¿Por qué no te callas?

César Casal González
césar casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Julián Pérez | EFE

06 nov 2022 . Actualizado a las 10:15 h.

Una tarde de otoño que sigue siendo verano. «Otro sinsilencio, es que no los soporto, Jesús». «Es que no saben que nada estropea más una puesta de sol que hablar. Es que no saben que los besos son sin palabras. Es que no conocen el lenguaje de signos. La felicidad de los bebés sin palabras. Es que no saben que un silencio habla más que un millón de palabras, que una diarrea de cotorrería. Es que no escuchan, Jesús, que todo el mundo dice los mismos tostonazos. Pon la tele, Jesús, y saldrás corriendo. Las mismas boberías repetidas hasta el hartazgo. Tengo un vecino que no para de hablar mientras se acuesta con su chica. Es que parece la radio. Es como si estuviese narrando un partido. No entiendo cómo lo aguanta ella. No sabe de caricias que estremecen». 

Jesús me escucha y calla, claro. Él, aunque de Huelva, es lacónico, como si fuese un buen gallego amante del cocido. Jesús me conoce y sabe que comparto su manía a las frases que repiten más que el ajo, a los latiguillos que son auténticos latigazos. «Es que no repiten, Jesús. Es que tripiten y ni siquiera se dan cuenta de que son copias de una copia. Vivimos en una sociedad fotocopiada. Todos somos hijos de un multicopista. Los sinsilencio brillan en las terrazas. A gritos. Vocean sus verdades de topicazos y le dan otro sorbo al gin-tonic. No se callan ni durante el trago, porque sorben con energía. Como cuando hablan. Todo lo hacen a lo grande, a gritos, como si solo hablasen olés en un estadio, en una corrida de toros o en una feria».

Jesús asiente desde el más allá y mira la muerte del sol en el horizonte con sus ojos acorazados de gris. Escuchamos el viento en los árboles que bracean otoñales y que nos dan la razón. Pero yo sigo a lo mío, que es darle la chapa a Jesús, formidable compañía capaz de seguirme de la A a la Z, sin despeinarse sus rizos. «Los sinsilencio antes callaban en invierno, ante la hipnosis de una hoguera, ese crepitar que no necesita más. Pero ahora no hacen ni eso. Ahora hablan ante las chimeneas como si al calor de la lareira volviesen a inaugurar el verano de chillería. La gente ahora no habla. Grita. Parecía que se iban a callar mientras tecleaban ensimismados en los móviles, pero alguien inventó los mensajes de voz y no les importa, descarados, que los de al lado les oigamos. Son los sinsinlencio o los milgritos. Lo peor es que hacen callar a los que saben. Y ahí duele. Que no nos dejen aprender de Andrea Camilleri cuando explicaba que su abuela Elvira le enseñó la fantasía al decirle simplemente ‘este saltamontes se llama Giovanni, preséntame tú ahora a ese lagarto’».

Jesús Quintero mueve una mano y coge un vaso. Cierra los ojos para saborear el sorbo. Refresca su silencio feliz y me dice, aparentando timidez, como sin muchas ganas de querer ensuciar el aire: «Estás a un paso de cansarte de ti mismo».

Ya es noche. «No vuelvo a hablar más. Jesús, lo has dicho todo con un telegrama. Tú sí que sabes. Sobran los discursos. Demasiado ruido». En homenaje a aquellos míticos silencios de Jesús Quintero, que dejaban hablar al entrevistado.