Digitalización controlada y con derechos

Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri

OPINIÓN

SASCHA STEINBACH | EFE

26 oct 2022 . Actualizado a las 12:18 h.

Cuando pensamos en la digitalización, y, más en concreto, en su vertiente más descontrolada, que se da en muchos de los ámbitos laborales, sociales y económicos, tanto privados como públicos, no podemos hacer otra cosa que recordar las novelas distópicas del siglo pasado y también las más recientes, que nos alertaban y nos alertan de un mundo y unas sociedades sin relaciones entre las personas y en las que una voz robótica nos da órdenes utilizando eslóganes de todo tipo, muchos de ellos esotéricos y extravagantes: «Todo va a mejorar», muy poco tranquilizadores.

En muchas ocasiones y situaciones, en las que nos podemos imaginar que un ciudadano se siente indefenso ante una gestión pública o privada, por pequeña que sea, pensamos que todo parece obra de un dictador loco, o fruto de una pesadilla, de la que por desgracia no logramos despertarnos con el alivio de que todo haya desaparecido con el final del sueño.

Aunque las quejas sobre este asunto desbordan tanto los medios de comunicación tradicionales como las propias redes sociales, cualquiera diría que hay un aparente acuerdo tácito para dejar pasar las consecuencias de la digitalización sin control en los bancos, e incluso en algunas esferas de la administración, una actitud que constituye un acto político de una extraordinaria gravedad. Es grave, además, porque afecta a algo esencial en un Estado de derecho: los derechos inalienables de cientos de miles de personas, ciudadanos, vulnerados con demasiada frecuencia por las diferentes entidades, sin que se mueva un dedo para evitarlo, y que se quedan indefensos y sin amparo posible ante la creciente Televida en detrimento de la vida buena.

Decía un maestro de columnistas que muchas veces uno se cruza en la carretera con un camión lleno de corderos que se dirigen al matadero, y que esa imagen podría ser el paradigma del tiempo en que vivimos. Esperemos que no sea así, y que en algún momento, más pronto que tarde, aflore la rebeldía que afloró en tantas ocasiones para cambiar el signo de la historia.

Todo en esta digitalización sin control es disparatado, pero es, se diría, generalizado y compartido, pues se podría decir que todo el mundo tiene a estas alturas alguna historia de indefensión tanto con las corporaciones eléctricas o las tecnológicas por la reclamación de una factura en la que uno tiene que hablar contra un robot, como con la banca por el cierre generalizado de sucursales, o bien con la administración pública por el requerimiento de presentar determinada documentación online sin alternativa, etcétera.

Hubo un tiempo en el que las relaciones personales eran incuestionables. Hoy, parecen sumirse casa vez más en la disparatada realidad de hacer pasar todo por la televida. La cuestión ha alcanzado mayor intensidad desde la pandemia, que paradójicamente ha vuelto al control de la época analógica y al mismo tiempo ha acelerado el gobierno de la inteligencia artificial en la globalización y ha potenciado todo este tipo de soluciones impersonales basadas en la ausencia de relación en la enseñanza, el trabajo y la medicina. Las compañías tecnológicas estimuladas a su vez para demostrar cada vez más su capacidad de influencia en todos los ámbitos, desde el laboral y económico al social, han seguido elevando el tono frente a la vida de relaciones sociales y personales anterior a la llegada de la covid 19, en la búsqueda de nuevas formas de individualismo. El resultado de esta deriva es encontrarse hoy con que hay quien defiende, incluso, seguir con el modelo online en los diferentes ámbitos de la vida laboral y social porque lo considera un avance irreversible en el camino hacia la sociedad tecnológica.

¿Qué podemos hacer, entonces? ¿Contemplar cómo, según todos los indicios, nuestras sociedades se deslizan por una espiral de relaciones robotizadas que pondrán en peligro la relación y la atención personalizadas y, con ello el estado del bienestar, tal y como lo conocemos hoy?

Byung-Chul Han describe la crisis de la democracia y la atribuye al cambio estructural de la esfera pública en el mundo digital. También le da un nombre a este fenómeno: «Infocracia».

Como dice Jose María Lasalle, nadie discute que haya que seguir impulsando la revolución digital, y sus avances y nuevas variantes, incluso el Metaverso. Pero hay que regularla y subordinarla a los propósitos éticos de un humanismo tecnológico. Dicho de otra manera: es evidente que la innovación y el desarrollo científico y tecnológico procuran una vida mejor para todos, aunque para unos más que para otros. Pero debemos estar vigilantes y activos en el debate social para dar la batalla contra las posibilidades negativas de la digitalización, de las cuales, la falta de controles democráticos y el riesgo para la democracia misma, es la mayor de todas ellas.

Según el criterio de cualquiera de los manifiestos en defensa de los derechos de las personas que nos podamos encontrar, la digitalización sin control constituye un atentado contra la sociedad tal y como la hemos conocido hasta ahora: una agresión sin control. La gente que cree en los valores de las democracias tiene muchas razones para pensar que hay una amenaza contra las mismas. La digitalización sin control es el inicio de una larga secuencia de amenazas que irán apareciendo en los próximos años. Un predominio continuado de la atención robotizada, como ha puesto de manifiesto la pandemia, supone una escalada manifiesta hacia el sálvese quien pueda y, por consiguiente, una amenaza estructural para nuestro estado social. Véase sino la íntima unión entre la pospolítica del llamado cero covid y la orientación totalitaria de la autocracia china.

En contra de los que piensan que lo único que puede hacerse es constatar que todo ello refleja una realidad propia de nuestro tiempo y que, contra este tipo de momentos de la historia es inútil combatir, pensamos que, en fin, hay que acabar con este desequilibrio que corre el riesgo de ir destruyendo poco a poco las libertades de nuestro estado social y democrático, sembrando la incertidumbre en particular entre los ciudadanos con menos medios y posibilidades, en tanto que los más ricos y preparados están felices con ese desgaste sobreañadido al que están sometidos los más desfavorecidos, las verdaderas víctimas de toda esta deriva hipertecnológica.

Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri.