Gentes diferentes en la misma calle

OPINIÓN

María Pedreda

03 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Suerte que algunos humanos, gracias a la literatura y a los cinematógrafos, yendo hacia delante, pueden volver hacia atrás; los cangrejos y otros bichos, desgraciados, no tienen otra manera de caminar: siempre atrás o al revés. Terminamos el anterior artículo El gatito y la bendita afición en San Miguel del Valle, población zamorana, con lo de los perritos calientes, en una jornada plena de animalidad por lo de los gatitos, los toritos, los perritos, el Carnaval de Verano y lo de la Asociación «La Laguna». Lo dicho: vuelvo atrás, a siete kilómetros de San Miguel del Valle, donde está Valderas, población leonesa, y donde permaneció mi amigo Toribio, maestroescuela y tímido, al que tanto gustan los Ronchitos de Maite, de mucha dulcería en cuerpo y alma.

Desde Valderas, leona del Sur, salgo hacia San Miguel del Valle, espacio como el de la Tierra de Campos casi infinito e inmenso, in-menso o sin medida. Al poco, ya descendiendo, con las barras ya bajadas del paso a nivel, sube el tren «Burra», que desde Campazas, atravesando el Río Cea, abajo, llegaba a Valderas, camino de su estación Termini, que no estaba en Roma sino en Medina de Rioseco, la Villa de los Almirantes de Castilla. La máquina de vapor, subiendo jadeante, pues lanzaba vapores por arriba y por abajo, o nubes blancas y grises. Las mulas, que tiraban de los carros allí parados ante el paso a nivel, se espantaban por el ruido y humos. Y lo de las mulas no era anécdota, teniendo en cuenta que eran animalitos de tiro y carga, estériles sin operación o curación posible, sino categoría en cuanto especie híbrida del cruce de caballo y burra, la llamada mula  burreña, o del cruce de yegua y burro, la llamada mula yeguata. Y también, relacionado con el sexo, cuestión muy importante y que contaré más adelante, fue lo del caballo «entero» de Amos, «entero» por no estar capado, otro prodigio de la naturaleza.

Según el indicador de Obras Públicas, al kilómetro 4 de la carretera 513, se entra en la Provincia de Valladolid desde la de León, saliendo al kilómetro 6 de esa provincia (Valladolid) para entrar en la de Zamora.  Un galimatías obra de la organización provincial de don Javier de Burgos en el siglo XIX, muy buen explicada, por cierto, esa irracionalidad geográfica y administrativa por don Juan Luis de La Vallina Velarde, mi profesor de Derecho Administrativo (I y II), discípulo de López Rodó. Ya en San Miguel del Valle, a pesar del barullo de los perritos calientes, que parecía aquello de la ovetense SOF, el llamado «Bollu y el vino», don Julio, propietario de la única cafetería allí existente, llamada La Torrica, Virgen local y para romerías, me ofreció un excelente pintos a lo vasco, de tortilla de patata, elaborada por doña Modes», su esposa.  «Harinas Carbajo», fábrica de harinas, volví a leer, enfrente y desde la terraza, de La Torrica. Pregunté por el cura del pueblo, ahora don Lorenzo, a un vecino que allí tomaba un “prieto-picudo”, diciéndome que ya no había ni misas los domingos ni beatas. Exclamé yo, recordando a Don Quijote: «¡San Miguel, San Miguel, pueblo secularizado; si levantara don Fernando, el cura de antes y de siempre, la cabeza, que tanto rezó por las almas en tránsito al cielo y alumbradas por velones de cera gorda!».

Y en estas llegó don Abundio García Caballero, maestroescuela, el hombre que más sabe en el mundo de San Miguel del Valle. Abundio escribió hasta libros y los presentó en prensa local, afición que arrastra de lejos, pues hace muchísimos años ya escribió Localismo, con portada en la que se ve a un saco siendo agarrado por sus cornejales y a una cuba a la que se ven las duelas. Su último libro se titula Ellos y ellas, onomástica y santoral (2022). Y Abundio me recordó que el enterrador del pueblo, de mucho genio, se llamó Nicesio, esposo de Abdona, la de ojos pitarrosos en continuo lagrimeo, acaso por el mucho gorigori en los entierros.

 --Verás, Abundio, -le dije- ahora te recordaré y «cosas» de «Gentes diferentes de la misma calle» o museo de horrores, la calle Postigo de San Miguel de Valle, donde naciste, calle ancha de cristianos y no estrecha de moros y judíos. Junto a tu casa, a la izquierda, estaba la barbería de Arquímedes que, muy bajito como un tonelete, tenía, además, una joroba destacada. Enfrente Aníbal tenía la oficina de Correos, siendo también relojero y con un sobrino, el cual, en los ataques epilépticos, su cara se ponía azul. Más a la derecha, estaba la casa de Josefa, que era modista, que todos los días almorzaban garbanzos, ella y su hija Milagros, que decían que era retrasada; no llegué a conocer marido a Josefa.  En la esquina de la calle, los zapateros, hermanos, eran mudos, martilleando suelas y tacones, en local cercano a la casa en la que murió Catalina por desgracia de parto y cuya caja mortuoria, pobre, la hizo el carpintero de la carretera, cerca del puente. Los mudos también eran pastores.

