Hubo un tiempo en que los anuncios eran parte indisociable de la experiencia televisiva. Detergentes, colonias, turrones. Hay lemas publicitarios y canciones pegadizas que se han incorporado al acervo común a fuerza de ejercer con sus estribillos el desgaste de una gota china. Pero en algún momento la sucesión de mensajes comerciales empezó a convertirse en uno de los grandes temores del espectador. Tal vez el detonante fueran esos larguísimos programas de tres horas que se prolongan con eternas pausas publicitarias. Algo ayudaron a sortearlas los contadores de minutos comerciales, que suelen medir siempre a la baja, para que el público pudiera ir intercalando su ocupaciones en los entreactos.
La llegada de las plataformas supuso un bálsamo con sus promesas de una programación a la carta, de mayor calidad y sin anuncios por un precio módico. Pero la saturación de la oferta ha cambiado el panorama en pocos años. El pedigrí de los contenidos es irregular y cada vez se incorporan más programas de gran consumo. Las tarifas, además, van subiendo y la única manera de rebajarlas es aceptar un poco de publicidad de vez en cuando. Después de Netflix y Disney+, Prime Video será el próximo en introducir anuncios. Los servicios de streaming se parecen cada vez más a aquello de lo que intentaban distanciarse.