. Pero sí hay que hablar de ricos y pobres. Debe ser una costumbre sin fisuras que la palabra «impuestos» vaya siempre con apellidos, que el que quiera bajar impuestos especifique los impuestos de quién. El que quiera bajar los impuestos «de todos» quiere desmantelar los servicios públicos y que cada cual se apañe con su bolsillo. Y el que quiera bajar los impuestos de los ricos … exactamente lo mismo.

Lo que llevó el cabreo a los mercados no es esta evidente injusticia que se viene practicando por décadas. El problema es que venimos de una pandemia, estamos en guerra, la inflación se dispara y la deuda puede descontrolarse. Cuando los peligros acechan y las fieras aúllan, la población no se dispersa, se apiña para hacer frente a lo que venga. La ausencia de impuestos es la disolución. Pretender en momentos tan inciertos más desagregación ya no solo es injusto, sino estúpido, o en lenguaje de mercados, «ineficiente». No es buen momento para más desesperación. Es un recuerdo que nos mandan los británicos.

El otro se relaciona con el brexit. El referéndum hizo lo que hacen los referendos (ahora que no hay ninguno en el horizonte se entenderá esto con más calma). Si nuestra conducta se sitúa entre la reacción («lo que nos pide el cuerpo») y la previsión, los referendos tienden a reflejar lo que le pide el cuerpo a la población. Son democráticos, pero no la mejor versión de la democracia. En el Reino Unido se azuzaron miedos, en plan Securitas Direct, ulularon fantasmas y se tomó la decisión que pedía el cuerpo pero con ninguna previsión, como se está viendo. Pero en la eterna incomodidad del Reino Unido en Europa latía la cosa esa del imperio que se sigue creyendo imperio.

Las supuestas grandezas del pasado son un nutriente ideológico habitual en las derechas que no quieren que pensemos en ricos y pobres, sino en la raza, la nación y la conquista. Nos suena esa música, en versión algo más cazallosa. Mal está que las superpotencias adornen sus argumentos con misiles. Y es un horror que una de ellas haya decidido conquistar Ucrania. Pero estos emperadores sin imperio que hicieron fortuna en el Reino Unido con el brexit y que aquí andan descubriendo América, fundando razas y siguiendo sobre el azul del mar y el caminar del sol tienen algo de hidalgos de los del Quijote, aquellos nobles sin título, ni dinero, que deambulaban paseando dignidades inexistentes y apellidos viejos que nadie recordaba.

Esto nos grita el sindiós británico: ni nacionalismos cutres imperiales, ni satisfacción a la voracidad de ricos ensimismados que amenace la cohesión social (sí, la nación, podríamos decir). En tiempos de emergencia hay que hablar, y muy alto, de ricos y pobres, de lucha de clases y de cohesión social. Y después de la emergencia… también.