Son las 10, mañana fresca de diciembre. Las 10 de la mañana de un día cualquiera.
Hoy, es un día especial, fin de año 2022...
Una mujer. Más de 70 años. En silla de ruedas, a la vista de un escaparate.
Fuera, sentada, con el moño enhiesto, el brazo derecho abierto en bandera, los dedos apuntando al cielo. Humo sobre la sufrida acera
Sus ojos brillantes de placer.
Esa era la estampa que deleitaba a mis ojos despiertos por el aire frío y el silencio de la ciudad. Estampa que se me ha quedado en un recuerdo vivo, fresco y evocador.
Han pasados ya semanas de aquella estampa rutinaria, sencilla y significativa de una hora cualquiera en un día cualquiera de mi ciudad.
De esa estampa me cautiva su elocuente plasticidad: una persona entrada en años (en este caso) mujer «abandonada» a su suerte «trono» silla de ruedas para salir de casa, visitar sus «caprichos», ser un viandante más. La tecnología al servicio del ser humano y acortar un cacho más nuestras limitaciones motoras.
La señora, era feliz. Radiante feliz. Sus bellos ojos irradiaban de felicidad cada partícula de aire que se pasaba en ese rincón a la entrada del centro comercial.
«Fumando espero…» ese es un estribillo de alcance emotivo y de sonoridad en el tiempo de la música de el amor…
Ella, no sé si evocaba a su «amante», a su amor, a su hombre. O, si simplemente estaba con la mente en el pasado o en el «baúl de los recuerdos».
Ella, traslucía felicidad en su mirada; serenidad en su compostura y ganas de vivir en todo su ser.
Eso, y no otra cosa es lo que hizo que me prendiera de aquella escena rebosante de armonía y refulgente de felicidad.
También en el declinar de la tercera edad se puede disfrutar de las volutas etéreas de un pitillo en cualquier rincón de la ciudad.
Placer, ¿qué otra cosa buscamos sin parar?