José Luis es un hombre casado. Nació en los 80 en Madrid. Se lo ha montado bien. Estudió ADE hace algunos años y ahora, con cuarenta y pocos, vive en un piso grande con su mujer y sus dos hijos en una urbanización cerrada con pista de pádel y piscina. Lo paga obscenamente caro, aunque es feliz en un barrio que los hippies progres tildan de «el quinto coño». No tiene a un tiro de piedra absolutamente nada, tiene que coger el coche para ir a por el pan, a su alrededor solo hay edificios en construcción que serán exactamente iguales al suyo pero Idealista considera la zona como uno de los mejores lugares para vivir para familias de clase media de España, algo que le llena de orgullo y satisfacción. A veces, cuando va al Telepizza situado a ocho kilómetros de la esquina de su bloque dedica una mueca de desprecio a la chica ecuatoriana que le atiende que seguro que está recibiendo paguitas de Pedro Sánchez.
Como Albert Rivera, José Luis enloquece escuchando canciones de Malú. Eso sí, él no baila porque eso es propio de la secta queer y una imposición de la Agenda 2030. Pasa de complicarse la vida con amantes. Después de aguantar a su mujer y a sus hijos (ella también está empezando a empaparse del odio feminazi), no desea tener otra relación estable. Solo va a la whiskería a unos veinte kilómetros de la urba y escoge la chica que más le gusta. Ha conocido más mujeres de whiskería que su tocayo Torrente, pero se siente un buen marido y padre. Pero eso no le parece suficiente y quizá quiera intimar con otros hombres en uno de esos clubes de masturbación masculina. De todas formas, cuando la cosa no está muy boyante no puede abusar de la whiskería. Si eso no le ayuda a dormir, nada lo hará. Mañana lo comentará en la oficina, lo de la situación no boyante, no lo de las pajas. Trabaja en una consultora de cosas pero no sabe muy bien qué cosas son, aunque hace su trabajo con entusiasmo y jamás se queja aunque sus superiores le meen encima. A José Luis no le van los sindicatos ni toda esa basura colectivista.
José Luis está abonado al Real Madrid y a las plataformas de fútbol para verlo en la tele. En Twitter comenta todos los fines de semana que han vuelto a robar a su equipo aunque su equipo gane. José Luis se pone como las Grecas, y le da igual gintonics que farlopa los findes, todo por los viejos tiempos de ADE. Los fines de semana, los sábados, pide comida por Glovo para cenar en familia y ve películas de Disney con sus niños y su mujer, pero detesta hacerlo porque esas malditas películas están envenenadas por la dictadura woke. Respeta a los homosexuales pero es que se los están metiendo por los ojos a todas horas, y algunos hasta son homosexuales no blancos. José Luis es víctima de esta dictadura que ofrece la posmodernidad: mariquitas que se creen normales, veganismo y sexo libre. Cree que los ultraderechistas randianos amantes de las armas del Silicon Valley son comunistas. Desea con todas sus fuerzas que Donald Trump gane las próximas elecciones en Estados Unidos.
Políticamente José Luis es patriota, liberal y católico, aunque lleva sin ir a misa desde 1987. Votó al Partido Popular, pero dejó de hacerlo por algo más moderno como Ciudadanos, a los que también dejó de votar por sus excesos socialistas cercanos al chavismo, así que finalmente se pasó a Vox para frenar el Plan Kalergi.
Algunos findes, los sábados, José Luis se pone el mandil y organiza una barbacoa en la terraza grande del piso a la que invita a algunos familiares. Atufa con el humo a todo el vecindario. Cuando toca servir la comida, José Luis lleva ya en el cuerpo cuatro o cinco tercios de cerveza y dos gintonics, y todavía le quedan los chupitos de orujo del final. Cuando la barbacoa termina, está en un estado en el que no reconoce ni a su padre, así que deja que todos se vayan, se va a dormir la siesta y cuando despierta para ver el fútbol, su mujer lo ha recogido todo, hasta la orina que dejó alrededor del retrete. José Luis no sabe que el lunes su mujer le pedirá el divorcio, justo cuando vuelva de llevar a los niños al colegio concertado. José Luis achacará el divorcio al progresivo deterioro cognitivo al que el feminismo somete a las mujeres. Como en realidad no sabe cocinar ni plancharse las camisas Spagnolo, después del divorcio volverá a vivir en casa de sus padres. Tendrá que pasar pensión a los niños y se pregunta de dónde sacará el dinero para la whiskería y la mandanga. La naturaleza humana es así. Gracias al comunismo mundialista woke de Silicon Valley, el feminismo y la balcanización de España, no puede ni pagarle el Whiskas a la gata de sus padres.
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