Ideologías líquidas en las grietas de la democracia

OPINIÓN

Meloni, durante su primer discurso en la Cámara de Diputados.
Meloni, durante su primer discurso en la Cámara de Diputados. REMO CASILLI | REUTERS

05 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Josep Ramoneda resume la oscuridad de la política actual en imágenes. Por un lado, está la imagen del nuevo Politburó chino, en el que solo hay varones (como en los tiempos de Alfonso Guerra) vestidos de negro, como una sombra. Por otro lado, está la foto de Meloni tomando posesión, también de negro, como un augurio. Por otro, la imagen del ultra Netanyahu con el non plus ultra Ben Gvir en Israel, cuya sonrisa anuncia la vuelta de la raza como concepto legal. Y finalmente, está la foto de Macron posando su apretón de manos con Meloni. No se veía en la foto, pero allí estaba también, como un soplo apacible, el aliento de Draghi. A Ramoneda le faltó una imagen que completase el cuadro.

Sería una imagen de archivo, la de Tsipras siendo investido Primer Ministro de Grecia en 2015 (con un gobierno también de varones, hay cosas muy transversales). La imagen ayudaría a entender la foto de Macron con Meloni. Tsipras quería un trato humano de la deuda griega, que no desangrase a su país. Meloni quiere un trato inhumano con inmigrantes recogidos en el mar (ya tuvo el primer coscorrón con Alemania), una raza, una religión, patriarcado y retroceso de derechos. La reacción de la UE con Grecia fue incendiaria y devastadora. Cuatro años después, solo cuatro años, con el país asolado, el entonces Presidente de la Comisión Europea, Juncker, dijo que se había aplicado a Grecia «una austeridad irreflexiva» que se había llevado por delante ancianos y futuro. Es decir, vino a decir que cuatro años antes Tsipras había tenido razón, aunque aquí la misma prensa que aireó los castigos a Grecia como fracaso de Tsipras (que fue toda la prensa en papel, toda) pasó de puntillas sobre la monumental injusticia reconocida por Juncker. La reacción europea había sido un histerismo ideológico. Había por el sur una nueva izquierda, de maneras populistas, que había que asfixiar y asfixiaron. Por eso esa foto da más relieve a la imagen de Macron con Meloni. Qué diferente la reacción ante el populismo que reclamaba mínimos vitales para la población y trato justo con la deuda y la reacción ante el populismo, este bien financiado, que quiere arrumbar la división de poderes y volver al autoritarismo, el racismo, el machismo y el clasismo. A Tsipras se le trató con desprecio y se insultó a su país. A Meloni la tratan como una bolsa de nitroglicerina, entre algodones y buscando que no haya demasiados destrozos. Los ciento noventa y un mil millones europeos que se inyectarán a Italia (ya hubiera querido Tsipras) son buenas razones para que Meloni culebree en el laberinto de la democracia, prodigando ese hermano menor del síndrome de Estocolmo que es el alivio inducido por alguien temido cuando simplemente no brama.

Y así se va acostumbrando el oído a los acentos ultras y la vista a su presencia. El cuadro de Ramoneda es el de un mundo con la democracia en retroceso y el autoritarismo a la vez rodeándola y filtrándose en su tejido desde dentro por sus grietas. Las derechas están abandonando la democracia, en fases distintas. En Brasil piden explícitamente un golpe de estado, es decir, guerra civil. En EEUU no andan lejos y seguidores republicanos ya hirieron al marido de Nancy Pelosi intentando atentar contra ella. Aquí se oyeron esos tonos durante el confinamiento y HazteOír reivindicó la violencia ultra contra la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero. La democracia flaquea. Hay fuertes intereses económicos en los medios y actividad planificada en las redes sociales. Al hilo de catástrofes y desorientación, el ambiente se fue cargando de bulos y de odios irracionales (cuánta mala baba, qué indecencia hiperactiva saltó como el pus al estallar un grano con la muerte espantosa de la pequeña Olivia, cuántos golpes de pecho contra las leyes que intentan evitar esas docenas de cadáveres anuales de mujeres, cuánta demencia fanática). Las elecciones se mueven entre ruidos y brumas, entre falsedades y distracciones. Las técnicas para manejar la opinión pública y masificar a los individuos están muy avanzadas. Baste recordar el berrinche de Zuckerberg, cuando no le dejaron fundir en un océano los datos europeos y americanos, para comprender cómo se puede afectar a las conductas y valoraciones colectivas con los medios adecuados. El sistema y los partidos democráticos no responden bien.

