Víctor, nombre propio para la épica

OPINIÓN

Víctor de la Concha
Víctor de la Concha XOÁN A. SOLER

29 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Víctor de la Concha:

Ya lo dijo Vélez, muy recordado: «La memoria es extraña». Y es que la memoria, como todo lo humano es frágil, caprichoso, mucho más del «mírame y no me toques» que del manoseo o de los tocamientos. De ahí que haya que tener cuidado con la memoria, pues escribir con ella engaña, engatusa, creyendo ser verdad lo que es una mentira. Si eso es comprensible, lo incomprensible es que un historiador, que ha de manejar documentos, recuerde y confíe en la memoria.

Lo dijimos la semana pasada: muy bien y sobresaliente a Ian Kershaw por la Introducción al libro Personalidad y Poder, pero muy mal esta semana por el error en el capítulo 8 de su libro, dedicado a Francisco Franco, pues en la página 309, casa a Ramón Serrano Suñer con una hermana de Franco, ignorando que aquél era el llamado cuñadísimo, por estar casado con una hermana de la esposa del dictador, también Polo. Es verdad que ese error no tiene importancia, pero la importancia viene porque el que lo comete no es un simple contador, sino un historiador de élite, más propio del documentum que del memorándum.

Un periódico es muchas cosas, desde envoltorio de castañas calientes o de sardinas frías a ser importante colección de hemeroteca, para buscar y encontrar. Si el periódico de ayer es ya muy viejo, imagínese el de antes de ayer. Así en La hora de Asturias, la de Vélez, busqué y encontré al maliayo, Víctor García de la Concha, de nombre épico y nombre, el de Víctor muy del pasado, siempre él joven y siempre víctor, aún en la cercanía, ahora, de los noventa años, una edad de derrotas, cerca de la muerte, esa derrota final, teniendo que devolverse hasta los collares como el del Toison. Y él, don Víctor, luchador contra derrotas, anuncia un nuevo libro, otro más, titulado Grandes páginas de la Literatura española.

Y mi interés viene de lejos, del recuerdo admirable a don Víctor hace muchos, muchísimos años: lo vi caminar con sotana, pues fue cura, entre brumas y nieblas, por la calle Fermín Canella, junto a la tapia de las Dominicas e iluminada por farolas grises, caminante hacia el Colegio Mayor San Gregorio, donde, al parecer, ya perdonaba pecados. Vélez, en su periódico del mes de febrero de 2010, dedicó a don Víctor las páginas 17, 18, 19 y 20. Vamos a ellas.

En la página 17 está la foto de García de la Concha, al pie de la cual se puede leer: «Víctor G. de la Concha junto al retrato original de Teresa de Jesús en su despacho de la Real Academia de la Lengua». A continuación, en negrita se le considera «El rey de las palabras», haciéndose una narración biográfica y como de santoral en las páginas 17 y 18. En las siguientes páginas 19 y 20 se encabezan con el siguiente titular: «Los entrañables recuerdos periodísticos del director de la RAE en Oviedo, destacándose en un aparte: «Siempre me llamó la atención como un periódico que nace con el yugo y las flechas se convierte en el más leído de Asturias, tierra republicana». 

Siempre seguí con respeto y admiración los avatares de don Víctor García. Primero fue el recuerdo, de finales de los años cincuenta o principios de los sesenta, en la calle Fermín Canella, ya indicado. Más tarde me llamó la atención el interés hacia los literatos místicos, tan de Víctor de la Concha, interés por ellos despertado que en mí fue gracias a don Pedro Sainz Rodríguez, el amigo del Marqués de la Rodriga, el de la calle Campomanes, al haber leído su clásica Introducción a la Historia de la Literatura Mística de España, que data de 1927, libro de su época. De la Concha entró en la Academia discurseando sobre el abulense San Juan de la Cruz. Y añado que el apellido De la Concha, genitivo de molusco bivalvo, remite al gran profesor que fue don Ignacio de la Concha, también maliayo, catedrático de Historia del Derecho, que a tantos ovetenses despertó con los llamados «Itinerarios Históricos».

Me interesó también la labor de Víctor de la Concha como director de una de las diez Reales Academias, que constituyen el denominado Instituto de España, la de la Lengua, correspondiendo el Alto Patronazgo de las Reales Academias al Rey, según el artículo 62, letra j) de la Constitución española. Y sucedió a Lázaro Carreter, zaragozano y salmantino por lo de Anaya, el de los «Comentarios de Textos», geniales en el bachillerato de aquel entonces, y el mismo que nombró a don Víctor su sucesor o director de los «inmortales», no de la Docta casa, que siempre fue el Ateneo, tal como explicó el profesor Rico contestando al discurso de ingreso de Javier Marías en abril de 2008.

II.- Su contradictor Caballero Bonald:

De las personas respetables, me gusta leer lo que dicen de ellas quienes no las tienen respeto; caso de J.M. Caballero Bonald, jerezano de la Frontera, que en 2017 publicó Examen de los ingenios. Indudablemente, el literato Caballero Bonald, a semejanza de tantos literatos como Gómez de la Serna, Julio Camba, Miro, Juan Ramón y Umbral, no perteneció a la Academia de la Lengua, no habiendo sido siendo jamás académico. Al final del libro, Caballero dedica varias páginas a don Víctor, sobre el que escribe cosas tan maliciosas como las siguientes:

«Actuara o no en funciones de director, presidente, portavoz, delegado de algo, mandatario de algo, siempre era el mismo. Quiero decir que siempre era el mismo Víctor de la Concha todo afeitado y pulimentado, todo revestido de eficacia y de pulcritud, todo expuesto en su fanal honorífico». Y añadió: «Docto y ceremonioso, ufano de sí mismo, tiene ademanes de procónsul y una mirada traslúcida de ave de presa. Iba para obispo de una diócesis principal y se quedó en seglar con mando en plaza».

