El papa acaba de publicar un nuevo documento sobre la crisis climática. Lo hace ocho años después de la encíclica que dedicó al tema, Laudato si, convencido de que no hay reacciones suficientes mientras el mundo va acercándose a un punto de quiebre, algo que califica como un impactante ejemplo de pecado estructural. No han faltado personas que pretendieron burlarse de esta profunda preocupación suya, acusándolo de panteísta y de abandonar las genuinas obligaciones de un papa (apenas un puñado de cardenales, pero muy bien financiados desde sectores ultracatólicos norteamericanos), unas opiniones que califica como «despectivas y poco racionales».
El nuevo texto es un llamamiento a la acción. No olvidemos que estamos a las puertas de la COP28. «No podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromisos efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente (…) Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales», dice Francisco. Cuándo nos daremos cuenta de que estamos incluidos en la naturaleza, somos parte de ella y estamos interpenetrados.