Cerrado en falso el periplo de las dos oleadas huelguistas de 1962 en Asturias, las de la primavera y después en el verano, quedaba un tema pendiente junto a los incumplimientos, detenidos, despedidos, era el de los desterrados.
Podemos valorar 60 años después, que la huelga fue dura y larga, pero fue un éxito. La capacidad de movilización y de unidad de los trabajadores, el apoyo social conseguido junto a la repercusión internacional y la extensión de la movilización por toda España; harán que se valore las Huelgas de 1962, como las que marcaron de nuevo el camino. Desde entonces las Comisiones de Obreros, serán el motor de las movilizaciones que se sucederán año tras año hasta el final de la dictadura. En 1962 hacer huelga era ilegal, juzgable por un tribunal militar, el Tribunal de Orden Público, se creara precisamente en diciembre de 1963. Pero en el 62 a Franco no le quedó más remedio que negociar con los huelguistas y enviar a Oviedo a su Ministro Solís, la sonrisa del régimen le decían. Está claro que los mineros consiguieron de forma pública sus objetivos pero los incumplimientos llegaron pronto y los resquemores, cuando se veía que los más beneficiados eran los mandos y trabajadores de cuello blanco de las minas; frente a los habían hecho la huelga, los mineros.
Como era norma en la Dictadura: despidos, detenciones, torturas pero en esta ocasión cobró especial papel las deportaciones, una herida que se mantuvo abierta hasta el regreso de los mismos. Gómez Fouz en su libro Clandestinos, plantea que fue el propio Camilo Alonso Vega, ministro de la gobernación y buen conocedor de Asturias; había dado la orden de que tenían que ser 125 los deportados, ninguno menos y ninguno más. Se le encargó la confección de la lista al mismísimo Claudio Ramos, comisario de la Brigada Político Social y cabeza de las torturas en Asturias en aquel largo final del franquismo. El listado se realizó principalmente, en base a su afiliación comunista o cercanía al PCE, no sin dificultad por el número requerido, según el citado autor.
El propio Vicente Gutiérrez Solis recuerda las condiciones del traslado, cargado en un camión y como fueron diseminados en grupos de 3 o 4 por la geografía de lo que ahora conocemos como la España vaciada. Desterrados entre finales de agosto y principios de septiembre de 1962 a Soria, Avila, Lugo, Ourense, Pontevedra, Huelva, Valladolid, Guadalajara, Zamora, Cáceres, Logroño, Almería, Badajoz, Cuenca, Segovia, Jaén y Murcia. Estamos hablando en localidades, en muchos casos, donde se había masacrado a los contrarios al Golpe de Estado de 1936 y donde la Guerra Civil como tal, no había existido, pero sí su represión. Lugares sin oposición organizada al régimen y por lo tanto, donde esperaban que los rebeldes mineros asturianos quedasen aislados.
No solo no consiguieron que Asturias les olvidase, la reivindicación de su regreso era parte del malestar general existente y generaron nuevos focos de oposición en sus localidades de destino. Hay que pensar el impacto que supone que te lleven a una región y ciudad extraña, con los bolsillos vacíos y que te dejen bajo un libertad vigilada y teniendo que presentarse en comisaría, buscar trabajo y techo en estas condiciones; pero todo ello, fue enfrentado con determinación por los deportados. Lo que les pesaba más, era la distancia con Asturias y sus familias. Para muchos de sus nuevos vecinos, esos mineros eran diablos, imagen avivada por la propaganda franquista y que ya venía incluso de la Revolución de 1934. Pero se encontraron con gente trabajadora como ellos y establecieron vínculos. La imagen de Soria con decenas de personas congregadas para despedir a los desterrados, es un fiel reflejo de lo que había sucedido.
Históricos ya desaparecidos como Manuel García «Otones», en el documental del historiador Octavio Monserrat: Hay una Luz en Asturias Testigos de las Huelgas de 1962, cuenta cómo se organizaron en su destierro para contactar y reclamar el acercamiento o Martín Fraga relataba como se organizó el PCE en esos lugares. En enero de 1963 pasaron de deportados a desterrados lo que les permitía acercarse qué no volver a Asturias, buscando la mayoría trabajó en la provincia de León, seguían bajo control policial a todos sus movimientos. Como relata Ramón García Piñeiro , uno de los autores de Las Huelgas de 1962 en Asturias, editorial TREA 2002, coordinado por el historiador Rubén Vega y recientemente reeditado. En los anexos de dicho libro, figuran la lista de los 126 deportados, no 125 como contaba Gómez Fouz. Con sus nombres, lugar de trabajo y destino de destierro, entre otros datos y la fecha de deportación y regreso final, la mayoría en primavera de 1963 y los últimos en noviembre de ese año. Consiguiendo no solo el regreso de los desterrados a Asturias y también la vuelta a sus centros de trabajo.
No hay que olvidarse, de dar una mención especial para las mujeres de los deportados, sacando adelante a la familia sin sus maridos, mantenían la comunicación y en muchos casos, manteniendo sus actividades clandestinas antifranquistas. Sin duda las mujeres de los desterrados, como el conjunto de mujeres que se movilizaron durante las huelgas de 1962, 63 y siguientes, son un claro ejemplo de combatividad, conciencia y organización, no suficientemente reconocido.
De las navidades y fin de año de 1962, Vicente Gutiérrez Solis, recuerda las 2.000 pesetas que consiguieron recolectar en Soria, para apoyar a los presos del Penal de Burgos y como las llevó él mismo, escondido en un tren por un contacto del ferrocarril hasta Burgos, arriesgándose a ser detenido. Hay que recordar que cada día tenía que presentarse en comisaría en Soria a las 09:00 y a las 18:00 horas. Vicente recuerda aquellos días como duros, de un rio Duero helado y donde había para tomar un vino y poco más, la solidaridad de la gente que te invitaba a comer y el pensar en la situación de la familia en Asturias. 60 Años después Vicente sigue manteniendo viva la memoria de aquella huelgona y reivindica su importancia y que no se olvide, para las generaciones futuras.
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