En cuanto la puerta se cierre, Inés Arrimadas desaparecerá de la vida pública española. Uno de sus últimos fieles hace ese gesto inconfundible en plan se oyen pasos, viene alguien. Y no es exagerado pensar que si ahora mismo entrasen al habitáculo todos los españoles que el 28M votaron Ciudadanos tendrían espacio de sobra, que la alarma del ascensor no se activaría. El rostro de Inés es una mezcla de agotamiento y alivio, diríase que va a sonreír. Normal, porque convivir tanto tiempo con un cadáver que se descompone tiene que ser duro, de narices. Por mucho que una crea en la resurrección de los partidos, un muerto es un muerto, y a Ciudadanos lo mató Albert Rivera hace tres años. Luego, ella hizo lo que malamente pudo. En su adiós a la política, Arrimadas viste un traje un poco color Podemos, ese partido en el que nadie dimite y quien lo hace, Pablo Iglesias, tampoco. Ay, Inés, a quién se le ocurre buscar el centro en un país tan llevado a los extremos.
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