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OPINIÓN

José Vélez AbascalMuséu del Pueblu d'Asturies

22 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vez terminada la lectura de la Introducción al libro Personalidad y Poder, escrito por el historiador, no cuentista, Iam Kershaw, el mismo que hizo la biografía definitiva de Hitler, «puse» la radio, la de siempre, Onda Cero, para escuchar, al de siempre, Arturo Téllez, las últimas noticias. Por él supe que el «Gobiernín», en diminutivo, presidido por Barbón, el superlativo, concedió honores y gracias a hombres y mujeres. Honores que esta vez, a diferencia de otras pasadas, son, al parecer, únicamente «honoris causa», por sus hazañas, prodigios y notables hechos, dignos de ser proclamados o cantados como los de Homero, y no por causa onerosa, o sea, por contraprestación del do ut des, no gratuitos.

Cicerón, a los esclarecidos premiados, hoy llamaría vir clarissimus, en un tiempo, el romano, en el que sólo se premiaban a los varones, nunca a las mujeres aunque fuesen viudas, por eso, ya de por sí, de mucho mérito, la viudedad. Llamar ahora, en singular, a las premiadas mulier clarissima es estirar demasiado el latín, como el chicle o goma de mascar, pues el importante significado de vir, no es equivalente en Roma al de mulier.

En aquella Introducción, Kershzaw cita el libro de Carlyle Sobre los héroes (las mujeres tampoco figuran en el texto) o «la Historia de los Grandes hombres que la trabajaron». Cita luego al suizo Burckhardt, que escribió sobre la grandeza histórica, admitiendo que la verdadera grandeza es un misterio». Y finalmente, recuerda I.K. que el sociólogo Max Weber desarrolló el concepto de «carisma», tan importante.

Los lectores y lectoras no dudarán de que los y las premiados/as con medallas tan asturianas como las manzanas, son grandes seres o criaturas, independientemente del estado civil, careciendo de misterios y, además, tienen carisma.

Y ahora, continuemos con lo nuestro, pues lo de ellos y ellas ya bastó.

El recuerdo a mi admirado Vélez fue arbitrario, como arbitrario es todo el pensamiento, pues piensa lo que viene en gana y cuando se quiere. Así, me dio por pensar en los inicios de mi «uso de razón», en el Estadio de Buenavista (Oviedo), en la tribuna azul, con asiento reservado y almohadilla, justo enfrente del marcador pirulero, que anunciaba en lo más alto un anís de La Asturiana. En el campo de fútbol, de puerta a puerta, Vélez se desplazada a la carrera, cargado con máquinas de fotos, a la búsqueda de la instantánea del gol para verla en Región el martes siguiente. Muchos años después, en Gijón, a Vélez me lo presentó Valentín Rodríguez, el de B.T.P., que, al saber que yo era nacido en Oviedo, en la calle Campomanes, me preguntó (Vélez): «¿Cómo es posible que tú vivas en Gijón?», y le respondí con lo de Juan Cueto, que una vez, en el Dindurra, junto a Carantoña, me dijo: «Es que los mejores de Oviedo, vivimos en Gijón».

A raíz de aquello comencé a colaborar con Vélez, habiendo escrito, por sus ánimos e impulsos, y para La hora de Asturias, unos treinta artículos, titulados En un principio fue la calle Campomanes, en los que lo más importante, por supuesto, no era mi texto sino la fotografía de Vélez que los acompañaba. A la condición de fotoperiodista primero, y más tarde a la condición vocacional de propietario de un medio de comunicación, ya me referí en parte anterior; ahora vuelvo a destacar la excepcionalidad maravillosa del libro de Vélez y de Lillo, titulado Oviedo, la huella del tiempo.

El pasado viernes día trece paseé por Oviedo. Primero desayuné una palmera glaseada en La Mallor de los «federicos confiteros», siempre y muy de Milicias Nacionales (las «caracolas» escarchadas de la Confitería Asturias, con «caché» desde 1946, también son inmejorables). Después almorcé hígado encebollado en la sidrería El Ovetense, en compañía de mi amigo Luisma, que tanto sabe, apenas cuenta y que es tan hermético como Hermes, el dios mensajero. Más tarde, con mucha vista y no ciego de hígados, vi en un escaparate de librería un libro titulado Puro Oviedo, años 50 y 60, que si bien merece la pena no obstante su alto precio (casi 35 euros), en la página 147 tiene un error de bulto, como de tumor benigno: la locomotora que allí aparece no hacía la ruta Oviedo-Santander, pues era locomotora del Vasco Asturiano únicamente para el trayecto Collanzo-Oviedo (las Krauss del Vasco quizá hicieran el otro trayecto, el de Pravia y el del Puerto San Juan de La Arena). La máquina de la foto de la página 147 es la misma, mirada con lupa, que las locomotoras que aparecen en la página siguiente, 148, del Vasco Asturiano, de Collanzo a Oviedo, en la Estación del Vasco en Oviedo.

