El arzobispo Gänswein enfadó al Papa Francisco

OPINIÓN

El alemán Georg Ganswein, secretario personal de Benedicto XVI.
El alemán Georg Ganswein, secretario personal de Benedicto XVI. DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

23 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- El libro de Gänswein:

En el libro Nada más que la verdad hay un prólogo a la edición española de Francisco Javier Sancho Fermín, en el que escribe: «Un libro que ha sido editado en Italia en un tiempo récord y que ya aparecía impreso en el mes de enero de 2023, cuando la muerte del Papa emérito era aún un hecho muy reciente, el 31 de diciembre de 2022», y añade el prologuista: «Algo programado para que saliera a la luz de manera inmediata y aprovechar el tirón editorial del acontecimiento». El mismo prologuista destaca la cercanía del autor, Georg Gänswein, al protagonista del libro, que es el fallecido Papa Benedicto XVI, y considera que el valor más positivo del mismo es dar a conocer la cotidianidad de la vida de ese Papa en las últimas décadas de su existencia; una cotidianidad que se repite hasta cuatro veces en el breve prólogo.

El libro trata sobre Benedicto XVI, aunque no exclusivamente, pues junto al título Nada más que la verdad, está el añadido: «Mi vida al lado de Benedicto XVI», convirtiéndose el autor (Gänswein), también en protagonista principal, siendo coherente la fotografía de la portada, viéndose a Benedicto y al autor, uno al lado del otro. Hay otros protagonistas: unos, como los Papas San Juan Pablo II y Francisco, más importantes que otros, como los cardenales Bertone y Sarah. Leyendo sobre los tres últimos Papas y sobre el autor mismo, se conocen asuntos de los cuatro, resultando como carambolas del juego del billar a varias bandas.

Aunque no se trate de un riguroso libro de Historia, garantía de ciencia y verdad, advirtiendo el fraile prologuista y carmelita «que estamos frente a la visión y experiencia de un sujeto concreto» (subjetividad y visión parcial de los acontecimientos), el libro es muy interesante y trascendente. Tal como escribe su autor, el Arzobispo de Urbisaglia, al final de su brevísimo prólogo, está escrito de primera mano y desde dentro del «verdadero mundo vaticano». Eso es una rareza, extrañeza y excepcionalidad, muy estimable, pues en ese «mundo vaticano», de tantas jerarquías y de obediencias, reinan silencios y secretos, cómplices de diabluras o de conjuras luciferinas. A eso se llamó «la pestífera presencia del demonio», con acumulación de mitologías, verdades y mentiras. Un hermetismo y manipulación que son esenciales a la estrategia del Vaticano, que consiste en durar y perdurar, para que lo que ocurrió en Palestina hace dos mil años siga presente y no pase a anécdota pasajera. El éxito de esa estrategia, hasta ahora, es indudable, aunque con implicaciones lamentables: carencia de sentimientos de culpa en desapariciones de personas, Papas incluidos, si se estima, con eficacia pragmática, que su permanencia (la vida) arriesga la perdurabilidad eclesiástica.

Lo menos aconsejable a los clérigos católicos es que escriban libros sobre lo que ocurre en el Vaticano. Georg Gänswein, pensando en otro asunto, en la página 287 copia la famosa frase de los policías estadounidenses: «Todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra». Eso es aplicable al libro que se comenta ahora y a todo lo relacionado con el «mundo vaticano», que tiene unos códigos cerrados e intrincados, que paralizan a monseñores y «aprendices» que por allí deambulan, haciendo méritos para «carreras» y que por lo menos esperado y hasta lo insospechado, son barridos y/o eliminados. Allí siempre, en la Urbe, se aconsejó no discrepar, ser dóciles y dulces célibes, siempre decir «amén», y teniendo presente que la llamada «Voz de Dios» es siempre el silencio.

