El Templo, el Museo y el Arqueólogo Mayor

Renata Ribeiro dos Santos

OPINIÓN

Eduardo Matos Moctezuma
Eduardo Matos Moctezuma

26 oct 2022 . Actualizado a las 20:15 h.

En una madrugada a finales del mes de febrero de 1978, un grupo de operarios que realizaba obras de cableado en la esquina que se ubica prácticamente detrás del exuberante edificio del Sagrario de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, encontró un enorme monolito tallado de más de tres metros de diámetro. Inmediatamente comprendieron que se trataba de un hallazgo importante. En la mañana siguiente informaron a las autoridades correspondientes que llegaron al local y corroboraron la trascendencia de este descubrimiento. Este relato muy repetido, marca el encuentro fortuito con el monolito de la Coyolxauhqui, la diosa lunar de los mexicas, momento donde se inicia el Proyecto Templo Mayor liderado por el Dr. Eduardo Matos Moctezuma, Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2022. La magnitud de este proyecto, de las excavaciones hechas y piezas que fueron encontradas, analizadas y contextualizadas, dio un vuelco en lo que se conocía hasta entonces sobre la civilización mexica, ayudando a recomponer fragmentos del pasado que habían sido olvidados y ocultados bajo los cimientos de la actual capital mexicana.

Aquel monolito circular guardaba una serie de pistas que indicaban donde podría encontrarse el templo principal del recinto sagrado de Tenochtitlan, capital de los mexicas. La roca tallada representa a la Coyolxauhqui —la que tiene cascabeles pintados en las mejillas—, que, de acuerdo con la mitología era hija de Coatlicue, la deidad madre de todos los dioses. Coatlicue, a punto de dar la luz a Huitzilopochtli —dios solar y de la guerra— por muy poco no sufre un atentado planeado por su hija Coyolxauhqui que, tomada por la ira, intentaría lanzar a su madre por el cerro sagrado Coatepec, la morada de los dioses. Frente al riesgo que amenazaba a su madre, el nacimiento de Huitzilopochtli se precipita y este, ya ataviado con sus atributos militares, decapita a la hermana y arroja su cuerpo que termina completamente desmembrado a los pies del cerro. Escenificando esta batalla, la diosa lunar tallada con primor por los artesanos mexicas en un bloque de roca andesita de casi ocho toneladas, fue depositada a los pies de una de las escaleras del Templo Mayor, la que conducía al templete dedicado a Huitzilopochtli.

La estructura arquitectónica del Templo Mayor, que salió a luz gracias al arduo trabajo de más de cuatro décadas del equipo liderado por el Prof. Matos Moctezuma, funcionaba como una metáfora de la cosmovisión mexica. El enorme bloque piramidal levantado en varias etapas constructivas, parece querer replicar el cerro Coatepec. Su cúspide truncada está coronada por dos pequeños templos, uno dedicado a Huitzilopochtli y el otro a Tláloc, el dios de la lluvia, del agua capaz de fecundar la tierra. Tláloc es crucial para los pueblos del Valle del México que necesitaban de su poder para tener buenos cultivos y, por ende, garantizar el sustento de la sociedad. Por otro lado, dentro de la cosmovisión dual complementaria que identifica a las civilizaciones mesoamericanas, Tláloc también poseía un lado negativo: podría enviar rayos, heladas y tempestades capaces de comprometer las cosechas. Huitzilopochtli, el colibrí zurdo, era el dios de la guerra y fue la deidad patronal de los mexicas. Su elección no es casual, ya que los mexicas conformaron una sociedad expansionista y bélica que, bajo su tutela, logró ser el pueblo más poderoso del área mesoamericana.

En todo este tiempo, el Prof. Matos Moctezuma, apodado «el arqueólogo mayor», viene trabajando en este fundamental yacimiento. A lo largo de los años ha ido desenterrando un sinfín de piezas y objetos que recomponen este espacio ceremonial y, a la vez, arrojan luz a la forma en que esta sociedad comprendía y se relacionaba con el mundo, entre ellos y con su entorno natural. Entre tanto, la responsabilidad del «arqueólogo mayor» ha ido más allá del estudio riguroso y científico de estos vestigios del pasado. También se ha comprometido con la labor pedagógica y social de poner en valor y dar a conocer al público no especializado el rico patrimonio arqueológico del México Antiguo. Este es uno de los aspectos que el fallo del jurado de los Premios Princesa de Asturias destaca, entre otras muchas habilidades del arqueólogo: «Por su inteligencia científica, por su capacidad de divulgación y por su compromiso social, Eduardo Matos Moctezuma y su obra sirven de inspiración para las próximas generaciones de científicos sociales y de ciudadanos».

