Consentir un beso

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

María Pedreda

04 sep 2023 . Actualizado a las 12:43 h.

Admitamos, por un momento, la versión que ha dado Luis Rubiales sobre el momento en que le dio el beso a Jennifer Hermoso: «Yo le dije, ‘¿un piquito?'. Ella dijo, vale'. Se despidió con un último manotazo en el costado y se fue riendo». Si el diálogo incluido en esta escena hubiese tenido lugar, podríamos pensar que Jennifer Hermoso dio su consentimiento a ser besada por Luis Rubiales. Pero pensar esta secuencia en su literalidad eliminaría una dimensión psíquica fundamental: haría equivalente ceder a consentir. 

Ceder no es consentir es el título de un libro (disponible de momento solo en francés) publicado en el año 2021 por la psicoanalista francesa Clotilde Leguil. Una de las tesis fundamentales desarrolladas en su ensayo es que en el abuso puede darse a la vez un forzamiento por parte del otro y un forzarse a sí mismo a aceptar la situación. Esto último es, precisamente, lo que podría hacer que el acontecimiento fuese traumático. El mejor antídoto contra el efecto traumático, en ese caso, sería hacer devolver la vergüenza a quien la ha producido. Pero esto puede ser especialmente difícil si el criterio propio se ve cuestionado por sentir que se ponen en riesgo los intereses «superiores y más importantes» del otro.

Conviene aclarar que un beso robado no siempre es una agresión. Puede ser el más consentido si está precedido de los signos mutuos del deseo. De hecho, mostrar inhibición en ese momento puede ser un indicador de cobardía, y un jarro de agua fría sobre el deseo. Pero dejar hacer no siempre es equivalente a querer. Alguien puede dejar hacer al otro desde la perplejidad, sin estar realmente ahí. Solo cuando hay un auténtico consentimiento, el dejar hacer, por quien se desea, responde a una elección propia.

Cuando se trata de un auténtico consentimiento, esa elección, aun deseada, no deja de tener por ello una parte de desposesión de uno mismo. El auténtico consentimiento tiene algo de abismo, ya que esa experiencia nunca podemos saber exactamente a dónde nos conducirá: el deseo no es calculable y, por lo tanto, no se aviene bien al orden del contrato. Curiosamente, el orden del contrato donde está especialmente presente es en el campo de las perversiones. En las prácticas perversas sadomasoquistas es donde se establece más claramente, y de antemano, lo que puede ocurrir y lo que no, y la palabra clave que pondría fin a la situación.

El efecto subjetivo de ceder a lo que no se desea es la angustia y la tristeza. Cuando hay un consentimiento real se transmite al otro, pero sobre todo es un consentimiento a algo enigmático de nosotros mismos. Ese consentimiento siempre tiene algo de arrebato.