Chief Happiness Officer

OPINIÓN

El trastorno bipolar es una enfermedad mental caracterizada por la existencia de una alteración en los mecanismos cerebrales de regulación del ánimo.
El trastorno bipolar es una enfermedad mental caracterizada por la existencia de una alteración en los mecanismos cerebrales de regulación del ánimo. La Voz de la Salud

15 nov 2022 . Actualizado a las 19:10 h.

Ninguna organización compleja y evolucionada que se precie circula por ahí sin haber instituido (o sin estar evaluando cómo hacerlo) la figura del Chief Happiness Officer (CHO). Tomen cualquiera de las marcas que conocen y de las firmas de referencia, cualquiera de los actores principales de los oligopolios que copan nuestras preferencias como consumidores y usuarios. En su cuadro directivo encontrarán figuras análogas que, en un peldaño más en el arte de nombrar, han encontrado la horma de su zapato con la denominación del puesto. La consecución de la plenitud por el trabajo sublimada y pasada por el tamiz de la felicidad, que todo lo conforma en el mundo postmoderno. Lo singular empieza cuando las políticas de fidelización y apego bajan a lo concreto, a la microrrealidad de cada uno de los peones. Me imagino al CHO o personal análogo de Twitter en estos momentos, por poner un caso en boga. Para los que se quedan en la compañía no creo que, esta vez, por pocos que sean, den abasto con descuentos para el gimnasio y vales para clases de mindfulness. En otros ejemplos no tan puntualmente extremos como el de la red social (no todo el mundo tiene la suerte de convivir con un genio como Musk), en el fondo tampoco hay tanta diferencia. Puede que la fragilidad personal nos haya vuelto inconsistentes e infantiles, pero sin comprender el carácter inevitablemente tóxico de las relaciones de poder, la sensación de agotamiento permanente y esa percepción constante de formar parte de una estructura incomprensible y jibarizante no se puede entender tampoco fenómenos como la «Gran Renuncia» o, en el caso de España (sin pleno empleo y sin mochila austriaca para acompañar el cambio de aires), la suerte de «exilio interior» en el puesto de trabajo, que es parte de nuestra endémica improductividad.

Una de las huellas de este tiempo de psicologismo rampante es la denodada proscripción de la tristeza y la cruzada para la erradicación del malestar. Se considera poco menos que resultado de un padecimiento mental objeto de un combate a toda costa, incluso cuando proviene de circunstancias concretas y episodios de la vida que ampliamente justifican la aflicción. El desasosiego también está en la diana, pero no tanto para determinar las causas objetivas o el contexto en el que se produce, sino para suprimir la supuesta actitud negativa donde florece. Por eso pocos CHO se preguntarán si pasarse un buen número de horas estabulado (o aislado en el teletrabajo) sirviendo a un sistema informático o recibiendo indicaciones primarias que tratan al trabajador como menor de edad, debilita el espíritu humano. De hecho, difícilmente un CHO sabrá qué cosa es esa. Tampoco se preguntarán si este anhelo de crecimiento ilimitado y sin fin, de perpetuo enriquecimiento (que esos son los «sueños» de los que nos habla la retórica del emprendimiento) los aguanta por mucho tiempo el personal. Un buen CHO con su traje impecable o sus stilettos lo solucionará con una jornada de convivencia y la sonrisa prescrita, o, en las versiones más progresistas, poniendo un puff y un futbolín en la sala de descanso. Todo menos alentar el malestar o abordar sus causas últimas, pues quizá se acabe descubriendo que lo que se precisa es algo tan sencillo y viejuno como un salario digno, medios adecuados, respeto por la labor realizada, los tres ochos reivindicados desde el XIX (es decir, separación entre los ámbitos de la vida y tiempo suficiente para el trabajo, el descanso y el ocio) y, como dice la gloriosa Murga de los Currelantes de Carlos Cano, que «haiga cultura y prosperidad». Pero no se puede decir muy alto, pues cualquier solicitud que se parezca a una reivindicación es desabrida, antigua, nada cool, fuente de desazón, ¡fuera dramas!

La tendencia no es sólo propia del ámbito laboral, naturalmente. La preocupación por la salud mental emparenta con la necesidad de buscar respuestas a la pesadumbre, pero no creo que un ejército de profesionales del área vaya a dar refugio a los males sociales. Incluso una reciente y pintoresca movilización estudiantil pedía incrementar al 15% el gasto en salud mental, me pregunto en demérito que de otros ámbitos de la atención de los que detraer recursos (pues, por mucho que se diga en el lenguaje de inspiración deportiva, nada puede estar a más del 100%). Del mismo modo que nos preguntábamos vacuamente durante la pandemia por qué sufrían nuestros jóvenes aislados, expuestos permanentemente a una feroz competencia con sus iguales en las redes sociales y perseguidos cuando se reunían cuatro en un parque. Con los criterios actuales, en lugar de liberación y medios para la autonomía personal les recetaremos manuales de autoayuda y consultas psicológicas en el metaverso por toda respuesta. Ayuso, siempre en vanguardia, parece que ya está en ello con sus propuestas para la atención primaria, por cierto. Pero no es en absoluto cosa de ideologías, pues la izquierda extravagante sigue mayoritariamente esa corriente subjetivista. Ya saben, toca convertirse en seres de luz, con apoyo profesional si es necesario, y, si falla, siempre quedará recurrir al Instituto Coca-Cola de la Felicidad. No se hagan otras preguntas incómodas.

Una pintada brillante decía en una pared de la calle Paraíso de Oviedo, hace lustros (no había videovigilancia, pero vivíamos mejor) que «el buenrollismo es el cáncer de la humanidad». No sabíamos hasta qué punto ese grito punky destilaba verdad, cuando se nos presenta en toda su fortaleza y en todos los ámbitos el mandato de estar alegres. Esa obligación contra la que, como decía el sabio Benedetti, siempre tan socorrido, también hay que defenderse.