El tesoro de Lucho

Juan González

OPINIÓN

Luis Sepúlveda, en el año 2000 en Gijón
Luis Sepúlveda, en el año 2000 en Gijón ELOY ALONSO

11 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vieja furgoneta Volkswagen se queja del esfuerzo de subir hacia el Puerto de Pajares en medio de la niebla con un destino incierto: Asturias. Cae la tarde y apenas se puede ver algo de la cinta negra del asfalto. El conductor, un hombre con una estampa que evoca la de un gladiador de regreso de la batalla, alto, corpulento, desaliñado, una especie de hippie con aire intelectual, decide, pasado Busdongo, dormir en el primer recodo que encuentre. 

Las luces del amanecer pusieron fin a un sueño reposado, profundo. El sol despejó la niebla. Ante sus ojos los picos de la Cordillera Cantábrica se presentaron exultantes, con algo de nieve en lo alto y nubes bajas que ocultaban el fondo de los valles. Se sintió desconcertado, confuso. Por un momento creyó estar frente a Los Andes de la Patagonia pero ni la gente ni el Parador Nacional de la cima del Puerto coincidían con sus recuerdos. 

Por raro que parezca, un intenso cielo azul, despejado, le recibió en Asturias cuando atravesó la cumbre. El ruido de los frenos de la vieja combi cada vez que se aproximaba a una curva cuesta abajo no lograron distraerlo de sus pensamientos. Le gustó ese sitio y antes de llegar a Puente de los Fierros ya había decidido que iba a vivir en Asturias. Ocurrió hace más de 30 años. El conductor era Luis Sepúlveda. 

En 1997 fijó residencia en Gijón, una ciudad de la que se enamoró por su vinculación con el mar, por su gente que habla fuerte y claro, por la alegría de los chigres y la solidaridad que entraña compartir un vaso de sidra como si fuera un mate. Y sobre todo por ese aire rojillo casi revolucionario que se respiraba en aquellos años. 

En esta villa marinera, Lucho, como gustaba que le llamaran los más cercanos, escribió artículos periodísticos, guiones de cine, relatos, novelas… y acrecentó su prestigio como uno de las figuras representativas de la literatura en español. Fundó el Salón del Libro Iberoamericano y nunca abandonó su compromiso con los derechos humanos y una sociedad más justa. 

Luis Sepúlveda tuvo un devenir azaroso. Hombre de confianza de Salvador Allende, fue uno de los últimos en ver con vida al presidente que le ordenó dejar el Palacio de la Moneda minutos antes de ser bombardeado por los golpistas al mando de Pinochet. Junto a otros jóvenes intelectuales formó parte de la guardia presidencial. Los militares le detuvieron, le llevaron al Estadio Nacional, de donde pudo salir gracias a la presión internacional y exiliarse primero en una breve estancia en Buenos Aires y luego en Alemania. Sepúlveda fue historia viva de la historia. Murió de covid el 16 de abril de 2020 en esa Asturias que le había recibido tres décadas antes con un cielo de una claridad irrepetible. 

Viajero incansable, el exilio le llevó a los sitios más insospechados del planeta, desde las comunidades aborígenes de América hasta la Selva Negra en Alemania y las grandes urbes. De esos viajes volvía cargado de experiencias y libros. Quienes le acompañaron alguna vez cuentan que caminar con Lucho por París o Roma era un suplicio. Los transeúntes le reconocían, le pedían autógrafos. Hablaba con todos, de literatura o lo que fuera, la vida misma. 

En Gijón pasaba días enteros, semanas, concentrado escribiendo, reescribiendo lo escrito, en manuscritos, en las libretas Moleskine…rodeado de su tesoro de casi 4.000 libros, su biblioteca personal alimentada durante años con ejemplares que trajo desde cualquier parte del mundo

El título de hijo adoptivo de Gijón, concedido dos años después de su muerte, y su nombre en una biblioteca es el único reconocimiento que le han hecho las autoridades municipales a un hombre que no podía caminar por las calles de grandes ciudades sin que la gente le reconociera y admirara.  

Dejar que otra ciudad, en este caso Póvoa de Varzim, consiga el legado de Lucho, que fue su tesoro, es más un agravio que un descuido. Unos 3.700 libros, algunos manuscritos, libretas de apuntes de su puño y letra, el escritorio donde trabajaba, el mobiliario de su despacho, la máquina de escribir y otros enseres personales de uno de los grandes de la literatura en español serán expuestos al público en el Rincón de Sepúlveda que se habilitará en la localidad portuguesa. 

Traducido a decenas de lenguas, con millones de ejemplares vendidos solo con El viejo que leía novelas de amor o Historia de un gato y la gaviota que le enseño a volar, nadie puede poner en duda la importancia de este autor, pero desde algún despacho de la plaza del Parchís se dejó pasar la oportunidad de rendirle el homenaje que merecía de una ciudad a la que le dedicó la última etapa de su vida. 

El municipio de Póvoa de Varzim consiguió el tesoro de Lucho por 18.000 euros, un precio de saldo que sale a 5 euros cada libro, sin contar sus manuscritos, objetos personales, mobiliario… unos fondos que bien podrían completar la oferta del futuro del Centro Cultural Tabacalera, si algún día llega a realizarse. 

Durante un año, desde la Fundación Municipal de Cultura se le estuvieron dando largas a la viuda, la poetisa Carmen Yañez, a pesar de que en las reuniones que se mantuvieron sobre este tema «nunca se habló de dinero», como afirman los herederos. 

Nadie en su sano juicio puede pensar qué pasaría, si por ejemplo, Buenos Aires dejara que Montevideo le burlara el legado de Jorge Luis Borges, o que la capital de Argentina consiguiera la biblioteca personal de Juan Carlos Onetti o de Mario Benedetti. Sería un escándalo que probablemente provocaría la dimisión de algún ministro de Cultura.  

Pero Gijón, mejor dicho la clase política que gobierna la ciudad, is different.