Umbral, pensando ser de la Academia, escribió de Víctor de la Concha maravillas a mediados de los años noventa del siglo XX; luego, ya en el siglo XXI, no pensando en lo de la Academia, escribió cosas menos maravillosas: «Víctor es el gran ejecutor de todo lo que le había enseñado Lázaro». Víctor, es verdad, que ayudó poco a Umbral, tanto en la negativa a lo de la Academia, como en la concesión del Premio Cervantes, que al final, después de muchas tiras y aflojas, y siendo presidente del Jurado, lo concedió de milagro (a Umbral). Eso lo cuenta Anna Caballé en El frio de una vida, que era autora detestada por Umbral por escribir de éste que era de madre cierta, como todas las madres, pero de padre menos cierto, como eso son muchos padres. Es evidente que por escribir en el periódico El Mundo, Umbral ganó mucho dinero y que por no escribir en El País no fue de la Academia. Eso dicen. 

III.- Víctor, caballero de la Orden del Toisón de oro, insigne y soberana.

A los Reyes, lo de las Academias, gusta mucho, tanto las militares como las otras, éstas por decenas, integradas en el llamado con mucha pompa Instituto de España. No hay casualidades.

1º.- Por un Real Decreto, el 47/2010, de 22 de mayo, el Rey Juan Carlos concedió a Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de la Lengua, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, que, como añade: «queriendo dar testimonio de mi real aprecio y reconocer

públicamente su dedicación y entrega al servicio de España y la unidad de la lengua española». Es normal que don Víctor dijera: «No agradeceremos nunca, de manera suficiente, al Rey Juan Carlos lo que hizo por esta Institución».

2º.- Por un Real Decreto, el 354/2014, de 13 de mayo, el Rey Juan Carlos, días antes de su abdicación, concede con carácter vitalicio el título de Condesa de Gisbert a doña Carmen Iglesias Cano «por la brillante e intensa labor académica y docente al servicio de España y de la Corona…». Ya antes, el 30 de septiembre de 2002, con asistencia de la Reina, el Príncipe y las Infantas, doña Carmen había pronunciado el discurso de recepción en la Real Academia de la Lengua, siendo contestado por un tal Ángel Martín Municio; ya después, en diciembre de 2014, sería nombrada directora de la Real Academia española de la Historia.

El día 5 de enero de 2023, víspera de Reyes, doña Carmen Iglesias, en El País, contestó a una pregunta así: «Tenemos una historia fundamentalmente monárquica y cada vez que ha quebrado ha sido peor, con luchas, guerras civiles…Creo que es una institución que merece la pena mantener para el bien de todos». Y ni recordó que en el pasado fue preceptora del entonces Príncipe ni que en el presente es Condesa de Gisbert.

No se trata de quitar méritos a don Víctor, no debiendo negarse su papel en la monumental obra Nueva Gramática española, para España y América; tampoco a doña Carmen se puede negar su condición de experta en las normas de la historiología y que fue fiel discípula de don Luís Díez del Corral, gran jurista y politólogo. Ciertamente, el glamour de los honores, toisones y condados, en la actualidad, está muy decaído, como la misma Institución política que premia, siendo, acaso por ello, mantenidos con cierta reserva por los mismos premiados.

De ninguna manera se puede igualar a don Víctor G. de la Concha y a doña Carmen Iglesias con otros muchos «monárquicos», amigos, incrustados en Fundaciones y Consejos varios, que constituyeron un lobby poderoso en torno al Rey durante la Transición. Es de recordar que Juan Carlos, durante muchos años, disfrutó de un poder inmenso heredado o continuación del omnipotente Dictador, alfa y omega. Las acciones del lobby poderoso, en oficinas públicas y privadas, siguen escondidas y ocultas, con muchos «beneficios y perjuicios» aún sin investigar, empezando a «moverse» las víctimas. Eso es un fino hilo que pudiera conducir al meollo de un enrollado ovillo.

El que la adhesión a la Monarquía pudiera ser causa de beneficios, fue muy pronto, a principios de los años ochenta del pasado siglo, advertido por lazarillos y celestinos de esta España, la España Cañí, en la que aquéllos, de su proclamado republicanismo, pasaron a ser fervorosos monárquicos. ¿Mantendrán hoy ese fervor? No lo parece.

Don Diego Saavedra Fajardo, que formó parte de la Corte en el siglo XVII y que tanto explicó a su Rey, entonces Felipe IV, en La República Literaria, de lectura tan recomendable, escribe de «mantequillas, chochos, muñecas y títeres». ¿Y qué eran los «chochos»? pues eran confituras de azúcar y también regalo a los niños para que callen. Para unos pocos, el principio monárquico o el gobierno de Uno fue aquello, un azucarillo, como una golosina.