Las grasas son eróticas

OPINIÓN

El nacimiento de Venus
El nacimiento de Venus

16 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La Semana pasada, para unos la Santa del año y para otros la de Vacaciones del año, transcurrió de manera acostumbrada, escuchando tambores agudos y roncos bombos; también mirando a lo lejos capirotes, inmensos, llevados por tontos y listos, iluminados por cirios sin ganas, como mecheros de corta mecha. A mi oído llegaron los sermones de obispos y clérigos, quejosos, denunciando el fenómeno de la secularización, que ni lo entienden ni pueden llegar a entenderlo, que es un portazo, por incredulidad, a lo que predican y sermonean desde sus púlpitos. Y por mi vista, sentado en plaza castellana, vi pasar a gentes variopintas, alardeando pinturas en sus cuerpos de infinitas tallas, que quieren ser de arte, como eran antes los graffitis de los vagones viejos del ferrocarril.

Y esto último es interesante, pues el cuerpo, por sí y en sí, es como si fuese insuficiente para determinar la identidad del individuo/individua, de la persona, precisándose algo más: una superficie a dibujar como una pintura y a moldear como una escultura, a la que incorporar, de manera más o menos definitiva, adornos varios y complementos para «personalizar». Es como si se predicase: «Quién puede lo más, puede lo menos». O sea, si los padres y madres pueden pagar en cirugías estéticas toda clase de prótesis y rellenos de siliconas, incluso los «peribucales» por dentistas, que forma parte de la denominada «Industria de rectificar cuerpos empezando por los morros», los hijos e hijas ya empiezan con las baratijas de los tatuajes y de los piercings. Y el cuerpo es carrocería más o menos maleable como los plásticos, ignorando que cambiar la cara es una manera de morirse. Seremos también almas, pero somos, a primera vista cuerpos, de tamaños muy distintos.   

La superficie de los cuerpos humanos, sus anchuras, el espacio que ocupan, su fachada aparatosa y aparente, tan visibles, siempre fue interesante. Escribí de ello después de leer a Grande Covián, bioquímico y nutricionista, lo que escribió bajo el título Dime lo que comes y te diré quién eres, explicando las falsas dietas de adelgazamiento. No es casual que en mis escritos aparezcan con frecuencia esos comercios tan fascinantes por sus colores y sabores que son las «Confiterías», de Avilés (Galé), de Oviedo (Las Dueñas o La Mallorquina) y de Gijón (Rato o la de Alonso), a base, naturalmente, de esos mortales venenos que son los azucares, y teniendo presente que los venenos siempre fueron muy sabrosos y dulces. Leyendo el libro de Paloma Díaz-Mas El pan que como (Anagrama 2020) recordé el anuncio del vino de quina «Santa Catalina», que bebí «para abrir y el apetito» y que decía: «Quina Santa Catalina: es medicina y es golosina». 

Fue el Domingo último, el llamado de la Resurrección, el 9 de abril de 2023, cuando, por primera vez, leí un trabajo de Richard Klein, publicado en el lejano año de 1996, titulado Cuando las grasas eran eróticas. El ideal clásico de la belleza ha representado siempre a Venus con abundantes pliegues de carne. Tan atractivo titular me obligó a buscar, encontrando que ese profesor de Literatura, norteamericano, fue además el autor de un libro titulado, ¡Coma grasas!, de bastante humor, publicado en España en 1997.

Señala Richard Klein que la lamentable fobia a la gordura es moderna o de la modernidad, siendo la esbeltez inventada a principios del siglo XX, y habiendo marcado un hito de cierta delgadez, «delgadez relativa», el cuadro de Picasso, pintado en 1907, Las señoritas de Avignon, que es de un burdel que existió en la calle Avinyó de Barcelona, siendo icono pictórico del siglo XX e iniciador del cubismo. Las mujeres desnudas de la pintura picassiana miran fijamente al espectador, y éste puede escoger a cuál, de entre las cinco mujeres, responder con la mirada. Elijo como mi preferida, y así lo declaro indiscretamente, a la mujer de posición claramente más obscena y sexual, la quinta a la derecha, abajo despatarrada y como sentada en cuclillas.

Y una «delgadez», la de las mujeres de Picasso, que rompió con cierta tradición pictórica anterior de mujeres gordas, bastando recordar las llamadas Venus, diosas siempre gordas, pintadas y esculpidas en su larga historia artística, así como las llamadas Las Tres Gracias, éstas últimas del barroco y flamenco Rubens, también pintor de desnudos femeninos, en las que se destacan los ampulosos y pomposos cuerpos femeninos, en especial sus contornos, acaso grasientos, acaso carnosos, y no exentos de atractivos sexuales, y despertadores de deseos y fantasías sexuales.

