MABEL RODRÍGUEZ

05 feb 2023 . Actualizado a las 09:37 h.

En alemán hay una palabra de una extraordinaria esencialidad conceptual. Solo nueve letras abren un ángulo llano del frente mesetario del entendimiento que entiende de muchos otros ángulos más reducidos, hasta el agudo, para llegar a componer un rompecabezas de la realidad, que se presenta en partes, algunas de las cuales aparentan no guardar una relación entre sí cuando sí la guardan.

Zeitgeist tiene el significado genérico de «espíritu del tiempo», el espíritu de una época determinada caracterizada por unas determinadas coordenadas de pensamiento. En Alemania, el uso del término espíritu es profuso y profundo. El Romanticismo primero, el Sturm und Drang de la segunda mitad del siglo XVIII, el de los sentimientos amorosos desenfrenados y el suicidio como final de esas pasiones no correspondidas, marco en el que se yergue inmenso el Goethe de «Penas del joven Werther» y su desgarro vital al no poder atrapar el corazón de Carlota.

No obstante, sería Hegel, influenciado por Goethe, pero también por Schiller y los hermanos Schlegel, entre otros, quien daría el máximo peso al significado de espíritu en su obra magna Fenomenología del espíritu, en el que acuña su transcendental «Espíritu Absoluto», resultado de un conocimiento racional y sistemático que, a través de la experiencia, alcanza la conciencia de lo absoluto de la Historia Universal, usando la herramienta dialéctica del amo y el esclavo (tesis y antítesis) y la resolución del conflicto (síntesis) con el Estado perfecto.

Desde luego, este idealismo alemán (Prusia sería el Estado soñado; Napoleón, el Espírito Absoluto) se muda en materialismo con el Zeitgeist, por cuanto de las ideas que atrapan, cuan tela de araña, a los individuos de una época se derivan materiales objetivos con los que, y lo decimos con Gustavo Bueno, las manos los pueden trabajan como se trabaja la arcilla, para crear, no una vasija, sino realidades también objetivas, palpables, observables, aunque de una naturaleza menos bella que un útil de barro para el hogar.

Hemos anotado tiempo atrás que Margaret Thatcher y Ronald Reagan dieron un vuelco al Mundo en los años 80 de la centuria pasada. El sello distintivo fue la jibarización del Estado en el mercado, totalmente a merced en adelante de la oferta y la demanda (aquí, la condena asimismo a muerte de la teoría keynesiana de redistribución paliativa en los momentos de desajuste mercantil), y que quedó a merced de la codicia y del aumento de los menesterosos y, en consecuencia, llegó el presente ataque frontal, sin tapujos y con ímpetu, al sistema político democrático, emparedando y estrujando entre el mercado y el totalitarismo, los derechos y libertades primarias de la ciudadanía.

Llevando encima de la ropa la bata blanca del Dr. Jekyll, quien está operando es el Sr. Hyde, ofuscándonos además a la velocidad de la digitalización para que no bloqueemos con el raciocinio el efecto dañino de las cantidades desorbitadas de información intencionadamente falsas que edulcoran los regímenes autoritarios del pasado para introducirlos en el presente lavados y relucientes, que deslumbrar tienen por misión. Y todo ello sin que nos percatemos de que el Dr. Jekyll no está en la mesa del quirófano.

Para tratar de quitarle la bata blanca al falso Dr. Jekyll y, así, desenmascarar al Sr. Hyde, debería bastar para no alargar este texto resaltar la pretensión de los gobiernos de Castilla y León y de Madrid de frenar el aborto, porque la cuestión no es exclusivamente la vida o la muerte del no nacido. La cuestión a dirimir es la mujer por ser mujer: esta es la diana que nos ocultan tras la tapadera del aborto. Desde el Neolítico al menos, aproximadamente la mitad de la población humana está sometida, vejada, agredida, violada y asesinada por la otra mitad.

El patriarca impone un orden cimentado en la familia. La familia está en el hogar. El hogar es el hábitat «natural» de la esposa. Cualesquiera que sean las actividades de puertas afuera del hogar, son cosas de hombres. Las implicaciones de este patrón indoeuropeo, judeocristiano, semita en general, etcétera, son transcendentales para la mitad (femenina) de las poblaciones. Es su ablación.

Los regímenes totalitarios de un extremo y del contrario forzaron a la mujer a parir casi ininterrumpidamente durante su período de fertilidad o a parir una sola vez, dependiendo de lo que interesaba a quienes detentaban el poder, todo el poder. La sumisión de la mujer es equivalente a la sumisión de los excluidos (hoy, quien vive con lo justo, o ni eso) del poder (los mega millonarios, los dueños de la energía y la banca, los gobernantes absolutistas), que es poder por ser dádiva extrahumana dada a los «elegidos», forzosamente un puñado. Someter a los excluidos y a las mujeres (estas presentan los dos rasgos) es la clave de bóveda de una sociedad regida por un dictador o por una oligarquía, que es uno y lo mismo: no hay dictador sin oligarquía que lo sustente.

La familia, a su vez, es el elemento sustentador de la patria. La patria solo se concibe por oposición a quienes están fuera de ella. El orden es necesario para la defensa de la patria; o sea, de la familia y del hombre de la familia. El orden es la subyugación del excluido y de la mujer. El orden es la muralla que protege del exterior. El orden se desordena cuando el forastero escala la muralla. El orden se desordena cuando el excluido es ayudado y educado en saberes y reflexiones. El orden se desordena cuando la mujer sale de su hábitat «natural», donde carece de derechos y no es libre ni para desembarazarse en lo que en las entrañas le dejó el violador; de lo que no puede alimentar y educar porque el nuevo liberalismo, criminal sin matices (acumulación y acumulación, mucho más allá de la dualidad oferta-demanda; Hayek ha sido rebasado por su derecha; es ya un izquierdoso), la ha dejado desnuda, desnuda de medios, desnuda de esperanza. El retorno a la caverna.

Apoyándose en el feminismo desorbitado, el del género más allá del género, amén de otros absurdos en sintonía, Madrid y Castilla y León están escenificando, pretextando alucinaciones de la punta de lanza del movimiento feminista, el rechazo a la mujer como igual al hombre. Justamente esa desigualdad es la causa de absurdos y alucinaciones, y no es de extrañar: la historia de la mujer es la historia de cómo se está en el infierno no estando en él.

Entonces, parte de la derecha y de los ultras, armados como decimos con los excesos de sectores feministas extremos, están embistiendo los puntos débiles de nuestra democracia, en consonancia con el espíritu de nuestro tiempo. Y anudar a la mujer, incluso con anuencia de tantas, y colocarla en su «sitio», es una de las estrategias, alentada por la Iglesia y el mito de que Dios es el único que da y quita la vida. Aborto y eutanasia: pecado mortal. Esta desquiciada narración de terror, muy extendida por cierto en Oriente Próximo y Medio antes de que se empezase la redacción del Antiguo Testamento, y con otros dioses, es el anclaje moral de estos facinerosos para reconquistar el gobierno omnímodo. Y el Zeitgeist supla a su favor en todo el orbe. Son tiempos favorecedores de metástasis en el cuerpo del Estado de derecho.