Decenas de tractores siguen colapsando este jueves las calles del centro de Oviedo en la protesta agrícola y ganadera
Decenas de tractores siguen colapsando este jueves las calles del centro de Oviedo en la protesta agrícola y ganadera J.L.Cereijido | EFE

03 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Significativamente me vino a la mente, cuando los agricultores y ganaderos van a entrar en la quinta semana de protestas, un texto de Azorín, La voluntad, del que recordaba incluía algo acerca de la problemática en este sector, ya en 1902. Volví, pues, a releer el libro y me encontré con esto:

«Yo no sé [habla el maestro Yuste a su alumno Azorín, nombre que tomará José Martínez Ruiz, el autor y uno de los integrantes de la lúcida y portentosa Generación del 98, como seudónimo para su obra literaria] cuál será el porvenir de toda esta clase labradora, que es el sostén del Estado, y ha sido, en realidad, la base de la civilización occidental [en rigor, de toda civilización, a partir de las tierras del Creciente Fértil de Oriente Medio]… Nota, Azorín, que la emigración del campo a la ciudad es cada vez mayor: la ciudad se nos lleva todo lo más sano, lo más fuerte, lo más inteligente del campo… Todos quieren dejarse el urbano bigote, símbolo, al parecer, de un más delicado intelecto».

Bien se podría emparentar hoy ese «más delicado intelecto» con los conglomerados de empresas alimentarias que cercenan el mercado libre a través de oligopolios, así como con las cadenas de supermercados que imponen, abusando de su omnipotencia, fielmente protegida por las leyes, precios a los ganaderos y agricultores que, más que bajos, son despreciables, importándoles un bledo (o sea, una acelga; o sea, una polla) la suerte de los productores. Esta perversión del glotón capitalismo, se extiende más todavía, infinitamente, descaradamente: los intermediarios, voraces como pocos. De ahí que haya alimentos a la venta que multiplican por cinco el dinero pagado al trabajador primario. Que multiplican por cinco el dinero que paga el consumidor.

Yuste continúa: «Además, observa que la pequeña propiedad va desapareciendo: en Yecla [población valenciana donde se sitúa la acción], la usura acaba por momentos con los pequeños labradores que sólo disponen de tierras reducidas. Usureros, negociantes, grandes propietarios, van acaparando las tierras y formando lentamente vastas fortunas… ¿Llegará un día en que la pequeña propiedad acabe, es decir, en que surja el monopolio de la tierra, el trust de la tierra? Yo no lo sé; quizás en España está aún lejano el día, pero en otros países, en Francia, por ejemplo, ya se ha dado la voz de alarma… Un día el absentismo, la usura, las hipotecas, el exceso de tributos, pondrán la propiedad de la tierra en manos de los bancos de crédito, de los grandes financieros, de los grandes rentistas…»

Ese «quizás en España está aún lejano el día» ya ha llegado. Las macro explotaciones ganaderas están aquí, consumiendo muchos recursos que empiezan a escasear, como el agua, contaminando la tierra, maltratando a los animales, mal pagando a los jornaleros y hundiendo las explotaciones familiares. A cambio, esas «vastas fortunas», tampoco ahora se crean «lentamente», sino a todo ritmo.

Hay más. Están los propietarios medianos de tierras y plásticos (invernadores), entre los que hay que tienen por hábito sobreexplotar al contratado, si tiene la dicha de haber firmado un contrato, a menudo inmigrantes africanos y a menudo alojados en barracones insalubres y realmente esclavizados, con el alimento justo para que la faena no pare, que no pare nunca, ni a 41 grados bajo el sol de esta España infame.

Pero…, toma la palabra ahora Azorín: «Estos labriegos son sencillos, ingenuos, confiados; pero yo no he visto hombres más brutales, más grandiosamente brutales, cuando se les llega a exasperar; son como un muelle que va cediendo, cediendo, cediendo suavemente, hasta que de pronto se distiende en un violento arranque incontrastable. Hoy el labriego está ya muy cansado (…), y el labriego afilará su hoz y entrará en las ciudades. Y las ciudades, debilitadas por el alcoholismo, por la sífilis y por la ociosidad, sucumbirán ante la formidable irrupción de los nuevos bárbaros».