Hay que tener en cuenta, además, en un libro de 341 páginas, que su autor, por mucho que haya reflexionado, corregido y cortado, incluso con la ayuda de una experta pluma vaticanista, en este caso la de Saverio Gaeta, es imposible que controle lo que otros, minuciosos hermeneutas, que en la Iglesia católica abundan, interpreten o deduzcan, incluso no estando en la mente de su autor, escritor. Este último es el conocido y peligroso asunto de la diferencia que puede existir entre lo que se escribe y lo que los otros leen o entienden. Y ello, aunque gran parte de lo escrito, forme parte, como en el presente caso o libro, de la llamada «doctrina oficial», que tantas veces es una mentira.

Parece temerario escribir un libro como el que nos ocupa, pues, por una parte, pertenece su autor al «cogollo» vaticano (secretario particular que de un Papa fallecido y prefecto de Su Casa pontificia, luego prefecto de la Casa Pontificia del siguiente, de otro Papa, y con expectativas de continuar «escalando» en la carrera eclesiástica. También la temeridad resulta al contar y explicar historias, afeando y alabando, vividas entre Papas y altos eclesiásticos, muy sensibles al «humano y vanidoso modo», aunque digan pensar únicamente en el divino, y comentando incluso episodios muy sensibles, caso del «terrible asunto» -así lo llama- del secuestro de Emanuela Orlandi (página 155 y siguientes).

Los riesgos eran conocidos por Gänswein, que no es aventurero y que no ignora el poderío papal, tan brusco a veces, de Francisco, haciendo hasta intervenir, para su ayuda, al Papa emérito, el cual tuvo que escribir una carta a Francisco en la que le dice, según la página 279, lo siguiente: «Por mi parte, solo puedo decir que Monseñor Gänswein no participó en la elaboración de mi contribución al libro del cardenal Sarah». Acaso condujeron, fatalmente, al error el afán desmedido de justificación y defensa por parte Gänswein frente a todos y frente al Papa Francisco, o acaso le precipitó la torpe e infantil necesidad de ser querido, reconocido, sentando nuevamente en audiencias y ceremonias a la derecha del Papa Francisco como prefecto en de Su Casa pontificia.

Es comprensible el cariño de Gänswein por el Papa Benedicto XVI, que tanto contribuyó a «su carrera», como veremos a continuación, y que desee clarificar episodios de su Pontificado que, o están confusos, o han sido mal interpretados. Y esa pretensión es constante en el libro, especialmente en lo que el autor llama, por una parte, Tropiezos del complejo gobierno y también Polémicas e incomprensiones. Después de la lectura y relecturas del libro, sigo sin encontrar argumentos que hagan cambiar mi posición sobre actos y comportamientos del Papa Ratzinger a mi juicio criticables, siendo quizá, el de la renuncia o conclusión anticipada del pontificado, el más importante.

II.- Gänswein, un prefecto de dos Casas Pontificias:

Gänswein comenzó siendo secretario particular del cardenal Ratzinger a partir de 2003, y luego, a partir de 2005, del papa Ratzinger (hasta su fallecimiento en 2022). Fue también prefecto de la Casa Pontificia de Benedicto XVI por nombramiento el 7 de diciembre de 2012, al cesar en el cargo el hasta entonces prefecto, el arzobispo James Michael Harvey. Fue nombrado arzobispo también el 7 de diciembre de 2012 y habiéndose celebrado la ceremonia de consagración episcopal el 6 de enero de 2013, presidida por Benedicto XVI. El Papa hizo lo mismo que su predecesor, San Juan Pablo II, que también nombró obispo a su secretario particular, el poderoso don Estanislao, rompiendo una tradición consistente en que los papas no nombraban obispo a su secretario particular mientras continuase siendo sus secretarios. Y Ratzinger, con monseñor Gänswein rompió otra tradición, la cual no admitía que un secretario particular, siendo tal, fuese también prefecto de la Casa Pontificia, que es una institución de la Curia romana. La ratificación por Francisco de que Gänswein fuese prefecto de su Casa Pontificia fue de fecha 31 de agosto de 2013, y con confirmación quinquenal a fines de 2017.

