Hace unos años leía una entrevista a Hillary Clinton en la que la política estadounidense reconocía como uno de los aspectos más valiosos de sus estudios universitarios en el Wellesley College y en Yale- donde se había graduado en Ciencias Políticas y en Derecho- la formación que había recibido en Historia del Arte y Filosofía. Salvando todas las distancias que se quieran poner- porque en realidad no son tantas- algo parecido ocurría con el Plan de estudios de Geografía e Historia de 1976.
Este plan, vigente hasta 1995, se articulaba en tres años comunes para Geografía, Historia, Historia del Arte, y Musicología, en el que se cursaban varias asignaturas troncales de cada especialidad más una de Latín, otra de Historia de la Filosofía y una más de Historia de la Literatura, todas ellas aplicadas al ámbito de la licenciatura donde se inscribían. Los dos años finales eran de especialización en cualquiera de las cuatro ramas arriba mencionadas. Un plan que todo el mundo reconoce como el mejor que haya tenido nuestra disciplina.
En 1995 se reestructuran los estudios y se pasa a una nueva licenciatura de cada uno de los estudios (Licenciatura en Historia, en Geografía en Historia del Arte y en Musicología) donde las conexiones entre las ramas, la interdisciplinariedad, se desviaba a la optatividad y la libre configuración, con una importante merma respecto a lo anterior. En 2001 vuelve a hacerse una reforma que, en lo que nos atañe, pocos cambios acarrea. Será la entrada en vigor de los grados en 2008 y la reforma de los estudios para adaptarse al EEES lo que sí traerá cambios decisivos. Se pasa entonces a un grado de cuatro años de cada una de las cuatro disciplinas, donde la interdisciplinariedad queda reducida a la formación básica de primer curso, de modo que en toda la carrera, ahora grado, los estudiantes pasan a tener solamente cinco asignaturas de las disciplinas afines (lo que supone una reducción muy sustancial con respecto a las que cursaba un estudiante del Plan del 76).
El resultado de todo esto es, a mi juicio, un empobrecimiento muy notable de la formación, pero tiene consecuencias más graves e inmediatas para los egresados y para la sociedad en general. Por muchas milongas que se quieran contar, el principal yacimiento de empleo de calidad para estos estudios es la enseñanza secundaria, donde impartimos materias de Geografía, de Historia y de Historia del Arte. En algunos cursos, además, se pretende que podamos integrar dos o más de estos ámbitos, y especialmente el Arte, que permite aprehender mejor, tanto la prehistoria como la historia antigua, etc. El problema que se plantea es que ya están llegando a las tarimas profesores formados en este ensimismamiento, especialmente de Historia por ser los que más alumnado tienen y, por tanto, los que más plazas reservadas tienen en el master de profesorado preceptivo para iniciarse en esta profesión. Así, las caras de estupefacción, si no de súplica, cuando se les asigna una materia de Geografía o de Arte son dignas de verse…no se sienten con formación suficiente para abordar el reto. Una cuestión que puede observarse también en los tribunales de oposición al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria, donde cada vez más se observa una radicalización de estos presupuestos. Es difícil, sino inexistente, que uno de estos estudiantes de Historia o Geografía aborde un tema de desarrollo o, especialmente, una programación de una disciplina que no sea la suya, cuando antes era bastante usual, en tanto que entendíamos que íbamos a ser profesores de Secundaria y que para hacer estudios más específicos había otros espacios, como el doctorado, por ejemplo. Así, ahora se puede plantear sin ruborizarse una unidad de programación del barroco sin ver una obra de Bernini, Trento se puede explicar sin el Barroco, la prehistoria sin acudir a la glaciación o a la pintura parietal, la climatología sin usar a Gauseen y sus diagramas ombrotérmicos, y Roma exclusivamente mediante una secuencia de hechos y fechas… todo ello con estudiantes de entre 13 y 16 años y en un marco competencial… Recuerdo que, ante la insistencia del tribunal para que un aspirante intentara explicar cómo integraría el Arte o la Geografía en una unidad sobre la Primera Guerra Mundial de su elección, este afirmó un tanto contrariado que ya lo estaba haciendo, pues una película era Arte, y la Geografía la trataba cuando explicaba a los alumnos dónde estaba Verdún o el Somme sobre un mapa… A ver, es cierto que Mendes es un gran director y su película 1917 impresiona (lo siento, Senderos de Gloria ya no suele estar presente en estos nuevos repositorios ensimismados), pero quizás una referencia a Dix o a Grostz no sobraría. Y, en vez de confundir a los geógrafos con el cartero de la disciplina, quizás el manejo de los clásicos como Brunhes y sus archivos del planeta, les abrirían la mente a otras realidades sumamente enriquecedoras.
Pues bien, ahora se está planteando una nueva vuelta de tuerca, un nuevo plan donde las materias comunes de formación básica, con todos los problemas de selección que arrastraban, desaparecen por completo: cada una de las titulaciones comprenderá cuatro años con materias sólo y exclusivamente de esa disciplina, sin «contaminaciones» de aquellas otras que antes eran consideradas hermanas. Dado que este proceso ha sido iniciado desde la Historia, la hegemónica y, por así decirlo, la que todos reconocemos como rama madre de los estudios, la razón sólo puede ser una férrea voluntad de crecer sobre la laminación de las disciplinas adyacentes, en una suerte de saturnalia goyesca actual. Unas actuaciones cuyo objetivo no parece ser otro que el de mantener o crear una decena de puestos de trabajo de profesor universitario a costa de reducir las otras disciplinas y de poner en entredicho la formación de los futuros alumnos de secundaria y bachillerato, para los que la Historia sería su único referente.
Por todo ello, quizás estemos en el momento adecuado para que los que tienen competencias y capacidad, se detengan a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos y de las implicaciones que acarrean. Quizás el Principado, por ser quien financia en nombre de todos los asturianos estos estudios, debería velar por la adecuación de estos a las necesidades reales y a las competencias de los egresados. Unos egresados que trabajarán en un número muy elevado en una de las ramas prioritarias de nuestra política autonómica, como es la educación. Quizás sea el momento de anteponer los intereses comunes a los individuales y dejar los ensimismamientos para las placenteras tardes de domingo y las especializaciones más intensas para los posgrados.
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