Clarín y la literatura en tiempos de brutalidad. Nada nuevo

OPINIÓN

Mural de Clarín en Oviedo
Mural de Clarín en Oviedo Festival Parees

06 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

No vemos lo que ocurre cada vez que pulsamos «me gusta», publicamos una entrada o aceptamos una amistad en la red social. No vemos cuántos millones de operaciones parecidas están sucediendo a cada momento, el sofisticado tratamiento robótico de ese océano de minucias y los poderosos patrones que se van depurando y van modelando su impacto sobre nuestra conducta y nuestras decisiones. Quien me observara y oyera veinticuatro horas al día no tendría tanta información, solo sabría de mí tanto como yo. Los trozos sueltos de nosotros que vamos dejando en los voraces servidores de la red son piezas mínimas sin valor pero que, acumuladas y tratadas masivamente con millones de piezas parecidas muchas veces al día, van completando patrones de lo que somos y lo que podemos ser, de lo que nos debilita y fortalece y de lo que nos mueve o nos paraliza. Los escritores de altura habían logrado esto desde siempre, pero en dirección inversa. No creo parecerme a la Regenta, al Magistral o a Doña Paula. Pero uno lee con calma La Regenta, y en cada contención de tal personaje, en cada diálogo, mirada o silencio, o en cada tarde de lluvia reconocemos pulsos de lo que somos y ecos de nuestras vivencias, hasta que la ficción se convierte en una ampliación de la vida real, de la que volvemos con ese punto de sabiduría con que se vuelve de los viajes bien aprovechados. Los buenos narradores siempre supieron llenar sus historias de detalles reactivos como los de la red social. Pero, decíamos, en sentido inverso. La red social hace que otros sepan cosas de nosotros y puedan mecanizar nuestra conducta y hacernos ajenos a sus resortes. La literatura, a través de historias ajenas, nos da a nosotros, y no a otros, conocimiento sobre nosotros mismos, intensidad en la manera de vivir nuestros momentos y herramienta para nuestra autonomía y juicio. Libertad, podríamos decir.

No hay sociedad sin literatura. La hay desde que hay mente simbólica, es decir, desde el principio. Suele decir mucho de una sociedad el trato que tenga con esa manifestación que siempre está ahí. La actitud sobre Clarín en el Ayuntamiento de Oviedo ni es nueva en las fuerzas conservadoras de la ciudad, ni es disonante con las líneas políticas que van asumiendo las fuerzas conservadoras de todas partes. Clarín fue un hombre culto, inspirado, crítico racional, mordaz e incómodo. La modernidad, la razón y el progreso nunca pudieron avanzar en España sin rozar con estridencia con la Iglesia y las oligarquías, con los poderes que nos mantuvieron atrasados y analfabetos siempre que pudieron. La Regenta diseccionaba con demasiada lucidez y altura artística la sociedad y el momento y, como no podía ser menos, le valió a Clarín la poderosa malquerencia del obispo Martínez Vigil; con la Iglesia y su oscuridad había dado. Oviedo y su textura social fueron el escenario de una ficción que trascendía con mucho lo que se cocía en esa ciudad. Pero pocas veces una ciudad fue tan palpitante en una obra literaria y pocas veces una obra fue un espejo tan pertinaz en la vida de una ciudad. La inquina reaccionaria sostenida contra Clarín fue una señal especialmente oscura. Clarín era ideológicamente progresista y crítico, pero no era un agitador que recogiese acólitos para activismos revolucionarios. El odio que llevó a destruir la estatua con su busto, a la infamia del fusilamiento de su hijo cuando era Rector de la Universidad de Oviedo, o a cubrir de silencio una de las mejores novelas europeas del s. XIX, no se justifica por ningún furor activista de Clarín. Pocas veces la pura inteligencia y actitud crítica ofendió con tanta virulencia a la oscuridad reaccionaria. Ricardo Labra, en El caso Clarín, desgrana todos los detalles y la incomodidad permanente de una ciudad incapaz de verse de otra manera que a través de La Regenta.

Todo esto deberían ser historias pasadas, pero mantiene hilos muy actuales. Decía en un acto público el jurista Tolívar Alas, bisnieto de Clarín, que se comparara la presencia que tiene la figura de Jovellanos en Gijón con la que tiene Clarín en Oviedo. El señor Canteli no había perdido tiempo para quitar los bancos de color arco iris y devolver al arzobispo sus privilegios anacrónicos. Mantener a Clarín fuera de la simbología de la ciudad era coherente con otros gestos y enlaza con una línea de oscuridad muy antigua. Los votos contra la distinción de Clarín fueron un canto a la estupidez. La poca repercusión pública del episodio es un indicio del trato al que aludíamos de la sociedad actual con la literatura. Si el Ayuntamiento de Oviedo rechaza esa distinción para Melendi o el de Gijón para Arturo Fernández, el ruido social será más audible.

(Por cierto, es curioso cómo las fuerzas que se rasgan las ropas en defensa del español solo lo hacen contra «amenazas» como el asturiano, el catalán o el euskera; qué poco entusiasmo tienen por el español cuando se trata de uno de sus mejores exponentes. Sienten más defensa del idioma con Toni Cantó que con Clarín).

Pero decíamos que el episodio es también coherente con la evolución general de las fuerzas conservadoras. Las derechas se van pareciendo a Trump en todas partes. Se están yendo de la democracia hacia formas dictatoriales como la húngara. Ya no es cosa solo de la ultraderecha la polarización y siembra de odios y el desplazamiento de las frustraciones sociales de lo material a lo simbólico identitario, (del «no me llega el sueldo y la empresa forrándose» al «no me llega el sueldo, putos independentistas»). Todos podemos ver el embrutecimiento de la vida pública en el lenguaje y los gestos (normalizar la referencia a rivales políticas como alguien que se la chupa a no sé quién, o la amenaza física impostando defensa), los símbolos nacionales como elementos de exclusión ideológica sectaria (contra Sánchez por España), el neoliberalismo brutal y la mentira como forma sistemática de comunicación y propaganda. El negacionismo y la desconfianza del conocimiento es propia de estas ideologías cada vez más ultras. La frialdad y hasta hostilidad con cualquier forma artística que no sirva como propaganda patriótica y uniformadora es parte de la radicalización y se irá agudizando. Iglesia y toros serán más visibles en sus proclamas que Clarín y la literatura. Se dirá que en este caso fue precisamente Vox quien propuso la distinción de Clarín que el PP y tránsfugas negaron. En realidad, esto fue una actuación personal, no sé si inteligente o extravagante para con su partido, o ambas cosas, de Cristina Coto y solo de ella. Ni la cuenta de Twitter de Vox de Asturias, ni la general, ni en ninguno de los perfiles ruidosos que corean sus vitriolos hay rastro de orgullo, apoyo o mera mención de la propuesta de hacer hijo predilecto de la ciudad a Clarín. Solo en la cuenta de Cristina Coto se insiste en el episodio. El trato de los ultras con la inteligencia, el conocimiento y el arte en España es como es en todas partes y como siempre fue en España. Piensen Trump y verán el punto de llegada.

El episodio del Ayuntamiento de Oviedo con Clarín no es decisivo de nada. Pero es el tipo de episodio que sucede cuando las condiciones facilitan que suceda y que encienden luces de advertencia de tendencias sociales. Esas condiciones y esas tendencias, tanto en lo que tienen de continuidad con la historia de Clarín con Oviedo, como en lo que tienen de continuidad con las pulsiones conservadoras actuales, se sintetizan en una palabra: brutalidad.