Como es evidente que el voto ciudadano no puede sancionar todos los avatares de la gestión pública, las democracias se sustentan, no solo en el voto, sino también en la división de poderes y los contrapesos institucionales, un andamiaje que fue siempre más sólido en EEUU que en Europa. En España los dos partidos hegemónicos parasitaron las estructuras del estado que deberían ser independientes hasta convertir ese juego de contrapesos institucionales en una máquina achacosa. El giro autoritario del PP y la insidia de Vox llegan con el terreno abonado. La corrosión de la justicia provocada por las derechas y sus jueces indignos deja la democracia para un soplo de aire. Como señaló Ignacio Escolar, el deterioro de las costuras de la Constitución mete en el juego a la Corona. Y la Corona vuelve a hacer patente para qué sirve cuando no es ella el problema: para nada.

Curiosamente, la polarización del ambiente no induce ideologías estancas ni principios firmes, sino ideologías líquidas, que se cuelan por cualquier sitio y no tienen más forma reconocible que la que les den las circunstancias. Macron y Sánchez son muestras de ello. El ejemplar perfecto hubiera sido Rivera, si no hubiera sido tan rotundamente mediocre. A Feijoo puede estar pasándole lo mismo que a Rivera. Entre las brumas de Galicia, allí lejos en el noroeste, se le veía borroso. Llevado a Madrid y con todos los focos y todos los micrófonos le está ocurriendo, como a Rivera, lo peor que le podía pasar: que se le ve y se le oye, que se ve y se oye lo que es. Pero los sabores actuales del fascismo también son líquidos y saben filtrarse y formar charcos. Los poderosos no quieren tanta democracia ni tanta clase media atravesada en todas partes. Por eso tienen su submundo de fundaciones y grupos ultrarreligiosos que se van filtrando y empapando las instituciones.

Es interesante que una de las primeras medidas de Meloni sea la prohibición de las fiestas rave. La privación de derechos solo puede plantearse a las mayorías afincándola en una ética aceptable para esas mayorías. Nuestras pautas éticas no forman un conjunto coherente y cualquier propaganda tiene que coger con pinzas lo que le interese de ese conjunto ético desordenado para asociar sus medidas con el sentido común. Las fiestas rave son ilegales y muchas veces oscuras, proyectan algo perturbador para mucha gente. Pero es raro que sea esa la primera medida de Meloni, no hay tantas fiestas para tanta prisa. La ley que las prohíbe ya está levantando ampollas porque su redacción permitiría también prohibir otro tipo de concentraciones, por ejemplo estudiantiles o sindicales. Es una pauta ya conocida. Se ataja algo que la gente quiere atajar con leyes que prohíben más de lo que se pretende atajar. Se eliminan derechos, sin más. Algunas son muy visibles. Las atrocidades de Argentina empezaron con el pretexto de enfrentar el terrorismo. Otras son más sutiles y fáciles de apoyar. Cuando empezaron las prácticas de relegar la atención sanitaria a los fumadores, porque no tenemos que pagar todos su vicio y empecinamiento, hubo una corriente de simpatía, como siempre, porque parece de sentido común. Así se empezaron las mutuas a asociar la asistencia con los hábitos de los asegurados. Aquí todavía no llegó eso, será pronto. Meloni no tiene tanta prisa con las fiestas rave, pero sí con el recorte de derechos de reunión, expresión y manifestación.

Biden ya no pide el voto para su partido, sino para la democracia, porque los republicanos ya chapotean en la violencia y el sistema totalitario. Aquí el PP, sin llegar a despegarse del franquismo, ya entró en el autoritarismo de las nuevas derechas. Un viaje de bajos vuelos.