La vejez, la moción de censura y nosotros

OPINIÓN

Ramón Tamames y Santiago Abascal, este miércoles, durante la segunda sesión de la moción de censura en el Congreso.
Ramón Tamames y Santiago Abascal, este miércoles, durante la segunda sesión de la moción de censura en el Congreso. Chema Moya | EFE

25 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Me volví a acordar de Ana Botella. Qué risa aquello del cup of café con leche. La gente creyó que la burla fue por el mal inglés de Botella. Pero no fue esa la coña. El inglés de Pablo Iglesias no va muy allá y ese detalle no lo llevó a la portada de la revista Time. Un monigote de papel no es gracioso, pero puesto en la espalda de alguien sin que se dé cuenta sí hace reír, como hacían reír a los niños los payasos chocando con la pared en vez de saliendo por la puerta. Ese tipo de inadvertencia o descuido que nos deshumaniza y nos asemeja a cosas es lo que nos hace ridículos. Ana Botella, en audiencia planetaria, llevaba su ignorancia del inglés con el candor y descuido con que otros llevan un monigote a la espalda. Eso fue lo que la hizo ridícula. Quien escribe pasa de los sesenta y eso no es ridículo. La gente no se da codazos y se ríe a mi paso. Pero si me empeñase en llevar un peinado de cresta, ropas de tribu urbana y maneras de adolescente en construcción, mis sesenta y pocos serían ridículos, por no darme cuenta de que los tengo, por llevarlos con la inadvertencia con que otros llevan un monigote o Ana Botella pasea sus limitaciones. Todo esto va por Tamames. Una moción de censura ultra con él como candidato llama la atención por razones buenas y malas: por su importancia pasada en el Partido Comunista, por su protagonismo en la transición, por su relevancia intelectual, porque es una figura ya olvidada. Y porque es muy anciano. Por todos los lados apetecía censurar su censura, por todos lados parecía estúpido dejarse ver con un grupo de fachas embrutecidos. Pero la crítica por su ancianidad parecía algo incómoda. Era evidente que su edad acentuaba el histrionismo de la moción y a la vez no parece bonito mofarse de la ancianidad, ni siquiera en ese rincón interior del que no se habla con nadie. Pero no era su edad, no es ridículo ser viejo. Ni sus noventa ni mis sesenta y pocos son ridículos; salvo que se lleven como quien lleva un monigote a la espalda.

Tamames quería hablar a millones de españoles en plan profesor. Eso insinúa inadvertencia de la edad que tiene y eso lo hace ridículo. No aguantó la duración, se ahogaba en una actualidad oceánica y acabó agarrado al escaño como un náufrago con el aliento justo para no aceptar su turno de réplica. Menos mal que de joven no fue míster universo y su ego no le llevó a una última exhibición de su cuerpo nonagenario en paños menores. Claro que el mercado a veces es maravilloso y en este caso suaviza el ridículo con la diversión. Además de Ana Botella, me acordé de Almodóvar. En el 92 su película Átame se exhibía en EEUU como película X. Una de las dos escenas responsables fue el momento en que el personaje de Victoria Abril se relajaba desnuda en la bañera y dio cuerda a un submarinista de juguete para que nadase hacia su entrepierna. El movimiento del muñequito era su forma delicada de masturbarse. Eso hizo que la película fuera X, pero en el exterior de los cines se vendían submarinistas de juguete. El mercado a veces tiene su gracia. Ahora se está vendiendo con buen éxito el discurso de Tamames en Amazon. Hicieron bien Tamames y Vox en apurarse a venderlo. No creo que Tamames necesite el dinero, pero justo ahora es cuando tiene gracia. Deberían regalar un submarinista con cada ejemplar.

