¿Dónde estoy?

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

11 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El domingo pasado pregunté ¿Qué hay de lo mío? Y hoy vuelvo  a preguntar aunque por asunto diferente, siendo siempre los interrogativos y sus signos unos cotillas y aficionados a chismes. Pregunté antes y pregunto ahora, sin poner en el rostro el artificio de una sonrisa de tonto, de bobo, y tampoco, claro, con la cara muy seria, como de jueza novata y teñida, tonta y boba, de principio y de remate. Y me animo con la música de Vangelis que quita lo trágico, pues con eso lo que hay que hacer, por respeto a los lectores y lectoras, es llorar y jamás escribir como tantos hacen.   

I.- Un ecologista:

¿Dónde estoy, una guía para habitar el planeta? es el libro escrito por esa eminencia, de fama internacional, que se llamó Bruno Latour, francés, fallecido en Paris a principios de octubre de este año y al que un papel de periodo/periódico, con su simplismo, llamó «el filosofo de la ecología». El autor dice en el capítulo 14, titulado Para saber un poco más, que su libro es un cuento filosófico, o sea, que es complicado, como la filosofía misma. No es raro que el cuento esté inspirado en ese otro, La metamorfosis (Die Verwandlung), del escritor en alemán y humorista que fue Franz Kafka, de orejas como alas.

Y aquí apago la música de Jon and Vangelis, y dócilmente me inclino ante la excepcional edición de Cuentos completos, un total de 83, de Franz Kafka, a cargo de El Club Diógenes (Valdemar). Y aprovecho para despreciar la regla de la Academia que prescribe que los párrafos de una escritura deben tener extensión parecida.

En la obra de Latour están los mismos suplicios que sintió Gregor Samsa al descubrir que se transformó en insecto monstruoso, acaso cucaracha, acaso cangrejo, acaso escarabajo, cambiado el tamaño y teniendo que aprender a dominar las patas y las pinzas agitadas en todas las direcciones debajo de la cama. Pensó Latour que metamorfosis semejante la padecimos todos después del insípido confinamiento por el Covid, nunca debidamente pensado o repensado. ¡Qué ensayo general ante los confinamientos a venir! En el capítulo de Las zozobras de engendramiento en serie, se escribe: «Es como si el confinamiento impuesto por el virus pudiera servirnos de modelo para familiarizarnos poco a poco con el confinamiento generalizado impuesto por lo que se ha dado en llamar con dulce eufemismo, la crisis ecológica».

Bruno Latour se pregunta en el capítulo 1º: ¿Dónde estoy?, después de reconocer que tras un confinamiento, se alumbró una nueva noción de frontera; tan largo fue el confinamiento, que al salir a la calle, a unas calles medio vacías, se veían únicamente las miradas huidizas de los transeúntes. Bruno Latour se pregunta en el Capítulo 2º: ¿Dónde estoy?, después de pensar que estuvo en la ciudad, como la mitad de sus contemporáneos, y añadió: «Estoy dentro de una especie de termitero ampliado». Y Bruno Latour se pregunta al final del capítulo 13: ¿Dónde estoy?, después de escuchar una voz como la de Gregor y como la suya: un gruñido de tripas.

Y ante la crisis de todo, de la biología («Lo intrigante de la experiencias del cáncer es que obliga a interesarse por la independencia de algunos de estos seres, que siguen su propio camino, aún más libremente que los demás»), de la religión («¿Qué sentido podrían dar a la encarnación de un Dios hecho hombre si hubiera que escapar del mundo»?), y de la economía («En varias semanas, lo que hasta ahora se llamaba Economía con mayúscula, se detuvo en seco»). Tal  como  escribió Le Monde, Latour  invita a inventar nuevas maneras de vivir.                                                                               

No fue moco de pavo, aunque asunto mocoso y de mocosos, la ilegalidad o anticonstitucionalidad de los principales actos del Gobierno español, como los confinamientos. El CAOS y la corrupción, es verdad, pudieron ser aún mayores, que para eso sirven siempre los gobiernos de Cataluña.

II.- Un sociólogo:

Bruno Latour que fue filósofo y sociólogo de las ciencias, me interesó hace mucho, y no como ecologista, sino como sociólogo del Derecho, habiendo escrito en el siglo XX y publicado en 2002, el libro La fábrica del derecho, una etnografía del Consejo de Estado, gracias a la editorial La Decouverte. Un francés Consejo de Estado, gran institución republicana, no como el español, de papel esencial para el funcionamiento eficaz del Estado francés y defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos, en su doble función de consejero jurídico del Gobierno y de juez supremo (función jurisdiccional) de la acción administrativa, verdadera originalidad desde Napoleón.

En aquella «sagrada casa» (lo jurídico fue siempre derivación de lo sagrado) entró Bruno Latour para hacer un trabajo de campo, sobre los actos de la escritura jurídica, la fabricación y manipulación de dosieres, las andanzas y miserias de los prestigiosos consejeros de Estado, y tratando siempre de descubrir los intensos lazos entre el derecho y la sociedad. Aquí no preguntó ¿Dónde estoy? pues siempre lo supo.  

El libro comienza «Bajo la sombra de Bonaparte» y termina  con eso tan humano, aunque esté escrito en latín: Cornu bos capitur, voce ligatur homo, que significa: «Por el cuerno se coge al buey, por la voz al hombre». En el libro hay consideraciones jurídicas interesantes: cuando se afirma la dificultad del Derecho Administrativo, que debe a la vez controlar a la Administración, pero que al mismo tiempo no debe molestar la buena marcha de la misma Administración imponiendo límites superfluos; también cuando se escribe de ese problema jurídico que es el de mantener la forma y no quedarse en tecnicismos sin importancia: de conflictos entre forma y fondo, y conflictos entre forma y formalismo, entre el juridicismo y el formalismo. Y se recuerda lo de que el camello es un caballo pintado por un comité; o sea, que las chepas de los camellos hacen juego con las dunas del desierto.

Latour, por no ser jurista, dedicó atención a la materialidad de lo jurídico, de cómo poco a poco los dosieres van engordando, llamados también expedientes administrativos o sumarios; de qué manera se atán, previa foliación, cómo se etiquetan o pegan sus hojas, qué tapas los cubren, que cintas los aprietan, qué tipo de sellos los manchan con tintas azules. Es interesante la fusión en los sumarios y expedientes entre lo químico y lo alquímico, así como los cambios de cara de los secretarios y secretarias, siempre auxiliares, con colores de cara cambiantes como las tapas de los dosieres, unos rojos, otros verdes y los amarillos.

III.-Y la semana próxima: 

Pudiera ser ¡yo qué sé! que lo escrito hoy resulte denso como el aceite de oliva (sólo el virgen). Pude ser mucho más largo e indigesto con seguridad. Mas pido disculpas en cualquier supuesto. Y por si acaso, con dudas, anuncio que el próximo domingo, Dios mediante, escribiré de mi profesor de Geografía Universal, con verruga en rostro y de mucha proximidad científica con el escritor Clarín, que de claridades resultó escaso, por lo que le llamó «Clarín el obscuro ».

Y termino repreguntando: ¿De que color eran las ligas de la Ana Ozores? Negras o de alivio, me contestó la mayoría.

¡Ah, que se me olvidaba!: ¿Sabe usted lector o lectora dónde está? Y si me dijeran que si, les repreguntaría: ¿Really, como escriben los anglos?