La pequeñas grandes guerras

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Martina Miser

06 nov 2022 . Actualizado a las 12:36 h.

Hay un película francesa de planteamiento tan simple como brutal. A tiempo completo sigue a una mujer separada que vive con sus dos hijos. Su pequeña gran guerra diaria. Empaquetarle los pequeños a la vecina antes del amanecer, correr hasta la estación para comprobar cómo los trenes pasan de largo debido a la huelga. Intentar ir en el bus alternativo. Tragarse el atasco de París. Correr por la calle. Ponerse el uniforme para limpiar habitaciones en un hotel de lujo. Intentar cambiar su turno para acudir a una entrevista laboral, una oportunidad que le permitiría trabajar en lo suyo, como se dice. Salir. Soltarse el pelo. Pagar extra por un taxi. Ponerse la camisa y los tacones. Esperar junto a otros candidatos, rivales que se cruzan su tensión con la mirada. Responder a las preguntas de su posible futura jefa. Bajarse de los tacones. Respirar al ver que la tarjeta de crédito sigue operativa. Correr otra vez. Hacer autostop para regresar a casa. Discutir con la vecina por haber llegado tarde a recoger a los niños. Hacerle la cena a los polluelos. Intentar arreglar el calentador para bañarlos. Acostarlos con una sonrisa. Dormir algunas horas antes del siguiente asalto. El filme solo cuenta un puñado de días. Siempre son una lucha que conduce a la batalla siguiente. Cansa solo de verlo. Tanto, que si en la tarde o noche de sofá se intenta encadenar el drama francés con una serie sobre la CIA, por ejemplo, los problemas del agente retirado al que sus excompañeros intentan liquidar parecen un chiste. Es como pasar a cámara lenta. La vida, para muchas personas, es ese frenesí en el que ni hay tiempo para una queja en Twitter ni para un posado en Instagram. Ahí sigue girando su rueda de hámster. Para otros, solo giran sus burbujas.