Marcar distancias

OPINIÓN

Ramón Tamames y Santiago Abascal, este miércoles, durante la segunda sesión de la moción de censura en el Congreso.
Ramón Tamames y Santiago Abascal, este miércoles, durante la segunda sesión de la moción de censura en el Congreso. Chema Moya | EFE

24 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En el Día Internacional de la Poesía, que coincide en el calendario con el inicio de la primavera, en el Congreso vez de poemas se leyeron «tochos» (con intervenciones superiores a los sesenta minutos) durante la sexta moción de censura de la actual democracia. Es la segunda vez en esta legislatura que Vox fracasa en su intento de tumbar al gobierno de coalición del PSOE y de Unidas Podemos, aunque lo que es más complicado de medir es si ha hecho pupa al PP porque, al fin al cabo, los bloques siguen claramente separados entre la izquierda y la derecha, y en este último espectro ideológico y ante el año electoral que tenemos por delante, la última baza que tenía la ultraderecha de ganar adeptos a costa del partido de Feijóo era que Ramón Tamames despertase alguna simpatía (¿Quién se hará con su discurso en papel, que ayer puso a la venta en internet?). Yo no soy capaz de adivinar si el votante de ambos partidos está satisfecho con lo que ha acontecido, pero intentando extraer lo comentado por diferentes analistas, más bien parece que Abascal y los suyos lo único que han conseguido es afianzar la alianza de Pedro Sánchez con Yolanda Díaz (y de reafirmar ante la ciudadanía que Irene Montero, Ione Belarra, Pablo Echenique y demás dirigentes morados están fuera de juego). El líder de la oposición se ausentó del debate (se hizo el sueco, porque sin que sea ninguna broma, uno de sus actos de agenda fue estar en la Embajada de Suecia) pero dictó a los suyos que votaran abstención (a diferencia de Pablo Casado, cuando tras mil y una dudas, optó por el voto en contra), lo que muchos expertos políticos interpretan que Feijóo sabe que tiene más posibilidades de gobernar a lo Mañueco (espero que sin peinetas mediante) que a lo Moreno Bonilla. Ayuso quiso ayer marcar distancias con Monasterio, y en este caso creo que tiene todo el sentido porque el PP en Madrid es capaz de recopilar a todos esos votantes, pero no veo al dirigente gallego con las mismas posibilidades, así que seguramente necesite tener un cierto clima de entendimiento con Vox para gobernar a partir de mayo en diferentes ayuntamientos y autonomías y, si la cosa sale bien, confirmar lo que la mayoría de las encuestas aseguran de cara a las generales (la victoria del PP, pero sin mayoría absoluta).

En Francia también ha habido una moción de censura (y no ha salido adelante por nueve votos), motivada por la reforma de las pensiones (que Emmanuel Macron ha aprobado por decreto). Hoy se cumplen diez días desde que se iniciaron las movilizaciones y para el fin de semana se espera que la presión de la calle vaya a más, en un claro pulso al presidente galo, que en una entrevista en televisión dijo que no dará marcha atrás. Este debate también está de actualidad en España por las reformas impulsadas por el ministro José Luis Escrivá, y efectivamente entre ambos países hay importantes diferencias ante el aumento del envejecimiento de la población y el descenso de cotizantes (que hace obligado tomar medidas para garantizar el futuro de las pensiones). Por citar dos ejemplos: en Francia han subido la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, mientras que en nuestro país se fijará en 2027 los 67 años; en el país vecino, para disponer de la jubilación plena hay que cotizar 43 años, mientras que aquí son 38 años y medio. La filosofía del gobierno francés es rebajar los gastos del sistema, mientras que el del ejecutivo español subir los ingresos. Mientras Macron no ha tenido el valor de someter su reforma ante la sede de la soberanía popular francesa, Escrivá tiene el visto bueno de los sindicatos (la CEOE ha manifestado su oposición). La pregunta que cabe hacerse es: ¿Por qué en Francia hay protestas y en España no? Desde mi punto de vista, y por mucho que le moleste a la derecha española, el gobierno de Pedro Sánchez marca distancias con el ejecutivo francés gracias al diálogo, que facilita llegar a acuerdos con los agentes sociales (todo lo contrario a lo que hacía el PP con Aznar y con Rajoy). Ahí es donde Macron se equivocó, porque gobernar a golpe de decreto nunca es bueno (aunque constitucionalmente pueda hacerlo y le sirva para salir del paso).