Dar vida a lo muerto: conocer el pasado a través de la Arqueología. La voz de Eduardo Matos Moctezuma

Patricia Suárez Manjón

OPINIÓN

Eduardo Matos Moctezuma, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022
Eduardo Matos Moctezuma, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022

27 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los primeros restos arqueológicos de la cultura mexica y el gran centro de poder del México prehispánico inmediatamente anterior a la llegada de los españoles a América comenzaron a emerger de las entrañas de la tierra de lo que fue la gran Tenochtitlan durante el periodo virreinal, con motivo de las ambiciosas reformas urbanísticas emprendidas en 1790 por el II conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas. Fruto de estas obras se sacaron a la luz dos de las piezas más representativas de la cultura azteca: la escultura de la Coatlicue y el llamado Calendario azteca o Piedra del Sol, pieza icónica de la cultura mexica, por todos conocida. La bien argumentada ?aunque no exenta de polémica- publicación de Antonio León y Gama sobre estas piezas se produjo sólo dos años después del hallazgo, siendo un magnífico ejemplo de la erudición propia de los sabios que en el llamado Siglo de las Luces abarcaban amplias parcelas del conocimiento, ya que su autor tenía la consideración de matemático, astrónomo y arqueólogo. Estos hallazgos y la publicación de los mismos son considerados por el doctor Eduardo Matos Moctezuma como el episodio que define el inicio de la arqueología en México. Y este inicio de la Arqueología como disciplina en las tierras del llamado Nuevo Mundo tiene mucho que ver con lo acontecido pocos años antes en la Vieja Europa, en un viaje de ida y vuelta en el que merece la pena recordar el papel del llamado «Rey arqueólogo», Carlos III, en uno de los hitos del nacimiento de la arqueología. Fue este monarca, cuando era rey de Nápoles y Sicilia (1734-1759), el impulsor de las primeras campañas de exhumación de restos arqueológicos en las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabia. El rey pedía ser informado puntualmente del avance de las mismas, diariamente mientras estuvo en Nápoles, y semanalmente después de su traslado a España como rey tras la muerte de su hermano, Fernando VI. De estos trabajos, desarrollados por el  ingeniero militar aragonés Roque Joaquín Alcubierre, se derivó un detallado registro, llegando a levantar planos y plasmar los progresos en diarios de campo, en lo que podríamos considerar una primera sistematización de los trabajos y que son una muestra de la metodología que aún hoy resulta imprescindible en el desarrollo de cualquier excavación arqueológica de carácter científico. Fruto de estas pesquisas se creó un museo en la Villa Real de Portici, se estableció la Regale Accademia Ercolanese para incentivar los trabajos y se publicaron los hallazgos en los volúmenes ricamente ilustrados de Le Antichità di Ercolano, editados de 1757 a 1792. Quizá no todos los viajeros españoles que cada año contemplan admirados estos vestigios del pasado romano sean conscientes de este reseñable y apasionante episodio, del que habría mucho que contar.  

Este interés por las antigüedades del pasado clásico tuvo su correlato en las campañas emprendidas en las tierras mexicanas con el objetivo de conocer y explorar las civilizaciones del pasado americano, del que son ejemplo las expediciones realizadas en 1787 a las ruinas de la ciudad maya de Palenque por el capitán Antonio Del Río, o la denominada Real expedición Anticuaria de México, que le fue encomendada por Real Orden de 2 de mayo de 1804 ?ya en el reinado de Carlos IV- al capitán retirado de dragones, Guillermo Dupaix. Unos de los principales objetivos de ésta fue la de conocer el pasado de México para evidenciar el nivel artístico y cultural de las antiguas civilizaciones mexicanas, y como tal queda plasmado en la lámina inicial de la publicación de 1824 de la Colección general de láminas de los antiguos monumentos de Nueva España de Dupaix, en la que se consigna que «los edificios y estatuas muestran el gusto, estilo y conocimiento de las Artes de la Nación que las mandó hacer». Toda una declaración de intenciones sobre la reivindicación de los conocimientos artísticos y técnicos de sus constructores, en sintonía con los planteamientos tendentes a una revalorización del pasado prehispánico sobre el que construir una identidad propia que se consolidó tras los procesos independentistas.

La contraposición entre lo viejo ?los objetos del pasado- y lo nuevo ? la forma de entender estos objetos como elementos que permiten avanzar en la interpretación y el conocimiento de la Historia y de las sociedades que los produjeron, superando el simple afán coleccionista de los vestigios propio del anticuarismo- es la esencia del nacimiento de la Arqueología como ciencia.