Y Richard Klein también se refirió a la pornografía del siglo XIX y principios del XX, siendo frecuente la aparición de mujeres obesas en postales y fotografías: es el caso de La lune bleue, una fotografía de un burdel de París, en la que aparece un joven, quitándose un abrigo, estando rodeado de tres mujeres desnudas y con altos tacones, siendo ellas «muy gordas, con pechos pequeños, de anchas caderas y de grandes vientres». Y las revistan de la época aconsejaban e incitaban a las mujeres cómo para ganar peso para aumentar la generosidad de los escotes con las carnes y grasas que rebosaba de los vestidos diseñados para ser llevados con corsé. ¿Nuestra célebre Pardo Bazán habrá seguido las prescripciones de esas revistas, acaso pasión, la de los corses, de los «muy hombres», como fue el canario Benito P. Galdós, amante de ella? Mujeres de corsés y de pezones oscuros, encorsetadas por arriba, siempre por arriba, pues por abajo se estilaban los llamados «cinturones de castidad», que eran otro tipo de corsés, también sujetadores eróticos, protegidos con clausura de llave como en los conclaves papales.

Y antes de continuar con Richard Klein, señalo que una fobia a la gordura, analizada desde posiciones diferentes, incluso desde el feminismo militante (Fat studies), no siendo la gordura asunto exclusivo de mujeres, se la viene llamando gordofobia, neologismo no aún admitido en la RAE, que es parecido a lo que los franceses llaman Lipofobia (lipophobie), pues, según Claude Fischler en L´Homnivore (2001), «la grasa se ha ido rodeando de connotaciones negativas», y según François Hourmant, en Poder y belleza (2021): «La grasa pasó a ser repulsiva según las normas sociales, al oponerse a las nuevas utopías alimentarias, médicas e higiénicas: un vector de un colesterol diabolizado, elemento patógeno que fomenta las enfermedades cardiovasculares, contraviniendo, en suma, las exigencias del bienestar y de la salud».

Y añadió Klein en 1996: «Hoy no solemos encandilarnos por la gordura, y consideramos sospechosos a los que así lo hacen. La gordura se ha convertido en una obscenidad, algo que habría que ocultar, aunque no resulte nada fácil, algo deformante, feo, destructivo, para tu propio yo, como una maldición o una deformidad. Hay que tener memoria para recordar cuando la gordura era elegante y positiva». Y eso, pregunto ahora: ¿es compartible hoy, en el año 2023?

Me apresuro a señalar que el carácter absolutista indicado en el párrafo anterior, está relativizado por el mismo Klein, advirtiendo que lo de la gordura responde a triviales y pasajeras modas, y así dice: «Vendrá un momento, si la civilización perdura, en el que la gordura será nuevamente bella y se odiará la delgadez. El principio de la moda ordena que durante largos periodos de la historia el gran péndulo se balancea entere el amor a la delgadez y a la gordura».      

¿Estamos ahora otra vez en el amor a la gordura por el balanceo del péndulo? Después de tantos años de culto a lo flaco, al hueso, a lo lineal, al palitroque, parece, por lo que se ve en calles y plazas, que se vuelve a las redondeces de las carnes y de las grasas, redondeces de pechos, glúteos y de nalgas voluminosas, que no se tapan o cubren, sino que exhiben, retan y descubren desafiantes por represiones de antes en calles y plazas. Naturalmente lo femenino no gusta a diseñadores de ropas o de revistas que detestan lo femenino, y que es de lo que viven. Extraña paradoja: marcan las modas de mujer precisamente los que no desean sexualmente a las mujeres.

Y aquí habrá que hacer distinciones. Habrá que distinguir entre la gordura y flaqueza de los hombres y la gordura y flaqueza de las mujeres, siempre ellas más propensas, por anatomía, a lo curvo, como ellos, por lo mismo, a lo flaco; y habrá que distinguir entre lo que es gordura o flaqueza, más allá de imposiciones canónicas o normativas, no patológicas, de excesos y desmesuras propios de trastornos alimentarios, de enfermedades  y de las llamadas epidemias de la obesidad, que pueden tener causas diferentes y variadas, no únicamente por el exceso de comida en estos tiempos tan apetitosos de cocineros y de «cocinillas» por doquier.

A dicho efecto escribo ahora lo que desde hace tiempo pensé: nunca la «mierda», en forma de comestible, estuvo tan bien envuelta como ahora en los llamados «establecimientos del ramo», y esa «mierda», la de la alimentación industrial, la de los edulcorantes, la de los ultraprocesados, que primero pagamos y que luego comemos, es la responsable de casi todo, desde la obesidad a las muertes prematuras por acumulación de venenos contra la salud física y mental. La dialéctica en la alimentación en España, como en casi todo, siempre es la misma: la riqueza de unos a base de la muerte de otros. Y de la llamada «protección de los consumidores» prefiero no escribir.

Y concluyo: La moda del gusto por lo gordo, que forma parte de la relatividad de las modas y gustos, tiene un aliado importante: el sexo, lo erótico, tan intrínsecamente humano, que de ninguna manera gusta de lo flaco exclusivamente, pues también gusta mucho y hace disfrutar con lo gordo, lo relleno y con las curvas, no siendo el sexo un simple artefacto o bólido para cansinas carreras de longitud. Desde luego que no es verdad que lo flaco en oposición a lo gordo sea lo positivo y lo elegante. Y pudiera ser verdad, lo es, que las grasas son también eróticas.