Y ahora, sofocos

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Paco Paredes | EFE

21 dic 2022 . Actualizado a las 09:53 h.

La peripecia vital de la mujer vive pegada a su cuerpo. Aunque te quieras olvidar de él siempre hay un hito hormonal que te recuerda que habitas un edificio de carne y humores sometido a tormentas perfectas y explosiones brutales de las que hay que acostumbrarse a disfrutar. Y por si tus toboganes íntimos no fueran suficientes, continuos y siempre exagerados, entre hito e hito siempre hay un alma caritativa dispuesta a tomarte las medidas, a hacer inventario de tus granos, a ponerte la cinta métrica en las tetas, a calibrarte las canas, a pasarte el cartabón por las caderas o a meterle un medidor de profundidad en tus arrugas. Casi todas las señoras que empuñan un micrófono hablan de sus crisis porque las tienen o porque alguien les recuerda que las tienen, como si fuese imposible librarse de tu cuerpo y todo fuese una educación para aceptarse.

La penúltima sorpresa biológica que te depara este body que encierra tantos bodys son los estrógenos. Sabías que los tenías porque eran puntuales como las personas educadas, pero no estabas instruida para el terremoto loco de su retirada. Recuerdas los aspavientos repentinos de tu madre, su retirada fulminante del abrigo en pleno frío, su cara encendida en un segundo, la progresión térmica que de pronto proclamaba no para que nadie se enterase, sino para asombrarse de ella misma, atónita como acabamos todas por el fuego que en un instante te brota y con el que calculas podrías dar calefacción a media serra de Queixa. Ahora eres tú la que piensa de dónde sale esa energía, entiendes al fin el significado extenso del sofoco, convives con la señora en la que estás domiciliada y sus vaivenes caloríficos, esos que cuando vas en el coche reclaman un vendaval ártico que te alivie y al minuto un brasero nuclear que te caldee. Y todo sin salirte de ti misma.