Don Ramiro Fernández, psico/esteta y amigo mío, escribe en La Hora de Asturias correspondiente al mes de octubre de 2011 un artículo que titula Los guisos de la abuela, haciendo la competencia a tanto cocinero/filósofo que hoy le da a la pluma, no precisamente la del «pitu de Caleya o gallo de corral» como un Nacho Manzano. Ramiro o Miro (Ra) es del establishment, seguramente también del Oviedin del alma, pues fue concejal de la «heroica Ciudad», siendo natural de Moreda, y en unos tiempos que no son los de ahora, que hasta es Alcalde de Oviedo uno de Teverga.

Pido perdón por la auto/cita, pero el caso es que el 4 de junio de 2012, en el periódico que fue del Movimiento y luego subastado, escribí: «Don Ramiro es de Moreda, moredano o moredense, aunque nacido en Nembra. Es, como todos los de ese lugar, telúrico, tectónico y volcánico, absorbiendo como una uva de majuelo o de parra, todos los sabores de esa tierra. Por eso, don Ramiro es de Dionisos, báquico, no de Apolo o apolíneo, que tanto le gustaría. Además, un apolíneo jamás llevará en el dedo meñique una sortija de oro y brillantes. Y es que los de Moreda son así. Ya lo dijo Hegel».

A un amigo, como don Ramiro o Ra(Miro), no dejo de darle buenos consejos. Le repetí que no participara en ese afán de los calvos de ahora mismo, consistente en que todos «rapemos» la cabeza, pareciendo todos calvos, siendo algunos, pocos, aún pelones, que es mi caso. Admitiendo su posición de neutralidad por evidentes razones de negocio de peluquería, a los calvos hay que mantenerlos a raya y que su pretensión de que todos seamos calvos es puro totalitarismo, o sea, que ni calvos, ni con visera, gorra ni gorritos de adorno. Y, para que su negocio sea más próspero, si posible fuere, recomendé a don Miro que a los calvos pacientes y suaves, anime con eso de que en las grandes autopistas jamás crece la hierba, y que a los calvos impacientes y bruscos les zahiera diciendo que tienen el mismo problema que los árboles: empiezan secándose por la copa.

A mi amigo Ramiro también hago reproches, siendo el último el siguiente: después de su exposición en Trascorrales, titulada «La Barbería desde el siglo XVII hasta hoy», sigo sin saber si Alonso Quijano y Sancho Panza eran calvos o pelones, no valiéndome el argumento de que por el «desde» no se incluye en su historia barbera, que es, no obstante, muy bárbara, la del siglo XVII.

«Ramirín» me repite que no dejan de llamarle para recitar pregones, bien los gastronómicos o los otros, también lo de eso que se llama el RIDEA. Comparte privilegio con don Francisco Rodríguez, que, después de poner muy contentos a los de Cabranes en mayo de 2008 con lo del arroz con leche, más lo de Afuega´l pitu, ahora anda con lo de los nabos, no en Proaza o Proacina, Teverga o Tevergina, sino en Morcín. Estoy totalmente de acuerdo con los de la Cofradía de los Amigos de los Nabos, elegantes de capa, copa y copetes, que acaban de proclamar: «Los nabos no son cosas para hacer chistes». ¡Cómo se va a hacer chiste CON UNA HORTALIZA tan sabrosa, al grito del «Besa el nabo», y habiéndose nombrado Cofrades del nabo a personalidades tan notorias, incluso, añadiría, tan notarias!

 A mis lectores y lectoras animo a que lean en Internet mi artículo, de 2021, que titulé Nabos y berzas, como prueba de mi respeto a todos, hasta los nabos y las nabizas.

En el pregón de Cabranes, publicado íntegramente en La Hora de Asturias en mayo de 2008, don Francisco Rodríguez escribe de política (del liberalismo), de antropología («Toda fiesta tiene también su dimensión económica»), de economía («Como aquí todo el mundo sabe a qué cosas me dedico»), de arte y cultura («Comer es distinguir, es desarrollar una cultura basada en el refinamiento del gusto»), de propaganda («Hay que huir de determinadas materias primas con nombres sofisticados y volver a la mantequilla y a la nata»). Y la conclusión: «Una fuente de arroz con leche es también un motivo de reflexión».

Y VOLVIENDO A DON Ramiro (RaMiro o MiroRa): Les patates rellenes, el pitu y les picatostes sirven, además de para quedar fartucos, para filosofar, pues escribe que «son un todo que nos trae el recuerdo de la grandezas de una forma de vivir: la amistad, el esfuerzo, el cariño, el aprovechamiento de los recursos y la dedicación del tiempo necesario para que los sabores…» (siguen muchas comas y ningún punto, ejemplo de Gramática Degenerativa)

Y concluyo recordando que don Ramiro nacido en 1943, escribió una vez, siendo más joven, algo que me parece muy discutible aunque comprensible en persona tan mayor, aunque juvenil, si posible fuere: «La edad se mide por la frescura del corazón y las ideas».

Pero en La Hora de Asturias hay mucho más y muchos más. Iremos por partes, comenzando por don Víctor de la Concha, simpático aunque sin derroche y con el Toison real a cuestas, que, tal como está hoy la Monarquía, más parece un Desorden que de una Orden. Los premios de aquí, con los que empezamos son, eso sí, muy ordenados.