Amarga victoria, dulce derrota

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

28 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado domingo hubo un momento, con el escrutinio casi al 50%, que parecía que podía repetirse el resultado de las elecciones generales de 1993. Al concluir el recuento la similitud con 1996 era más real, aunque el partido más votado y con más escaños no va a tener posibilidad alguna de gobernar nuestro país. Con las expectativas que pronosticaban las encuestas (sin duda, las grandes perdedoras por sus escasos aciertos), ¿para el PSOE ha sido una dulce derrota? Desde luego que sí, y mucho más que aquella que terminó con catorce años de Felipe González (por cierto, fue el gran ausente en apoyar al PSOE). Como prueba irrefutable están esas imágenes con los bailes y los discursos que se dijeron antes de medianoche en un andamio improvisado en el exterior de la sede de Ferraz con el que el superviviente (una vez más) Pedro Sánchez sacó pecho por haber subido en votos y escaños con respecto a 2019. En Génova festejaron la amarga victoria, con el primer puesto tanto en escaños como en votos (tela marinera cuando parte del público vitoreó a Ayuso). Se palpaba en el ambiente una gran desilusión por quedarse lejos de la mayoría absoluta que soñaban alcanzar con Vox, que en este último caso sí que escenificaron el golpe y la derrota más elocuente (en Sumar mostraron su alivio con que las dos derechas no alcanzasen juntas los 176 diputadas y diputados).

Yo creo que la alegría y la tristeza en los rostros de los diferentes dirigentes políticos no estaba condicionado por lo conseguido en las urnas, sino por si se cumplieron o no las expectativas previstas. A falta de contar a partir de hoy el voto de las y los españoles que viven fuera de nuestro territorio nacional, podemos considerar que el PP (136 escaños, 8.091.840 votos) y el PSOE (122 escaños, 7.760.970 votos) por un lado y Vox (33 escaños, 3.033.744 votos) y Sumar (31 escaños, 3.014.006 votos) por otro han obtenido un empate técnico. La baraja, por tanto, la romperán los partidos nacionalistas e independentistas, que nos guste más o menos han obtenido unos escaños determinantes que son tan válidos como quienes hemos optado por otras opciones políticas. He celebrado la bajada de escaños que ha recibido la ultraderecha (porque en toda Europa la tendencia es al alza y, afortunadamente, en España no ha sido así), pero no obstante, creo que el acercamiento que tuvo el señor Feijóo con este espectro ideológico (que crea y difunde bulos y mentiras, que menosprecia a sus rivales políticos, que pone en duda el sistema democrático a través del voto por correo…) nos debe poner en alerta, porque me parece peligroso para la democracia española que el partido con más posibilidades de liderar una alternancia política en nuestro país asuma las doctrinas más retrógradas. De todas maneras, lo más positivo del resultado de Vox es que ya no tendrá posibilidad de recurrir absolutamente todo al Tribunal Constitucional (la próxima vez que haya que declarar el ‘Estado de Alarma’ a ver cómo se las ingenia el gobierno de turno) ni hacer más mociones de censura (que las dos que promovió no pudieron rozar más el ridículo).

La pregunta clave ahora no tiene respuesta: ¿Habrá gobierno? Con el PP está claro que no. Con el PSOE y con Sumar hay más posibilidades, pero no serán pocas las peticiones y exigencias que se les podrán encima de la mesa. Para empezar, Podemos ha empezado a marcar distancias con Yolanda Díaz (se rumorea que constituirán grupo parlamentario propio, separado del resto de confluencias) y para seguir el Jefe del Estado tendrá que decidir, una vez que esté constituidas las Cortes y veamos quienes las presiden y cómo quedan las mesas (y por tanto podamos medir las fuerzas de un bloque y otro), a quien propone a la investidura (si a Alberto Núñez Feijóo o, a quien más expectativas cuenta en estos momentos, Pedro Sánchez). La llave de cualquier decisión será de Junts. Aunque el ‘procés’ es pasado (y prueba de ello es que no ha sido campo de batalla entre los diferentes partidos) y los partidos nacionalistas catalanes han perdido muchísimo apoyo, sus votos son fundamentales para que España tenga un nuevo ejecutivo o para que mediante el bloqueo tengamos que volver a las urnas en navidades (si no se hubieran convocado ahora, hubiera habido de límite hasta el 10 de diciembre para convocarlas).

Me gustaría de una vez por todas que se desterraran algunas afirmaciones del estilo ‘que gobierne la lista más votada’ (que lo promueven ahora perfiles como Ayuso y Almeida, que en 2019 no quedaron primeros y gobernaron con Ciudadanos. ¡Es de traca!) y ‘pacto de perdedores’. El sistema electoral español puede gustar más o menos (a quien no le convenza, que prometa cambiarlo y lo haga cuando tenga poder) pero lo que se busca es que gobierne quien pueda aglutinar mayorías, porque no tiene sentido alguno que dirija un gobierno un grupo de personas que han sacado más votos pero que son incapaces de acordar con otras fuerzas políticas los presupuestos, las leyes y todas las cuestiones que se tratan en las diferentes administraciones. Las y los ciudadanos ya hemos votado y ahora es el tiempo de los partidos políticos, en función de su fuerza en las urnas, negocien y establezcan acuerdos para desarrollarlos a lo largo de la legislatura. Se entiende que en función de sus ideologías los partidos se juntarán con los que más sintonía tengan.

Es totalmente democrático y legal cumplir con las expectativas que la ciudadanía ha confiado a quienes han sido elegidas y elegidos para representarnos. Lo raro o lo antinatural, desde mi punto de vista, es un acuerdo entre el PP y el PSOE. Lo digo porque el ‘partido sanchista’ ahora se ha vuelto a llamar Partido Socialista Obrero Español para determinados sectores políticos y mediáticos, y ante el escenario de negociar con Carles Puigdemont o de que el ejecutivo en funciones se prolongue hasta unas nuevas elecciones, hay quien empieza a sugerir que los dos grandes partidos de Estado deberían pactar unos mínimos. A mí que me expliquen qué sentido de Estado tiene el PP cuando vamos camino de los 1.700 días sin renovar el Consejo General del Poder Judicial, que ya no es solo un incumplimiento fragante de la Constitución, sino que incluso desde la Unión Europea ya no saben cómo urgirnos a poner fin a esta anomalía democrática.

Ver veremos qué pasa en las próximas fechas con los posibles pactos, pero partamos de lo más evidente: Feijóo consiguió una amarga victoria y Pedro Sánchez una dulce derrota.