Joyas entre papeles amarillos

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

12 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Transcurrían despacio las horas de la tarde del domingo, con el plácido amodorramiento, tan de domingo y por la lenta digestión. El libro que trataba de leer caía al suelo como escapando de entre las manos flojas; lo recogía babeante y, al poco, volvía a caer. Y ello a pesar de ser el libro, entre mis manos, de excitación y curiosidad, tal como los Libros de Caballerías fueron al manchego Quijote o Quesada, que le volvieron loco por lo contrario, por poco sueño y mucho leer. «Del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio» escribió Cervantes.

El autor del libro de ahora se llama Francisco Rico, «el hombre que casi todo lo que hace, lo hace bien» según se dice en Madrid y Barcelona, y libro que se titula El primer siglo de la Literatura Española, estando editado en tiempo reciente por Taurus. El autor, Rico, atrae por su sabiduría y personalidad; es académico de la Lengua, esposo de filósofa y política catalana, filólogo que «marcó tendencia», es historiador de la literatura de la Edad Media al Siglo de Oro, y es máximo experto cervantino y de Petrarca.

Vistas las resistencias y la imposibilidad de lectura por ser excesivo y muy de minucias, dejé el libro del profesor Rico para más adelante, a comentar junto a interesantes reflexiones, mucho más que filológicas, sobre la vida en general, la historia y la literatura en particular, que están esparcidas en libros, conferencias y entrevistas del personaje. E impresionados quedaron los que escucharon la «contestación» del mencionado profesor al Discurso de ingreso en la RAE de su amigo Javier Marías («el joven Marías que en paz esté»), pronunciado el 17 de abril de 2008, que versó «Sobre la dificultad de contar». No menos impresionante fue el diálogo que mantuvieron Rico y José Carlos Mainer, también filólogo, en la sede de la Fundación Juan March, en Madrid, el 8 de mayo de 2014.

Hice la extravagancia usual para despertar y salir de las soñolencias, que es coger al azar una, entre cientos de carpetas, estancadas en anaqueles, que contienen miles de artículos de periódicos y entrevistas. Después elijo los artículos que más me interesan o me sorprenden, y quedo, al final, con sólo dos, que releo varias veces. Me maravilla esta función tan personal de los periódicos, que es la de despertar, el quitar el sueño con papeles viejos, que suele ser tan contrario a lo que les caracteriza, que es lo nuevo, la noticia, la novedad. Lo viejo, ya amarillo, me resulta menos pasajero o pajarero, siendo esto último empeño de mi loco «desordenador», al escribir. Los periódicos viejos son como una desordenada hemeroteca para empacho de las fartonas polillas o piojillos. Y este extraño gusto, con lo digital de ahora, es imposible, pues todo se termina perdiendo, también los «lápices», digitales naturalmente. ¿Habrá lápices que no sean de dedos o digitales?

Lo dicho antes hice en la tarde del pasado domingo, dejando para el final dos artículos. El primero se publicó en El País, el 25 de noviembre de 1990, escrito por María Antonietta Macchiocchi y titulado La Vida nómada de un genio. El otro fue publicado en ABC, el 13 de octubre de 1983, escrito por Francisco Grande Covián y titulado Dime lo que comes y te diré quién eres. Ella falleció en 2007, fue periodista y política, y él, fallecido en 1995, fue médico y bioquímico. Hay un tercer artículo, que lo dejo para más adelante, no para hoy, pues rompe el pareado: es la entrevista publicada en La Nueva España el domingo 17 de junio de 2012, precisamente, al profesor Rico, también director de la impresionante edición en 2015 de El Quijote, sólo interesando ahora lo que dijo entonces: «El Quijote es un libro muy sencillo».

María Antonietta recuerda a la otra italiana que fue Oriana Fallaci, también periodista, y autora memorable de Entrevista con la Historia, siendo ambas mujeres testimonios claves del transcurrir de la Primera y de la Segunda República Italiana, partiendo de la abolición de la Monarquía y la Constitución de 1947. Y después de leer a Macchiocchi agarré de la estantería Entrevista con la Historia, libro que según anoté en su día lo compré el 18 de octubre de 1974 (1ª Edición de Editorial Noguer), con anotación a lápiz del librero de su precio: 350 pesetas. ¿Qué hacía usted, lector o lectora aquel día? ¿Acaso, siendo usted hoy tan importante, en aquella fecha no era ni posibilidad, un simple concepturus?

