En el fin de año, todo igual. Pronto serán todos jóvenes

OPINIÓN

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, en los Premios Princesa de 2018
Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, en los Premios Princesa de 2018 Tomás Mugueta

31 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pronto los jóvenes tendrán arrugas. Cosa de dos o tres décadas si sigue esta deriva social. Hay algo más que la edad en el asunto de ser joven. Asociamos la juventud con cierta forma deleitosa de inconstancia, con la energía y el estilo (a Gallardón, con 28 años y siendo concejal, le pidió un periodista que dijera tres zonas de Madrid de ocio nocturno; parecía tan mayor …). Cualquiera describiría a la cacareada Isabel Preysler como una mujer madura, a pesar de que sus 71 años podrían sugerir otra palabra. Pero hay algo más, incluso algo más que la apariencia y el estilo. El Abuelo de La Dama del Alba le dice a la Peregrina, a la muerte, que no la teme porque tiene 70 años (uno menos que Preysler). «Muchos menos, abuelo. Esos setenta que dices, son los que no tienes ya», le replica la bella y temida visitante. La intuición de Casona es que la edad se mide por lo perdido, por lo que ya no se tiene. Cuanto más se haya perdido menos queda. Por eso, aparte del vigor y el estilo, aparte de la apariencia y los años, la juventud se asocia con el futuro, con ese estado en que aún queda mucho porque aún se perdió poco. Por eso los ricos parecen más jóvenes. Se dirá que el cacareado Vargas Llosa tiene 86 años se ponga como se ponga. Será verdad, pero a nadie se le viene la palabra «anciano» para referirse a él ni a Amancio Ortega, que ya (no) tiene otros 86. Siendo rico parece que siempre hay algo notable por venir.

Pero el sistema social que se va abriendo camino está llevándonos a asociar la juventud con una forma nada deleitosa de la inconstancia, que es la inestabilidad, en lo que tiene de intemperie. Los trabajos dignos son cosa de gente mayor que en diez años ya no estarán trabajando. El horizonte de una vejez digna es también cosa de esa gente que en diez años estará cobrando una jubilación digna. La norma es que los jóvenes tienen trabajos inseguros, mal pagados y sin expectativa de mejora. Jordi Cruz les dice que hay que trabajar gratis para aprender y luego triunfar. Juan Roig les dice que hay que trabajar más por menos, cumplir deberes más que enredar en derechos y que más pico y pala y menos vacunas (sic). Jordi Cruz dice eso porque es pijo. Juan Roig lo dice porque cree que heredar una fortuna amasada en el franquismo, como se amasan las fortunas en las dictaduras, es hacerse a sí mismo. Pero todo es mentira. Después de trabajar gratis se sigue igual. Lo que se aprende no mejora las expectativas, porque el conocimiento se valora cada menos que la procedencia o la lista de contactos. Las gotas de estabilidad de los jóvenes vienen del respaldo de esa generación que en diez años habrá desaparecido del tejido laboral. La mayor parte de su trabajo se lo come el alquiler que cobra un dueño que no trabaja a pico y pala. Los jóvenes no pueden pensar en comprar un piso. Viven en un país en el que cada vez menos gente tiene piso en propiedad y cada vez se venden más pisos. Cada vez menos personas tienen cada vez más posesiones, los bancos tienen muchos pisos, desahucian y echan de su casa a mucha gente y nos saturan con anuncios de sus empresas de seguridad, en los que se nos quiere convencer de que los que nos echan de nuestras casas son los okupas y que los dueños de los pisos son abuelos indefensos que viven como pueden. Los hermanos ideológicos y de finanzas de Roig siembran los matinales de sus cadenas televisivas de tertulianos casposos para hablar cada día de esa plaga ficticia de los okupas.