La de arqueólogo es la profesión que define a Eduardo Matos Moctezuma, una arqueología imbricada en los estudios de antropología social, propia de la disciplina en las tierras americanas, que entiende la investigación de los restos del pasado como parte del estudio del ser humano de manera integral. Una vida dedicada a la arqueología, una pasión que ha convertido en su profesión. Como él mismo ha contado, tuvo una revelación sobre cuál sería su futuro tras la lectura de una de las obras ya clásicas e imprescindibles para cualquier arqueólogo: el libro de C.W. Ceram, Dioses, tumbas y sabios. El descubrimiento de la vocación es un denominador común a todos los que nos dedicamos a esta profesión. Pueden ser tantas las historias como lo son los profesionales de la arqueología, y es porque el carácter vocacional de la misma es un rasgo distintivo de la mayoría de nosotros. El afán por el saber, por conocer lo desconocido, por rescatar de la oscuridad de los tiempos los vestigios de los que nos antecedieron, es una mecha que puede prenderse de las formas más insospechadas. Y aunque podríamos asegurar que esa inquietud es algo innato al ser humano, encauzar esa ansia por descubrir lo ignoto hasta convertirlo en profesión es un camino que es imprescindible recorrer. Porque la Arqueología no es una afición, un pasatiempo, una actividad que pueda realizarse en los ratos libres; es una profesión, una ciencia que se ocupa del estudio de las sociedades del pasado a través de sus restos materiales, empleando para ello un método propio. Y este objeto de estudio es precisamente el que ha contribuido a fijar una imagen distorsionada de nuestra profesión, vinculada con la búsqueda de «tesoros», cargada de tintes aventureros, una imagen muy extendida que el cine y la literatura se han encargado de transmitir. Frente a esa visión se contrapone la realidad, mucho menos espectacular pero no por ello menos apasionante, en la que al delicado y minucioso trabajo de excavación le sigue un largo y concienzudo proceso de interpretación de los datos obtenidos en la excavación, sin el cual nada tendría sentido. Ese proceso, que culmina en la plasmación por escrito de los resultados de la investigación, es la verdadera esencia de nuestra profesión. El verdadero valor está en la aportación de un significado y un contexto histórico y social a un yacimiento o una pieza arqueológica, que son los que permiten avanzar en el conocimiento de las sociedades pretéritas. Y del éxito alcanzado en esta tarea por el doctor Matos son muestra las más de quinientas publicaciones que cuenta en su haber, una tarea entendida como una responsabilidad adquirida con la sociedad del presente y del futuro, ya que como él mismo ha expresado, siempre ha tenido «la preocupación de publicar aunque sean cosas pequeñas, para dejar constancia de lo realizado, ya que esto puede servir para otros arqueólogos en el futuro.»

Entre su variada producción científica destacan dos intereses primordiales: el de la historia de la Arqueología, a la que nos hemos referido, y el de la muerte. La relación de la sociedad mexica con la muerte ha centrado buena parte de sus investigaciones, abriendo una ventana al pasado a través de la arqueología para encontrarse con ella cara a cara, tal y como se desprende de sus expresivas palabras: «como arqueólogo, tengo el poder de darle vida a lo muerto, a lo que fue... Soy un simple desenterrador del tiempo perdido que vive cotidianamente con la muerte, que se rodea de ella. Más aún, vivo de la muerte y con ella me paseo; me alimenta, me da vida y mi único compromiso con ella es, de vez en cuando, darle vida a la muerte».

La imagen de los aztecas como una sociedad sanguinaria, que ha despertado un interés casi morboso por los ritos de sacrificios humanos, ha contribuido a fijar una imagen de su pasado que es reflejo de la impresión que debieron causar en los conquistadores a su llegada los tzompantli, esos altares repletos de cráneos de los enemigos sacrificados. Las manifestaciones de la muerte y los sacrificios han sido interpretadas por algunos como culto a la muerte. El doctor Matos pone en entredicho esa interpretación, y sugiere, tras un minucioso análisis de la cosmogonía mexica analizando sus mitos y ritos, que es en realidad un culto a la vida, a través de la muerte. La dualidad vida-muerte está presente en las manifestaciones culturales de los mexicas, a través del culto a sus dioses principales, Tláloc ?dios de la lluvia, del agua, de la fertilidad-, y Huitzilopochtli ?dios solar y de la guerra-, a quienes están dedicados los altares que coronan el Templo Mayor de Tenochtitlan. Esa dualidad es propia de una sociedad fundamentada en dos actividades principales: la agricultura ?con sus ciclos anuales productivos e improductivos- y la guerra, de la que obtener tributos de los enemigos sometidos, que sirven a su vez como objeto de sacrificio al sol para que no detenga su andar. Todo debe morir para renacer, y a través de la sangre como ofrenda a los dioses se mantiene el equilibrio entre la vida y la muerte. La identificación del Templo Mayor como axis mundi o centro del universo de los aztecas, donde se encuentran el cielo, la tierra y el inframundo, lo convierte en el epicentro que señala el corazón geográfico, ritual y simbólico del cosmos mexica.