Releyendo el prólogo del libro de la Fallaci encuentro las siguientes joyas para anotación por periodistas: «El libro Entrevista con la Historia es un documento a caballo entre el periodismo y la historia». También: «¿Qué otro oficio permite a uno vivir la historia en el instante mismo de su devenir y también ser un testimonio directo?». Y si la última entrevista del libro es con Alejandro Panagulis, víctima de los «coroneles griegos», se entiende mejor la afirmación de la periodista-entrevistadora: «Veo el poder como un fenómeno inhumano y odioso».

Volvamos a Macchiocchi: su artículo periodístico, tal como ya escribí, se publicó el domingo 25 de noviembre de 1990, en la página 12 del suplemento de Libros del diario El País. En él, la autora, con el título ambiguo y masculino de La vida nómada de un genio, esboza la figura de Marguerite Yourcenar (fallecida en 1987 a los 84 años), con ocasión del acto de presentación, en París, de la biografía sobre la autora de Memorias de Adriano, escrita por Josyane Savigneau (L´Invention d´une vie). Savigneau fue considerada como una «temible crítica», periodista del diario Le Monde, siendo la fecha de la publicación de su libro el 12 de septiembre de 1990, y lanzándose en España al mercado el 27 de noviembre de 1991.

Comienza el artículo en El País del siguiente modo: «Es la novela más bella de la temporada parisiense. Y sin embargo es una biografía». Y añade: «Ha revelado todo lo que en la escritora (Yourcenar) quedaba de misterioso; sus amores, sus pasiones y encendidos delirios, fidelidades y traiciones, generosidad y avaricia, crueldad y ternura en sus sáficos ardores».

Recuerda Macchiocchi, siguiendo a Savigneau, los amoríos tan peculiares de la Youcenar, algunos en vano y con desesperación: primero, con André Fraigneau, «prisionero de su homosexualidad»; luego, con pasión por una mujer, la profesora Grace Frick con la que convivió 40 años, fallecida en 1979, calificada la pasión, entrambas, de «delicada y feroz, casi caníbal»; y finalmente, con una relación, ya anciana, también pasional con Jerry Wilson, que murió de SIDA en 1986, que la acompaño en viajes últimos.

Y recuerda Macchiocchi que la excelente novela Memorias de Adriano comenzó a escribirse en 1949, estando acabada en dos años (1951) Y concluye su artículo: «Savigneau ha realizado una magnífica investigación, con efectos novelescos al estilo anglosajón, como Agatha Christie, o quizá ha trabajado como M. Youcenar hizo con Adriano, modelándolo en cierto sentido».

Ocurrió un hecho importante: con ocasión de la redacción de varios artículos, publicados ya en Religión Digital, a propósito del libro de la rabina Delphine Horvilleur, titulado A propósito de la cuestión antisemita, tuve que estudiar la Historia del Judaísmo, tan poco conocida en estas tierras de cristianos, en especial lo de las derrotas judías, las diásporas y la destrucción de Jerusalén, demostrando los romanos del Imperio un profundo antijudaísmo.

Se ha de pensar que estamos en tiempos del Imperio Romano, primero durante los años 70, bajo el mando del Emperador Vespasiano con destrucción por Tito de Jerusalén y el Templo (Judaea capta), y después la rebelión de Bar Kojba en los años 132-136, bajo el mando del Emperador Adriano, que quiso ser pacifista frente a su antecesor, un Trajano belicista, mas no impidió a Adriano aplastar a los judíos una vez más, ordenando otra diáspora y la destrucción definitiva del Templo, con pretensión de construcción de una colonia en Jerusalén misma, la Aelia Capitolina.

«¡Qué curioso!» Un Adriano, tan idealizado, tan artista y esteta, tan pacificador y amante, fue muy duro con los judíos de Jerusalén a los que aplastó, prohibiendo la circuncisión o corte del prepucio a los nacidos. Con Adriano Judea pasó a denominarse Syria-Palestina, antigua denominación griega, haciendo referencia a los Filisteos, enemigos de los judíos. El empeño en edificar la colonia Aelia Capitalina, llamada así en honor del dios Júpiter Capitolino, en terrenos sagrados para los judíos, muestra que el Emperador Adriano, como tantos romanos, todos vulgares, nunca entendieron a los judíos, considerados incomprensibles y difíciles de entender.

El comportamiento, años anteriores, del gobernador Poncio Pilato en el juicio contra Jesús, según testimonio de los cuatro Evangelistas, es prueba de ello. ¿Entendieron a los judíos Hitler y/o Mussolini? ¿Habrá sido antisemita Marguerite Yourcenar?

Continuará con más de Antonietta Macchiocchi y se empezará con lo de Grande Covián, sobre «gorduras, delgadeces y dietas», con cita relacionada, por lo que se leerá, a la Caja de Ahorros de Asturias, hoy ni gorda ni delgada, sino muerta en extrañas circunstancias.