Pablo (Iglesias) y Yolanda (Díaz), y el breve espacio en que no están

OPINIÓN

Yolanda Díaz saludando a Pablo Iglesias, con Antón Gómez Reino al fondo, durante un mitin en la campaña gallega de julio del 2020
Yolanda Díaz saludando a Pablo Iglesias, con Antón Gómez Reino al fondo, durante un mitin en la campaña gallega de julio del 2020 M.Moralejo

26 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Y te encorajina que haya por ahí alguna pandilla de zánganos, de los que confunden el pensamiento con el castañeteo de sus meninges averiadas, que nieguen y ataquen […]». Hace 36 años escribió Mateo Díez en La fuente de la edad lo que podría ser una crónica parlamentaria, desde que se pringó el Parlamento con los hollejos más rudos y quinquis de una derecha ya de suyo tendente al aullido. Tras los ladridos machistas dirigidos a Irene Montero por la diputada esa de Vox (me da pereza buscar su nombre y además el nombre carece de su sustancia; en esa camada todos son intercambiables), la bancada ultra rugió de júbilo. No debería haber escándalo, porque el escándalo tiene como detonador el asombro, y a estas alturas ya no debería haber ni siquiera sorpresa. ¿No es lo que hicieron siempre? Siempre están a un paso de la algarada violenta, de vociferar machadas simiescas desde las ventanas del Elías Ahuja, de fusilar a García Lorca, de gritar muera la inteligencia y hacer honor al grito, o de ensoñar el fusilamiento de 26 millones de españoles. Si hablan es para mentir con grosería, sus verdades no caben en el lenguaje articulado y por eso, cuando quieren ser sinceros, convierten la política en una prolongada onomatopeya. Lo dijo el director del Elías Ahuja (tampoco me apetece buscar su nombre): «es una forma de expresarse». Lo que vimos es lo que fueron siempre, no debería haber escándalo.

La agresividad, de palabra y obra, hacia Pablo Iglesias e Irene Montero es hace tiempo una anomalía de la democracia. No se trata solo de su vida y derechos, que ya sería suficiente. Iglesias y Montero son el punzón con el que se revientan algunas de las costuras de la democracia. Al hilo de la intensa polarización que induce Iglesias, se dio entrada normal en la democracia a la actuación mafiosa de cuerpos de seguridad del estado con sicarios pretendidamente periodistas; a la corrupción cínica de jueces que llevan el quebranto de la ley hasta niveles de provocación; a la acción intimidatoria de bandas ultras en su domicilio, explícitamente reivindicada por Hazte Oír (y blanqueada por la ministra de defensa como se blanquean las cosas: comparando lo incomparable); y a llevar el furor contra lo que más les duele, la igualdad de género, a unos niveles de estridencia contra Montero que insultan al propio Parlamento (¿no se puso tiesa la señora Batet, más allá del cumplimiento del deber, y le quitó el acta de diputado a Alberto Rodríguez por la chorrada aquella, para que no hubiera sombra de mácula en la dignidad del Parlamento?) Para mí, la metáfora más sencilla de la memoria siempre fue un impermeable. Todos sabemos que cuando cala el agua por primera vez, ya calará siempre que llueva. Cuando el agua vence ciertos tejidos y abre una ruta entre ellos, la siguiente dosis de agua ya encuentra el camino hecho. Iglesias polariza, provoca en mucha gente, desde luego de la derecha pero también de la izquierda, odio o al menos irritación. Por eso se toman estas anomalías como algo normal, casi como algo que él se busca. Pero la democracia, como los impermeables, tiene memoria. Cuando la bicha abre ciertos caminos de indignidad y violencia, la ruta queda hecha, para Iglesias y para quien no sea Iglesias. Esta semana vivimos un episodio más de esta anomalía.