Entre sus múltiples actividades relacionadas con la divulgación y con el compromiso social destaca la construcción del Museo de Sitio del Templo Mayor, en el terreno adyacente al local donde fue encontrada la Coyolxauhqui. Inaugurado en el año de 1987 el museo fue diseñado por el premiado arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez, responsable del proyecto del emblemático Museo Nacional de Antropología, abierto más de una década antes, en 1964. Es patente el trabajo colaborativo que se estableció entre Ramírez Vázquez y Matos Moctezuma para la concepción del espacio expositivo y del proyecto museográfico, puesto que la articulación del museo reproduce simbólicamente la estructura del Templo Mayor comentada anteriormente. La institución expone el acervo arqueológico al público en 8 salas, divididas en dos grandes bloques temáticos. El primer bloque, dedicado a Huitzilopochtli, está compuesto por cuatro salas, donde se exhiben piezas relacionadas a los atributos del dios: la muerte, la guerra y los tributos relacionados fundamentalmente con esta actividad. Una primera estancia funciona a modo de prólogo presentado los objetos encontrados en las primeras excavaciones en el área del Templo Mayor a principios del siglo XX, hasta llegar al descubrimiento de la Coyolxauhqui en 1978. Otra interesante sala exhibe objetos relacionados con la guerra y los sacrificios: ofrendas funerarias compuestas por cuchillos, instrumentos musicales, collares y máscaras. Las ofrendas depositadas por el pueblo mexica en el Templo Mayor en sus diferentes etapas constructivas, funcionaban como obsequio a los dioses, con el propósito de pedirles victorias en las guerras y buenas cosechas. Los ritos sacrificiales realizados por los mexicas se ilustran con objetos como los pedernales con rostro o un conjunto de cráneos que debido a sus orificios serían parte del llamado tzompantli, el altar de cráneos.

Los mexicas realizaban diversos ritos relacionados con la muerte y los dotaban de diferente simbología. El premiado Eduardo Matos Moctezuma ha dedicado buena parte de su producción científica a este aspecto de la cosmovisión y en cómo se ve reflejada en los vestigios materiales de esta civilización. Liberándolo de prejuicios, mitos e ideologías contemporáneas, la rigurosa investigación del arqueólogo ha logrado desvendar y analizar algunos aspectos de la importancia de la muerte para el pueblo mexica. Una de las lecturas consiste en que, entre los dones posibles para los dioses, la muerte consistía en el obsequio más preciado, pues consideraban que esta favorecía la continuación de la vida. Los rituales sacrificiales se entendían como una especie de espejo de los ciclos de la naturaleza, donde la lluvia llega para hacer renacer a las plantas, después de su muerte durante el periodo de sequía. El Prof. Matos Moctezuma ha publicado una serie de libros que profundizan en esta temática como Muerte al filo de la obsidiana: los nahuas frente a la muerte de 1975, Vida y Muerte en el Templo Mayor de 1994 y La muerte entre los mexicas de 2010.

Siguiendo con el recorrido por el Museo, las otras cuatro salas están dedicadas a la figura de Tláloc, evocado en el segundo templete de la cúspide del Templo Mayor. A su paso, los visitantes pueden observar objetos relacionados a las cualidades del dios, como la vida, fertilidad, agricultura y, con el aprovechamiento y gestión de los recursos naturales por el pueblo mexica. La pieza estrella de la sala dedicada al dios acuático es una especie de olla efigie que reproduce sus rasgos iconográficos más característicos. Policromada casi por completo en azul, color atributo del agua, posee nariz prominente, colmillos alargados y dos grandes circunferencias en lugar de los ojos. La olla Tláloc está adornada con grandes orejeras cuadradas y con una especie de tocado con salientes triangulares que podrían representar a las montañas, en cuyas cimas más altas se forman las nubes.

Otro de los objetos que llama la atención en estas salas es una estatuilla policromada semirrecostada y con las piernas flexionadas, que con las manos aguanta un cuenco reposado en su barriga. La cabeza mira hacia uno de los lados y también está adornada con orejeras y tocado. Se trata de un «chacmol», una tipología escultórica que con pequeñas variaciones aparece en distintas culturas y áreas mesoamericanas: mayas, toltecas y mexicas. Probablemente el chacmool despierte la curiosidad de los espectadores que visitan el Museo del Templo Mayor debido a su peculiar iconografía o a sus posibles usos. El interés es compartido por los especialistas que, a día de hoy, siguen discutiendo sobre los orígenes y funciones de estas esculturas. El Dr. Leonardo López Luján, gran estudioso del tema e investigador del Proyecto del Templo Mayor, explica que, debido a su morfología, los chacmool podrían presentar al menos tres empleos rituales: mesa de ofrenda, recipiente para depositar la sangre y órganos de los sacrificados o, directamente, como piedra de sacrificios. Importante destacar que el Dr. López Luján es uno de los continuadores del legado y de los estudios de Eduardo Matos Moctezuma. En ocasión del fallo del Premio Princesa de Asturias al arqueólogo, López Luján publicaba en su cuenta de twitter: «Estoy MUY feliz y súper orgulloso por mi querido maestro, quien corona así sus más de 6 décadas de entrega a la arqueología de nuestro país». Por lo tanto, entre las varias cualidades del premiado, hay que sumar la capacidad de formación y su herencia que ha sido transmitida a diversas generaciones de arqueólogos y arqueólogas que siguen el sendero iniciado por él.

De vuelta al Museo del Templo Mayor, las investigaciones realizadas por el Premio Princesa de Asturias y la musealización de los hallazgos son capaces de acercar a los visitantes a la aparentemente lejana forma de vida y de comprensión del mundo de la civilización mexica. En un movimiento circular, el museo se nutre de la simbología del Templo Mayor que, por su vez, fue construido como un reflejo de la mitología mexica, de su manera de descifrar el entorno. Al poner luz a este proceso, el Dr. Eduardo Matos Moctezuma se transforma en el principal interlocutor entre el México Antiguo y el actual. En definitiva, es el Arqueólogo Mayor.

Renata Ribeiro dos Santos

Dra. en Historia. Profesora del Departamento de Historia del Arte y Musicología de la Universidad de Oviedo.