Todo esto no quiere decir que Tamames no dijera nada y que la sesión parlamentaria no haya sido políticamente relevante. Situándonos en los buenos tiempos de Tamames, de 1979 a 1982 había en el Congreso 18 mujeres y 332 hombres. Después de 1982 y hasta 1986, cuando ya había ganado el PSOE, el Congreso pasó a tener 17 mujeres y 333 varones. No había ni una mujer en los sucesivos gobiernos. Uno puede pensar que eran así los tiempos. Pero cuando uno oye ahora a Alfonso Guerra hablar de la violencia de género como un atropello inconstitucional y que solo por presiones furiosas al Constitucional se reconoce la existencia de tal delito; cuando uno oye las risotadas de Leguina con Carlos Herrera y Sostres sobre el escote en pico de Carmen Calvo y el «Valle de las Caídas»; o cuando uno oye a Tamames decir que a partir de Isabel II ya no hay feminismo que inventar, porque ya se había llegado a todo en materia de empoderamiento; cuando uno oye estas cosas, comprende que no eran los tiempos. No había mujeres porque los paisanos eran machistas de raza. Nada les irrita más de estos tiempos que el feminismo y cualquier avance en igualdad, porque de viejos siguen siendo machistas de raza.

Tampoco se dejó en el tintero el odio racial. Hay más de tres millones de parados españoles y a los hispanoamericanos y marroquíes les dan trabajo nada más llegar, ¿estaremos malditos los españoles?, se preguntaba con aires de profesor. Es interesante oírselo a él para entender algo de la propaganda de ultraderecha. Ningún aspecto de su propaganda funciona sin odio. Los bulos no se propagan si no encajan con estados emocionales agresivos. Ni la caricatura del progre. Las ideas de la izquierda son imbatibles, porque expresan el beneficio para la mayoría. Los fachas no propagan que la igualdad y la protección social sean malas, porque son ideas imbatibles. Propagan que quien hable de igualdad y protección social es un progre urbano, universitario, que vive del cuento y mira a los humildes por encima hombro. Atacan las imbatibles ideas progresistas pretendiendo que caiga mal quien las exprese. Pero esto no funciona en una población en calma y sin odio. Los ridículos aires de soldadito que se dan, ese tufo a marcialidad bufa en el que enredan su patriotismo de alcanfor, tampoco funcionan sin odio y urgencia, sin el grito demente de «a por ellos». Y así podríamos seguir. El odio es la materia prima de toda su propaganda. Decía, entonces, que fue interesante ver a Tamames meter las patas en esa charca de sudacas y moros. El odio es un estado de alta energía. A él le falta fuelle y chicha para que sus palabras suenen a odio. Desprovistas del metal del odio, y expuestas sus palabras desnudas a la razón, fue un momento especialmente patético y senil de su intervención. Eso es lo que hizo interesante que él lo dijera, que mostró que el discurso ultra no tiene más nutriente que el odio y que sin él solo induce una lástima desganada.

No se olvidó de aquellos a los que sirve la ultraderecha y que les dan de comer: los ricos (Vox es el partido que recibe más donaciones privadas). Lo soltó en un chascarrillo de poca monta. Como economista él sabe muy bien que la cuestión no es que no haya ricos, sino que la riqueza no se acumule donde ya hay riqueza en un proceso sin fin que deje sin resuello a la mayoría. También manifestó esa versión disecada de la Constitución que la reduce al Rey nuestro señor. Hizo bien Yolanda Díaz en recordar que en la primera línea el texto habla de estado social y de derecho, dos palabras de tanto calado que hacen secundario casi todo lo demás, empezando desde luego por la Monarquía.

Lo sustantivo es que Tamames no hizo siquiera el papel de independiente. Dijo lo que dice Vox, solo que con menos energía y con la cacofonía que producía el roce de sus palabras con su pasado y su formación, y con el punto ridículo que añadía su ego agostado envasado en sus noventa inviernos. Solo aportó a Vox lo que aporta un vaso de agua a la mecha de un petardo. El PP anda de morros, porque la moción fue como abrirles la ventana de la habitación cuando todavía están desaliñados y en ropa interior. Sánchez recompuso la imagen del Gobierno y pudo vender logros a su gusto aprovechando que la moción amordazaba al PP. Yolanda Díaz fue la que más ganó. Le pusieron en bandeja la percepción que necesita de que las autonómicas y municipales son un entremés y que lo gordo viene después. Rufián se exhibió, se divirtió y nos amenizó, mientras Feijoo sigue en blanco y negro por el mundo. Un fiasco en toda regla. Casi me apetece comprar el discurso en Amazon. Lástima de submarinista.