El proyecto que ha dado mayor relevancia a la trayectoria profesional de Eduardo Matos ha sido el Proyecto Templo Mayor. Y una vez más, todo comenzó con una de las piedras del pasado que emergió de la tierra. Fue en febrero del año 1978, cuando los obreros de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro se toparon con una antigua escultura mientras trabajaban en la instalación de cableado en el centro de la ciudad de México. Una llamada anónima a la oficina de Rescate Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) informa de esta circunstancia, y se abre una nueva posibilidad de arrojar luz a la oscuridad de lo que se oculta bajo tierra. Comenzó así una intensa labor de trabajo arqueológico que, durante cinco años ?de 1978 a 1982-, hizo emerger en el centro de la ciudad actual lo que fue el corazón del imperio azteca. El proyecto fue coordinado por Eduardo Matos Moctezuma, que siguió un planteamiento modélico en el que se conjugaban el análisis de las fuentes escritas con los datos arqueológicos, formando un equipo interdisciplinar en el que colaboraron biólogos, geólogos, químicos, restauradores y otros profesionales, avanzando una metodología que configura la esencia de cualquier proyecto arqueológico de carácter científico en la actualidad.

Ese fue, además, el embrión de una planificación integral de la gestión arqueológica en la Ciudad de México, en la que a través del Programa de Arqueología Urbana creado por Eduardo Matos en 1991, se mantuvo la protección e investigación de los hallazgos producidos al compás de las obras desarrolladas en el centro de la ciudad. La larga trayectoria del proyecto, que aún hoy se mantiene vivo, generó un ingente caudal de conocimiento, sabiamente canalizado por el doctor Matos a través de una extensa nómina de colaboradores que realizaron estudios y decenas de tesis doctorales sobre los hallazgos, convirtiéndolo en un verdadero maestro de arqueólogos.

Su labor investigadora y la trascendencia de los hallazgos producidos en el proyecto por él coordinado le valieron el reconocimiento de la comunidad internacional, en una larga serie de distinciones otorgadas por entidades culturales y universidades, y de la que es muestra la creación de la cátedra con su nombre en la Universidad de Harvard en 2017, a los que se suma el galardón concedido por la Fundación Princesa de Asturias, del que nos congratulamos todos los que nos dedicamos a la arqueología.

Pero por encima de todo, hemos de destacar una faceta del doctor Matos: la de gran comunicador. De entre sus numerosas publicaciones cobran especial relevancia las que hacen brillar su vertiente más divulgativa, que le permiten transmitir los conocimientos adquiridos a través de una rigurosa metodología, traducirlos a un lenguaje universal y dejar como herencia un conocimiento al alcance de todos, contribuyendo así al desarrollo de la sociedad actual.

Tampoco se ha de obviar su honestidad y respeto por la Historia como relato del pasado, que no debe ser objeto de manipulaciones e interpretaciones sesgadas motivadas por los intereses propios de la sociedad actual, algo desgraciadamente muy presente en nuestros días. Por eso, en esta época de desencuentros, la voz de Eduardo Matos armoniza con todas las de los que nos inclinamos por un reencuentro. El reencuentro con un pasado común, al que podemos acercarnos a través del lenguaje de la ciencia, y en el que la arqueología puede ser un instrumento para proyectar una mirada crítica y libre de cualquier prejuicio preconcebido hacia el futuro, en el que destaquemos lo mucho que nos une. El conocimiento del pasado no permite vaticinar el porvenir, pero puede ayudar a plantear estrategias para mejorarlo, aprendiendo de nuestros aciertos y, sobre todo, de nuestros errores. Miremos al pasado para entender el presente y afrontar el futuro. Dejemos que las piedras ocultas en la tierra nos cuenten sus historias, dando voz a los que saben escucharlas.   

Patricia Suárez Manjón, arqueóloga

(Colaboradora del Grupo de Investigación «ARQUEOS» de la Universidad de Oviedo)