El título de este artículo promete hablar de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Aunque no lo parezca, es de lo que estamos hablando y seguiremos hablando. La grieta entre los dos, la quiebra entre Podemos y Sumar (curiosamente, ni Iglesias es el líder de Podemos ni Sumar existe todavía, pero todos nos entendemos), fue provocando que la izquierda «reflexionara» sobre el asunto, a la manera en que la izquierda reflexiona: convirtiendo la conclusión en un tabique que siempre separa a cada izquierda de otra izquierda. La primera señal de coherencia que percibe en sí mismo un izquierdista es la claridad con que se distingue de otra izquierda equivocada o claudicante. La antipatía pública que se dedicaron los dos líderes disparó ese gusanillo izquierdista de la discordia, por el que las convicciones más firmes de cada izquierdista son las que lo separan de otra izquierda. Las redes sociales se llenaron de lindezas progresistas contra Iglesias y contra Díaz. Ni la aspereza de la sesión parlamentaria mencionada, ni la oscuridad de la que es síntoma, ni lo que podríamos decirle a Iglesias y Díaz al oído como Pepito Grillo, ninguna de esas cosas, les va a poner en claro nada que no sepan. Ya saben de sobra lo fundamental: 1. Yolanda Díaz sabe que Sumar no llegará a ninguna parte si no tiene en la sala de máquinas y bien engrasados a Podemos (sobre todo) e IU; sin ese anclaje será una flor al viento. Es imposible que no lo sepa. 2. Iglesias sabe de sobra que Yolanda Díaz es la persona del momento y que no hay alternativa de alcance que no pase por su liderazgo. Podemos baja en cada elección y seguirá bajando. Sin embargo, el techo de una izquierda impulsada por Díaz puede ser lo bastante alto como para definir el momento político. 3. Los dos saben en qué se diferencian sus propuestas en impuestos, relaciones laborales, pensiones, educación, sanidad o libertades civiles: en nada. 4. Los dos saben que Yolanda Díaz está donde está porque la puso Podemos y que también está donde está porque multiplicó personalmente el crédito que recibió de Podemos. Pero sobre todo saben que esto es irrelevante, que la política no va de quién lo merece ni quién debe qué a quién. Los liderazgos no son premios ni ajustes de cuentas, son herramientas operativas. 5. Sumar, y solo Sumar, con Podemos en la sala de máquinas, y solo con Podemos en la sala de máquinas, puede succionar y llevar en emulsión a la mayoría de organizaciones a la izquierda del PSOE en un movimiento de ensamblaje blando, pero coherente. 6. Si Yolanda Díaz y Pablo Iglesias no se tragan, no tienen por qué hacer nada por llevarse mejor. La política no va de amigos, de empatía, ni de venid y vamos todos con flores a María. El político que no sepa trabajar y ser eficiente con quien le cae mal, que se dedique a otra cosa. Aunque no sé a cuál. ¿No nos pasa eso a todos en nuestros trabajos? 7. Si no se tragan, siempre hay una cadena corta de personas para llegar de una persona a otra. Eso también lo saben.

Todo esto lo saben de sobra. Vieron esta semana las fauces de la alternativa. Saben que la maquinaria está dispuesta para que siga yendo la riqueza hacia donde hay riqueza. Saben que la igualdad de oportunidades salta por los aires cada día más y que están la cartas repartidas en el nacimiento cada vez más. Saben que los recursos del estado tienden a menguar, que los servicios públicos tienden a decaer y que los derechos que se ejercen en ellos irán desapareciendo, hasta que en vez de derechos sean el negocio de emporios privados. Saben que la concentración de riqueza y el control de los medios que se hace desde ella tienden a hacer de la democracia un cascarón vacío. No hay nada que decir que no sepan ellos y que no sepan todos los izquierdistas del Frente Popular de Judea y del Frente Judaico Popular.

El PSOE y lo que está a su izquierda tienen muchas posibilidades de ser mayoría, sencillamente porque dependen de sí mismos. Haciendo bien lo básico, lo que cualquier político mediano sabe hacer bien, ganarán. En 2014 Podemos cayó como una bomba en la modorra de una transición que se había convertido en Restauración. Abrió un espacio y se fue de él dejando allí tirados algunos utensilios que en parte fueron usados por la ultraderecha. Solo desde Sumar y solo con Podemos en su esqueleto se puede volver a ese breve espacio en el que no están, recogiendo los ecos del recordado Pablo Milanés. Y solo desde ese breve espacio se puede ocupar para bien todo ese otro espacio que queda fuera del Elías Ahuja. España, podríamos llamarlo.