En las páginas 207 y 208 del libro Nada más que la verdad, se dice que el 25 de septiembre de 2012 el papa Bendicto XVI comunicó a Gänswein lo siguiente: «He reflexionado, he rezado y he llegado a la conclusión de que, a causa de la disminución de mis fuerzas, debo renunciar al ministerio petrino». En la página 209 se escribe que «a mediados de octubre», el Papa le indicó que anunciaría su decisión a la Curia romana el 21 de diciembre, lo cual fue luego cambiado, pues la comunicación tuvo lugar el 11 de febrero de 2013.

Examinando las fechas de los dos párrafos anteriores, resulta que al producirse los nombramientos de Gänswein, tanto el de arzobispo como el de prefecto de la Casa Pontificia de Benedicto XVI, aquél y éste sabían que en cuestión de días la «silla de Pedro» o el ministerio petrino iba a quedar vacante: sede vacante por renuncia papal.

Tal constatación permitiría hacer muchas preguntas y muchos porqués, que, sin lugar a dudas harán los lectores y lectoras. Sólo añadiré: ¿qué se pretendió con eso, no aplazando el nombramiento de prefecto de la Casa Pontificia hasta la elección de un nuevo Papa? ¿Cuál fue la idea y el interés del Papa Benedicto? En la página 274 algo se escribe a manera de aclaración y trascendente sin duda: «La esperanza de Benedicto de que yo (Gänswein) fuera el eslabón de conexión entre él y su sucesor fue un poco demasiado ingenua, puesto que, ya desde hacía algunos meses, tuve la impresión de que entre el nuevo Pontífice y yo no se conseguía crear el oportuno clima de confianza, necesario para poder llevar adelante esa tarea de modo adecuado». ¿Pretendió Ratzinger que hubiera ese eslabón? Esto afecta al Papa Francisco directamente.

Recomiendo especialmente el capítulo 8 acerca de La relación entre los dos Papas, y el apartado último El prefecto demediado, en el que con toda su crudeza se describe la tortuosa relación entre el Papa y su prefecto de la Casa pontificia, en un continuo «tira y afloja». Cuando el prefecto se queja al Papa de sentirse humillado, éste le responde: «Las humillaciones hacen bien». Cuando el prefecto, que vive con el Papa emérito en el Monasterio, plantea un apartamento en el Palacio apostólico, el Papa le pide: «Por favor, no tome posesión ahora». Cuando a finales de 2020 el prefecto habla con el Papa, éste le dice: «Usted sigue de prefecto, pero a partir de mañana no vuelva al trabajo». Y ahora y aquí vendría la carta de Ratzinger a Francisco, antes indicada y que acaba: «Humildemente le pido una vez más una palabra para monseñor Gänswein».

Al tiempo que monseñor Gänswein, que tanto gustaba del Palacio apostólico, escribe de un síndrome renal padecido y asociado a un trastorno psicosomático, alude a que el rol del prefecto de la Casa pontificia quedó claramente «redimensionado» en la vigente Praedicate Evangelium respecto de la anterior Pastor Bonus, lo cual no parece ser compartido por el cardenal Rodríguez Madariaga, que en conversación con el obispo de San Sebastián (Publicaciones claretianas) dijo: «Ni la Prefectura de la Casa Pontificia, ni la Oficina de las Celebraciones litúrgicas del Papa ofrecen tampoco gran novedad en la nueva Constitución».

Y ¿por qué el Papa Francisco ratificó el nombramiento de Prefecto de su Casa pontificia a quién le causaba tanto malestar, con sospechas de querencias a los enemigos del Papa? ¿Por qué el prefecto no presentó la renuncia ante lo que consideraba humillaciones papales? Muchas dudas e interrogantes, y un destino al parecer seguro: Costa Rica.