La fascinante crueldad

OPINIÓN

Isabel Díaz Ayuso en una imagen de archivo
Isabel Díaz Ayuso en una imagen de archivo Alberto Ortega | EUROPAPRESS

02 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

I. Consciencia

Es verosímil que nuestra mente trabaje subrepticiamente sin que nos percatemos, un trabajo soterrado en cada concreción, en cada  tarea, que se nos revela por último en forma del «yo» pensante, sin pensar que es el conjunto el que está presente en cada uno de los instantes de conciencia, donde el conjunto está, paralelamente, afectando a la fisiología misma del cerebro, que se reestructura anatómicamente incluso con experiencias, lecturas o conversaciones que son inadvertidas por ser menores, en absoluto transcendentales o traumáticas, y que el ojo bien entrenado de un radiólogo está en disposición de percibir en las imágenes de una Resonancia Magnética.

Ahora bien, con la certeza, ya no solo verosímil, de que el inconsciente atraviesa y manipula la consciencia, el razonamiento, que se aparece como autónomo, no lo es esencialmente, y de este maridaje surgen los monstruos goyescos que, por su tamaño y calado, pueden llegar a fascinar. Es decir: es fascinante constatar hasta dónde somos capaces de ser crueles. El Sr. Pinta recordó el domingo último en este diario una cita de Warren Buffett, el inversor de los inversores, que dice: «Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos». ¿Cómo se gana una guerra? Roma no dejó piedra grande sobre piedra grande en Cartago. Unos 800 años antes, la dinastía Zhou liquidó a la Yin, menos aguerrida, menos cruel. Los Zhou arrasaron aldeas y ciudades y, al último rey Yin, Zhouxin, fue decapitado (El mundo chino, de Jacques Gernet).

II. Agua y minerales

Desde hace algunas décadas hablar de «lucha de clases» es mentar al comunismo teórico de los socialistas del siglo XIX, pero aun aconsejando no desarrollarlo al límite, específicamente el salido de los textos de Marx, el anatema caía grueso sobre el hablante. No obstante, esa lucha lleva con nosotros desde hace unos 11.000 años, aunque progresivamente fue adquiriendo más cuerpo y encono con el incremento de la complejidad de las comunidades. Y esto no guarda proporción con un gobierno o un partido que practique corruptelas aquí o allá, ayer y hoy. Esto no tiene la dimensión de aquello, que es desmesurado. Aquello, la lucha de clases, es la raíz de la planta que agota el agua y los minerales del resto de las plantas en derredor. Es el monstruo de los monstruos. Es la crueldad suprema de un fulgor que ciega. Por eso es fascinante, por la desmedida de la bestia.

La radical realidad de la Historia es que unos están «dentro» y otros «fuera». Dentro caben pocos, es un lugar de exiguo. Fuera, un erial en el que viven unos, sobreviven otros y malviven o mueren a las primeras de cambio el resto. Esta tragedia tiene, además, una vertiente cómica, otra línea de fuga, imprescindible para el desarrollo «tranquilo» de la crueldad: la infinita capacidad que poseen los del erial para dejarse someter, humillar y, como en el masoquismo, dar las gracias al sádico por cada golpe que recibe en sus carnes. En román paladino: en la era post decente, las prácticas sadomasoquistas se concretan en que las muchedumbres azotadas (desposeídas) justifican a sus verdugos, por ejemplo, a través de las urnas. Las necesidades vitales y la admiración por quienes no las tienen es uno y lo mismo.

III. Oraciones cánticas

Sabíamos de los cánticos evangelistas en Brasil y EE.UU. orando y bendiciendo a Bolsonaro y Trump y maldición a los satanes Lula y Biden. Lo que no sabíamos era que Isabelita Díaz de Ayuso y Díaz de Vivar iba a montar en Madrid algo parecido a una «misa negra» oficiada por una telepredicadora evangélica con una psicopatía severa, que lanzó aleluyas y buenas nuevas a la presidente y al alcalde, uno de los perros agradecidos de la sádica inquilina de la Puerta del Sol

Yadira Maestre, la enajenada pastora colombiana, fue la estrella de un mitin del PP en Madrid el pasado fin de semana, donde se vio a un Feijoo de sonrisa congelada, semejante a la esfinge de los hielos de Julio Verne, una suerte de continuación del relato inacabado de Edgar Allan Poe «Narración de Arthur Gordon Pym». Feijoo, anulado por la Cid Campeador, está siguiendo un cursillo acelerado de adiestramiento perruno para unirse a la manada de la sádica. Fue espeluznante escuchar y mirar a esta telepredicadora escupir conjuros y maldiciones contra los enemigos del PP, utilizando la figura de Jesús. Jesús, en su tiempo, la apartaría de sí, con ademán resulto y gesto de repugnancia. Maestre está en las antípodas del Maestro.