Y recuerda, Abundio, -continué- que al final de tu calle, cerca del Cementerio, tan visible y presente, el soltero Amos trataba de dominar a su caballo entero, por no capado. Es importante señalar que, en aquel tiempo, a los animales machos se capaban, excepción de los toros y de los racionales, siendo esa la causa de tanta violencia, la de los toros y la de los racionales, nosotros.

Y concluí la perorata preguntando a Abundio en estos tiempos tan taurinos, en Gijón con la Feria de Begoña, y en Valderas con la «Bendita afición» lo siguiente: ¿Será verdad ?querido Abundio- que los animales con cuernos no tienen dientes en la mandíbula superior?

Reconozco la dureza de lo de las «Gentes diferentes en la misma calle». Un conjunto de horrores en la España de aquel entonces y yo me preguntaba: ¿Dónde estaría la España Imperial que decían los libros de la Editorial Luis Vives? Asunto muy serio. Cuando años más tarde viajé a la India y recorrí Benares hasta mojarme en el Río, la cabeza me hizo repetir lo que los franceses llaman el «Déjà Vu».  Lo visto en un pueblito español en la postguerra, olvidado en la olvidada provincia de Zamora, casi como lo visto en Benares, en la India profunda y de los brahamanes. Y en el Déjà Vu hubo mucho de atención inconsciente. ¿Cómo no voy a sentir desprecio a los frívolos y frívolas, sean nuevos o viejos ricos?

Es falso, desde luego, que lo pasado siempre fue mejor. Hoy, en San Miguel, se puede comer tortilla de patata; antes ni había patatas, ni carnes de vacas; las bodegas avinagraban los vinos, enfriando gaseosas. Lo que hoy son sabrosos pinchos, antes eran trozos de migas de pan de hogazas grandes, untados con quesos de ovejas y, de postre, uvas arrancadas en jóvenes majuelos al pasar, en carros, por caminos de cantos rodados. El jolgorio y el barullo de hoy por los descendientes de los que antes, para evitar hambres, tuvieron que emigrar a Asturias y al País Vasco, bienvenidos sean. Esa es la verdad y lo demás vale para la literatura. ¡Viva, pues, la alegría de los perritos calientes y de los pasodobles toreros de hoy, no de los de antes! Mandaba entonces la tristeza de los paletos, así llamados, que parecían no tener ni vitaminas, vitaminas que ya no suministraban ni las sopas de ajos y pan ni los garbanzos cotidianos con un poco de gallina. Y pido al lector o lectora, que vuelva a las tres primeras líneas de este artículo: «Suerte que algunos humanos…. 

Aquéllas fueron las «Gentes» de una misma calle del pueblo de San Miguel del Valle, llamada Postigo la calle; calle que nada tuvo que ver con la ovetense Postigo, barrio y calle, Postigo alto y bajo, del Oviedo gris y pobre, a la sombra de una fábrica de gas y cerca de las vías de un tren, El Vasco, que lanzaba al aire escorias y carbonillas. Eso sí, tuvo un cine, el llamado Asturias, de sesión continua y permanente, cuya taquillera, aburrida, confeccionaba jerseys con madejas compradas en La más barata, la de la calle Cimadevilla, primero calle de comerciantes catalanes y luego la del Banco de los mismos catalanes.

            Y otra vez, vuelvo atrás y regreso a Valderas para ver la bodega  del caserón que, habiendo sido de los Arias (nada que ver con las Mantequerías), hoy es de Emilio y de Aurina, muy rezadores y golpeándose con penitencias los sábados a las 20 horas en la Iglesia parroquial. Recorriendo la inmensa bodega, pienso en el mundo subterráneo e intrincado de Valderas; y recuerdo la bodega inmensa de la casa de Socorrito García Centeno, también maestraescuela y amiga de la panadera, la viuda de Estébanez. Un Estébanez que fue panadero de Valderas y otro Estébanez, Miguel, esposo de Teresa García y padre de Mercerdes, que fue el panadero de San Miguel del Valle. Acaso, por lo de las bodegas, para entender a Valderas, hay que ser topo, topillo o persona de catacumbas, como los primeros cristianos.

Me despido de Emilio, Aurina y Toribio, pues mañana, semana que viene para el lector o lectora, he de madrugar para estar a primera hora en Benavente. Y veo, gracias a la luz eléctrica, la tiesa figura de Benito, el peluquero de señoras, que hizo a todas casi lo mismo: primero, la permanente, y luego, meter sus cabecitas en el secador cabezón.

            Continuará.