Poco a poco vamos dejando  de asociar a la juventud con la apariencia, el vigor o el estilo. Vamos viendo a la juventud como esa edad en la que aún no llegaron las cosas normales que llegan en una vida normal. En una vida normal la gente vive en algún sitio, compra muebles, se suele emparejar, tener hijos, ir de vacaciones al pueblo o a la costa. Lo que está antes de eso es la juventud. Lo malo es que para que Roig sea la tercera fortuna de España, Bezos vaya a la Luna o Musk juegue con Twitter en sus ratos libres a mucha gente tienen que no llegarle esas cosas normales que llegan después de la juventud. Se plantan fácilmente en los 40 años sin que parezca que dejaron de ser jóvenes, pero no por lo mismo que la cacareada Isabel Preysler. Siguen siendo jóvenes porque siguen en la intemperie, sin más abrigo que el que venga de la generación que va saliendo de la actividad laboral. No sabría decir si su presente carece del espesor suficiente o si tiene una espesura tan ancha que cubre décadas. La Dama del Alba estaría perpleja. Los años que pasan no son lo que ya no se tiene. La juventud acumula años sin futuro, pero también sin pasado. Cuando la generación que en diez años desaparecerá del mundo del trabajo cumpla más años y desaparezca del mundo sin más, solo quedarán jóvenes, muchos de ellos ya con arrugas. El mundo neoliberal se compone de muchos supervivientes a granel y unos pocos acaparando lo de todos. Roig dirá que el que trabajó llegó y Jordi Cruz dirá que hay que seguir trabajando gratis, que él es un tecnócrata. Roig lo dice por lo mismo que financia a la jauría ultra; porque es muy facha. Jordi Cruz lo dice porque es pijo.

El cine, como todas las artes, se utiliza muchas veces con la intención de decir cosas. Pero donde es más fiable es en las cosas que dice sin intención. El cine coreano muestra como trasfondo social una feroz desigualdad social y de género, desconocida aquí. En la famosa película de Jack Nicholson Mejor … imposible, es evidente la intención de mostrar que el niño se cura o no se cura según haya o no haya dinero. Pero, fuera de foco, está el pintor homosexual que se arruina y que desencadena el nudo del argumento. Lo arruinan las facturas médicas de después de una paliza. Merece la pena mirar esas películas cada vez que alguien prometa bajar impuestos (siempre son los de los ricos, nadie grita por otros impuestos) o privatizar sanidad, educación o pensiones.

Es difícil decidir qué simboliza realmente el dios Jano, el que da nombre al mes de enero (Ianuarius). «Ianua» era la puerta de entrada de casa y Jano era el dios que guardaba esa puerta. Es representado con dos caras que miran en sentidos opuestos y por extensión es el dios del final y el principio, del cambio de las cosas. Es el dios de Nochevieja por excelencia. Pero es difícil decidir si representa el cambio y paso del tiempo o esa sensación de detención del tiempo que da el fin de año, donde más que cambio se viven los recuerdos remansados y como en remolino, como si las campanadas fueran un muro de contención. La superposición de sensaciones es una experiencia emocional y por eso apetece besar a los próximos y llorar a los ausentes. Y es buen momento para ver el sentido general de las cosas y notar que esta parte del mundo no va bien, que la juventud, en el mal sentido, llega hasta las arrugas y que hay que recibir el año remangados y firmes por todo lo que hay que hacer.

Umberto Eco decía que la redundancia hacía unívocos los mensajes. Eso requiere sus matices. Estamos programados para evitar el exceso de redundancia y por eso los mensajes redundantes son muy densos en inferencias no dichas, porque el receptor ajusta el mundo para que no sea tan redundante. Si nos dicen que Sánchez no irá desnudo al Congreso (cosa verdadera), ajustamos el mundo para que eso no sea una redundancia con lo esperable y asumimos que de vez en cuando se deja ver desnudo. El remanso del tiempo en fin de año es buen momento para repetir obviedades, porque los ricos herederos (cada vez más «heredero» es redundante con «rico») quieren que dejen de ser redundancias y obviedades (cambio cultural, lo llaman): sí hay docenas de mujeres asesinadas cada año por ser mujeres, hay cada vez más pobres, hacer más ricos a los ricos no es creación de riqueza, el lucro y el beneficio no reparten, los derechos no existen sin servicios públicos, privatizar servicios básicos es eliminar derechos, los impuestos son la única manera de moderar la desigualdad, nadie es libre sin médico o sin escuela, nadie debe aceptar en paz que le quiten sus derechos. Jano es el dios de los inicios y de los umbrales, el símbolo de que todo tiene un límite.