Nacido de una herejía, la secta de los cristianos fue, como es de sobra sabido, sumando ovejas y despegando a lo grade con Constantino I, naturalmente, el Grande en la cuarta centuria de nuestra era. De esta secta, Iglesia ya con todas las de la ley, el gigantismo consiguiente la fue partiendo en trozos. Uno de ellos, los evangélicos, una rama del tallo protestante, es, con otras, una potentísima maquinaria de hacer dinero, adeptos estúpidos entre los estúpidos y alimentar, y realimentarse de ellas, a las corrientes más ultras de las naciones donde se implanta, chupando ciertamente el agua y los minerales del resto de confesiones. Y para cerrar el círculo de la consciencia de lo irracional, de lo macabro y de la crueldad, este coprolito venido de las Américas dice curar el cáncer con sus manos y sanar a los homosexuales.

Desde el siglo XVII, la ciencia, con sus observaciones empíricas, sus hipótesis, sus experimentos, sus «hechos» y los miles y miles de personas que contribuyeron a dar luz a las tinieblas de la superchería y la quema de brujas y científicos como Miguel Servet, nos han dado y nos siguen dando lo más excelso que un cerebro puede llegar a darnos, a donarnos. Que Maestre aliente la desesperación de quienes el cáncer les va devorando con la sola imposición de sus manos, es un  crimen de tal magnitud que se hace merecedor de la pena de prisión permanente revisable sin duda

IV. Ella

Y entonces aparece Ella, la Hatshepsut castellana, que a diferencia de la egipcia es monoteísta, pero jugando a conveniencia con dos de las versiones cristianas, la católica y la evangélica. Así, el otro día, A-yu-so se a-hu-yen-tó de la católica y se puso a bailar, literalmente, al son del evangelismo chabacano y filibustero. ¿Por qué? Por un puñado de votos de los latinos más nescientes que han sobrevolado el océano Atlántico.

Sin embargo, a Ayuso le puede salir el tiro por la culata y desfigurarle ese rostro de muñeco diabólico, inanimado, como el de los sátrapas del Este. Ese rostro de la a Ayuso que no irá a un centro de salud para contarle sus dolencias a una enfermera, ni ponerse en manos de Yadira Maestre, ni estar hospitalizada en una habitación sin vistas. Ese rostro de la Ayuso que no ingresará a sus mayores en una residencia-matadero. Ese rostro de la Ayuso que no permitirá que los niños de su clan se matriculen en las vulgares escuelas públicas. Ese rostro de la Ayuso que quita el pan al pueblo para dárselo a quienes tienen el estómago preñado, los de «dentro».

Pero, ¡sorpresa!, ese pueblo la vota. Como debe ser: la masa es masa sin remedio: de la noche a la mañana los alemanes salieron temprano a las calles con los brazaletes de la cruz gamada; de la noche a la mañana los catalanes pasaron de reverenciar al Caudillo a arrodillarse ante Pico de Monte y sus ratas, una de ellas, Clara Ponsatí, que abandonó el barco pirata maltrecho hace más de cinco años para no encallar en la prisión, y pudo arribar el otro día a nuestras costas agarrada al flotador que le arrojó Pedro Sánchez, que, suponemos, se inclinará asimismo por no encarcelar a otra rata, Laura Borrás. Si creemos que un país, como una persona, tiene un destino, ¿para qué la voluntad?, ¿para qué la ética?

En fin, un Partido Popular arrastrado a prácticas colindantes con ritos vudús por una ególatra despreciable, que nos está ofreciendo datos de hasta dónde está arrastrado a sus correligionarios, aunque no creamos que la caída ha tocado fondo todavía, porque lo peor estar por venir para quienes están «fuera». Toda esta cochambre es un asalto al Estado de derecho, diana de los reaccionarios; una agresión a los ciudadanos cívicos y al más elemental precepto de sensatez. Por aclararlo definitivamente, Ayuso y «su» PP (ahora mayoritario, como Trump y «su» partido) es la antítesis del Sócrates que sostuvo que «un hombre bueno no puede sufrir mal alguno, ni en la vida ni en la muerte». La crueldad, que fascina, es, al tiempo, un «monstruo grande que pisa fuerte» (Ana Belén) a la gente desvalida y a la tradición filosófica que, desde Platón, predica el buen gobierno como medio cardinal para que la justicia no acabe en las llamas de los pirómanos que están «dentro» y desde donde sus arengas mueven montañas, pero montañas peladas, sin flora, y con una fauna a la que se le ha arrebatado el ansia de bien, de hacer el bien. La esperanza ha sido hecha añicos.